Internacional
LA VIDA EN IRAK | CAPÍTULO I

Mosul recupera la sonrisa tras años bajo la opresión del Estado Islámico

La Cadena SER recorre los barrios de la ciudad de Mosul (Irak) para ver cómo es la vida tras años bajo control del Dáesh

Un grupo de chicos juega a las videoconsolas en un local de Mosul, algo prohibido durante el tiempo del ISIS / NICOLÁS LUPO

Mosul

La avenida que conduce al parque Shalalat está llena de baches pronunciados, cráteres y montones de arena que hace apenas unos meses servían de barricada durante los combates. Aún así, poco les importa a los habitantes de Mosul, que buscan evadirse en este gigantesco pulmón de varias hectáreas. Tampoco les molesta en absoluto los numerosos puntos de control establecidos por las fuerzas de seguridad iraquíes que se ven obligados a atravesar.

Los bombardeos aéreos y el lanzamiento de artillería durante la ofensiva contra ISIS también han destrozado los edificios colindantes o el parque de atracciones construido junto a los jardines Shalalat. Este jardín de las Cataratas lleva el nombre de los saltos de agua artificiales construidos hace décadas en el curso de los canales que atraviesa el principal espacio verde situado al este del río Tigris.

Sobre la carretera circulan coches ocupados por hasta doce personas, con cuatro menores en el maletero; autobuses repletos que hacen el camino de ida y vuelta; o jóvenes ondeando la bandera iraquí que sobresalen de las ventanillas sin vidrios.

La degradación debido a la falta de manutención es visible pero no generalizada. Sobre las zonas que en primavera deberían estar tapizadas por la hierba flota el polvo marrón a cada paso de los coches o correteo de los niños. Pero como en el caso de la carretera, poco le importa a Mohamad y sus amigos tras meses de guerra y años de opresión.

Este grupo de siete adolescentes ha aparcado el coche a pocos metros de la entrada. Los altavoces retumban con música dabke, y mientras algunos bailan abrazados la danza típica de la región, Mohamad fuma tabaco de la pipa de agua al lado de un árbol para del sol.

Todo lo que hacen, incluso lo que visten, estaba prohibido hace pocos meses. Las camisetas que visten, con letras o dibujos, han estado inmovilizadas en el fondo de sus armarios desde mediados de 2014 tras el despliegue de la policía religiosa por parte de ISIS. Las absurdas prohibiciones de ISIS durante el tiempo que controlaron la segunda ciudad de Irak, basadas en un supuesto retorno a los periodos iniciales del Islam, anularon muchos de los entretenimientos de los que gozaba la sociedad de Mosul.

Mohamad tiene 16 años, y tanto él como sus amigos se exaltan a la hora de contar este pasado reciente. La intensidad revela la liberación de este grupo de jóvenes a los que se las ha limitado la diversión en plena adolescencia. “Todo estaba prohibido, todo estaba prohibido, hasta esta camiseta que visto”, dice enseñando las letras de una marca norteamericana estampadas sobre el rojo de la camiseta, “y estas mangas cortas también”.

El ISIS no sólo imponía a las mujeres el velo integral con el que debían cubrir todo el cuerpo menos sus ojos. Los hombres solo podían mostrar el antebrazo y los pantalones debían terminar justo por encima de los tobillos.

Un hombre se afeita en una barbería del este de Mosul (2 de mayo de 2017) / SUHAIB SALEM

Control social extremo

Los militantes de ISIS entraron en Mosul el verano de 2014. A los pocos días, el cuerpo de policía encargada de asuntos religiosos, o Hisbah, ya patrullaba las calles y advertía o humillaba a los viandantes. No sólo la vestimenta, sino la independencia de las mujeres que caminaban solas o las relaciones entre personas de diferente género estaban bajo control.

Hace un par de años, una residente de Mosul de las zonas ya liberados entró en una farmacia para comprar anticonceptivos. El farmacéutico era una persona del barrio que conocía desde hace tiempo, y su conversación fue amigable y divertida. “Entró uno de los militantes de ISIS y nos preguntó por qué nos estábamos riendo” explica ya alivida, meses después de la expulsión de los militantes extremistas del barrio de Hai Sumar. “Nos instruyó cómo debía ser la interacción de personas de diferente sexo”, como por ejemplo la distancia a mantener entre los dos. Luego siguió a la mujer, treintañera, de camino a su casa mientras la interrogaba sobre el paradero de su marido.

En Mosul, como en cualquier otro territorio que controla ISIS en Irak y Siria, las mujeres no podían caminar solas. Siempre debían salir a la calle junto a un acompañante masculino, ya sea familiar o esposo. Y nunca debían estar a su misma altura, siempre un pasos más atrás.

Hoy, el niqab o velo integral es apenas visible en Mosul salvo alguna excepción. Las mujeres de la ciudad visten las tradicionales abayas, la túnica ampliamente usada en numerosos países de mayoría musulmana.

Una casa con la marca que ISIS dejaba en las viviendas que ya no tenían antenas parabólicas, después de ordenar el año pasado desinstalar todas las de la ciudad para evitar la transmisión de información al exterior. / NICOLÁS LUPO

Una “cautelosa bienvenida” a ISIS

El gobierno de ISIS es un sistema “dictatorial totalitario”, asevera Aymenn al-Tamimi, investigador sobre la yihad. Su estructura y burocracia es “impresionante”, pero se ha ido desmembrando debido a la presión ejercida por sus adversarios y la pérdida de territorios y militantes.

Al control social impuesto por ISIS se añade la implacable supresión de cualquier oposición interna. Las publicaciones de activistas en Mosul o Raqa, su principal feudo en Siria, tenían dificultades para salir a la luz debido al miedo a ser descubiertos. Numerosas personas también han sido ejecutadas bajo acusaciones de traición.

Y el grupo obligó a desmantelar las antenas parabólicas de Mosul a mediados del año pasado para evitar la filtración de información al exterior. En los muros de las casas de la ciudad iraquí, unas marcas verdes escritas en los muros de las casas señalan aquellos edificios que ya no tenían los platos blancos que permitían recibir la señal de televisión.

Pero antes de empezar a aplicar sus férreas políticas, muchos habitantes de Mosul recibieron a los militantes con “bienvenidas cautelosas”. La situación socioeconómica en la ciudad de mayoría suní antes de la entrada de ISIS era mala; las denuncias de abusos, torturas y desapariciones a manos de las fuerzas de seguridad iraquí eran numerosas; y sus habitantes percibían que el trato que recibían del gobierno de Bagdad era desigual al de otras áreas.

La vida en Mosul bajo el control de ISIS en sus inicios fue para algunos ciudadanos “mil veces mejor” que bajo el gobierno de al-Maliki, el primer ministro defenestrado y acusado de permitir políticas sectarias. Según denunciaban sus residentes, el día a día era un muy difícil: había controles rutinarios, muchos interpretaban que los chiíes tenían más oportunidades laborales y la policía pedía sobornos a cambio de seguridad. También había asesinatos o atentados a diario.

Las políticas iniciales de ofrecer seguridad a los habitantes y restablecer los servicios básicos como electricidad o agua dieron gradualmente paso a estrictas leyes islámicas o costosas tasas. Según varios documentos, alrededor de dos terceras partes de las colectas servían para pagar los costes militares de ISIS.

Miembros de la policia federal iraqui se enfrenta a fuerzas del Estado Islámica en el oeste de Mosul (1 de mayo de 2017) / MUHAMMAD HAMED

Los retos tras la victoria militar

Con los civiles cautivos entre este pasado extremista y un futuro en manos de un estado que ha gobernado mal, es difícil saber con exactitud hasta qué punto es corroborable en el tiempo lo que afirman los locales. Pero ninguno de los habitantes de los barrios liberados de Mosul entrevistados dice guardar buen recuerdo del tiempo que pasaron bajo el Estado Islámico.

Estirado sobre el colchón de la habitación de sus padres, Khaled sorbe un vaso de té mientras chatea antes de irse a dormir. A sus 24 años, ya no puede encontrarse con casi ninguno sus amigos. A la mínima que pudieron, emigraron. Se calcula que 500.000 personas de los casi dos millones de habitantes abandonaron la ciudad. La ruta del exilio los llevó a través de Turquía y los Balcanes hasta Europa. “Todos los que pudieron se marcharon” dice Khaled. “La mayoría de mis amigos están ahora en Suecia o Alemania”, añade.

A él no le quedó más remedio que aguantar. Un día lo detuvieron en la calle por no dejar crecer su barba. Lo llevaron al calabozo y le dieron 50 latigazos en la espalda con una manguera. Sus padres tuvieron que juntar 1.600 dólares para que lo liberaran.

Las historias de los residentes de Mosul construyen la realidad que se vivía bajo ISIS, pero también el contexto que permitió la entrada relámpago de sus militantes así como los temores que deparará el futuro. Desde 2003, año de la ocupación extranjera liderada por los Estados Unidos, Mosul no ha disfrutado de largos periodos de tranquilidad. Y la guerra continúa.

Los bombardeos son constantes sobre el casco antiguo y sus alrededores, todavía bajo control de ISIS. Se calcula que hay decenas de miles de civiles atrapados sin poder salir, rehenes del grupo fundamentalista.

Si la victoria militar es cuestión de tiempo, los retos del gobierno en Mosul son enormes. Sólo una correcta gestión una vez acabado el conflicto permitirá que la ciudad e Irak salgan del círculo de inestabilidad, caos y violencia al que se ven abocados con regularidad desde hace años.

 
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