Lo que la música es capaz de enseñar en la escuela a los más pequeños
Manu Rubio es educador de niños entre 0 y 3 años y compone música para niños "apta para adultos"
Madrid
¿Qué piensa una niña o un niño cuando lo dejas en su primer día de colegio sin despedirte? ¿Y cuándo le explicas que vais al supermercado pero acabáis en el dentista? Manu Rubio se pone en su piel en Canción protesta, un disco para niños apto para adultos. “La música es una parte en el camino hacia una educación integral. Por mucho que pongamos buenas canciones o les permitamos experimentar con el sonido, si después hacemos cosas como no darles voz ni voto en casa o ridiculizarles en público está claro que no estamos siendo coherentes”, afirma.
Manu nació en Madrid hace 41 años. Vivió en Londres cerca de una década. Durante ese tiempo formó la banda LaXula con la que recorrió el Reino Unido. Su interés por las músicas del mundo le llevó varias veces hasta la India. En Rajastán aprendió la percusión que hacen los gitanos. El reencuentro con algunos viejos amigos le devolvió a Madrid. La Escuela Infantil Reggio le invitó a hacer sesiones en las aulas y el flechazo con el mundo educativo fue instantáneo.
Cuencos tibetanos para despertase de la siesta
Se formó en la psicomotricidad de Aucouturier y en la Escuela Infantil Emmi Pikler de Budapest. Ambos enfoques defienden el respeto al ritmo natural, la confianza en sus capacidades y a la propia iniciativa del niño. Ahora trabaja a tiempo completo en las aulas con niños de entre 0 a 3 años. Utiliza la música para acompañarles en su desarrollo. “Suelo tocar los cuencos tibetanos o realizar cantos armónicos cuando los niños se están despertando de la siesta. Creo que este es un momento privilegiado en el que se muestran más receptivos ante este tipo de estímulos. En ocasiones, los primeros que se despiertan pueden estar hasta 20 minutos observando y escuchándome hasta que sus cuerpos se activan y comienzan a jugar”, explica.
En la escuela no enseñan música. A esas edades le dan más importancia a transmitir el concepto del sonido y lo hacen desde lo cotidiano. Por ejemplo, antes de abrir la puerta se paran a escuchar. “¿Qué identificamos? ¿Creemos que hay alguien al otro lado? Toman conciencia de que el sonido está por todos lados y que podemos utilizarlo en nuestro beneficio y en el de los demás”, cuenta Manu.
Los conciertos como material didáctico
Hay otra forma más tradicional en la que la música tiene presencia en la escuela y es a través de los conciertos. Utilizan instrumentos que ejercen vibración como el nafir o el tambor chamánico para acabar con una parte experimental donde les invitan a sacar sonido de los materiales. No hay una música asociada a la etapa infantil. Varía según el país y la cultura donde se nazca. “No existen melodías demasiado étnicas ni ritmos que se pasen de complejos. Cuanto más eclécticas sean más conscientes serán de la diversidad existente y más se interesarán por descubrirla”, asegura.
En la variedad está la clave. Manu ha comprobado como los niños cuyos padres escuchan música rock canturrean en el aula canciones de Rosendo, del mismo modo que a los niños africanos les gusta la música africana y a los de etnia gitana les gusta el flamenco. En su opinión, demuestra que los niños no tienen límites a la hora de apreciar la música y que está en manos de los padres ofrecer un repertorio musical variado y rico.
Padres que mueven a los hijos al ritmo de la música
Observar la reacción de los niños durante los conciertos es valioso para los educadores. “Unos bailan, saltan y cantan, otros se sientan en el suelo y observan, hay niños que se colocan muy cerquita, como si lo que más les interesara fuera ver mis manos tocando la guitarra o la vibración de las cuerdas. Otros me observan desde lejos, otros parecen estar enfrascados en su juego durante el concierto. Cada niño y cada niña tienen una relación diferente con la música en directo”.
La cosa cambia cuando los padres están presentes que suele ser en los días de concierto. Ahí ya buscan la seguridad el regazo de papá o mamá. “A menudo los padres nos extrañamos al ver a nuestro hijo observando inmóvil un concierto y pensamos que si no baila es porque no está disfrutando. Entonces le invitamos a bailar una y otra vez, y hasta movemos sus extremidades como si estuviera bailando. Sin duda lo hacemos con la mejor intención, sin embargo, yo no diría que se esté aburriendo una niña de 3 años, que pasa 45 minutos observando un espectáculo musical en vivo. Si una niña tan pequeña es capaz de permanecer tanto tiempo atenta, es porque lo que ve le interesa mucho. Seguramente esté analizando los diferentes instrumentos, vinculándolos a los sonidos que estos producen, tratando de seguir las letras de las canciones o inmersa en sus pensamientos, disfrutando sin duda, pero a su manera”.
La carrera musical de Manu viaja ahora de forma paralela a su labor como educador y a su experiencia como padre. A través de su alter ego, Yo Soy Ratón, busca que los niños se identifiquen con unas letras basadas en temáticas que les resultan familiares como el control de esfínteres, el primer día de escuela o lo que sienten al descubrir un engaño. Amar la música será la mejor forma de convertirla en una fiel compañera el resto de la vida.
Maika Ávila
Periodista y autora de 'Conciliaqué. Del engaño de la conciliación al cambio real'. Ha formado parte...