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Crisis de los refugiados

Buscadores de náufragos

El segundo día a bordo del Golfo Azzurro en el puerto de La Valeta (Malta). Pronto partirá para rescatar barcazas con refugiados

Los voluntarios de Proactiva Open Arms se preparan para los futuros rescates / GERVASIO SÁNCHEZ

La Valeta

Los voluntarios de Proactiva Open Arms son buscadores de náufragos o ángeles de verdad porque aparecen de la nada para salvar vidas. Su misión es buscar y rescatar rubber boat o wooden boat (barcazas de goma o madera) en la inmensidad de un mar ilimitado, un agujero negro del olvido para aquel que pierde el equilibrio en los centímetros de goma o madera que le ha correspondido, según el precio pagado por el pasaje de sus sueños.

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Hablamos de salvar vidas de mujeres, adolescentes, niños, bebés, hombres que llevan muchas horas, a veces un día o dos, a la deriva, seres humanos víctimas de la codicia de traficantes sin escrúpulos, cuyo único objetivo es ganar dinero, cuanto más mejor.

Ganar más dinero significa hacinar más personas en los botes. No importa si protagonizan un viaje a ninguna parte porque el mar se los traga. Traficar no tiene nada que ver con humanizar. Traficar es ordenar un negocio de millones de dólares o euros en fajos grasientos que luego se depositan en bancos legales. Traficar es el oficio más rentable e impúdico del siglo XXI.

Hablamos de refugiados obligados a empinarse a las barcazas a punta de pistola en la noche más profunda. De seres humanos de pupilas dilatadas por el miedo, el hambre y el cansancio que buscan un nuevo destino que les libere de los horrores de la guerra o la miseria endémica. Acomodados en un ataúd flotante en busca de derechos establecidos en leyes internacionales, reconvertidas en papel mojado cuando se trata de proteger a los más débiles.

La noche se acerca en el segundo día a bordo del Golfo Azzurro en el puerto de La Valeta (Malta). Esperamos la mejora del tiempo para soltar amarras y dirigirnos a las aguas jurisdiccionales libias. Después de una cena divertida, el jefe de la misión llama a todos los voluntarios a una reunión sobre operaciones de rescate.

Mejor imágenes que palabras. Ver cómo han sido los rescates anteriores. Indicar los errores cometidos y ensalzar el trabajo bien hecho. Los veteranos de otras misiones se mantienen en silencio mientras los primerizos descargan sus dudas en forma de batería de preguntas.

Las dos lanchas rápidas irán remolcadas. “Cuando avistamos un bote con refugiados ordenamos parar máquinas, el barco pierde inercia, y en unos minutos estamos listos para iniciar nuestro acercamiento a los botes a la deriva”, explica Guillermo Cañardo, el médico barcelonés que lidera el equipo de voluntarios.

Una de las lanchas se llama Xavi, por Xavi Hernández, el extraordinario jugador del Barcelona y de la selección española, que subastó su barco y donó el dinero para su compra. La otra se llama Teresa, por una mujer que pidió un funeral sin flores y que se dedicase el dinero ahorrado a financiar las operaciones humanitarias del rescate de Proactiva Open Arms, ONG con sede en Badalona.

El coordinador explica la mejor manera de acercarse a las barcas repletas de refugiadas. “Hay que sonreír, preguntar si alguien habla inglés y francés, y pedirles calma. Hay que decirles que paren el motor si aún sigue en marcha. Es entonces cuando se comienzan a entregar los chalecos salvavidas. Primero a los niños y a las mujeres, después a los que mantienen una actitud de colaboración”, resume Guillermo.

Jamás se anuda la barca de salvamento al bote a la deriva. Siempre tiene que haber una escapatoria por si se produce una avalancha o un intento de abordaje descontrolado. “Hay que transmitir serenidad y abortar el rescate si los refugiados no mantienen la calma”, continua el jefe del grupo.

Las lanchas Xavi y Teresa llevan cuatro bolsas con 120 chalecos salvavidas, pero algunas rubble boat de 12 metros de eslora pueden ir cargadas con el doble de personas y las grandes barcazas de madera acumulan hasta un millar de refugiados, distribuidos de forma asfixiante en tres pisos de altura.

Los refugiados de cada barcaza rescatada tienen que ser identificados con un brazalete de un color diferente por órdenes de la guardia costera italiana. También es importante la filiación de cada uno de los náufragos: edad, sexo, nacionalidad, estado de salud. No importa si mienten. Las autoridades italianas se encargaran de realizar unas entrevistas más profundas cuando desembarquen en Sicilia.

La mayoría de las barcazas son rescatadas en aguas internacionales, a unas veinte millas de las costas libias. Alguna barcaza ha conseguido alcanzar 56 millas náuticas gracias a las corrientes. Pero la isla italiana más cercana es Lampedusa y está a 180 millas náuticas. Los traficantes engañan a los refugiados y les dice que su lugar de destino son las luces que se ven en el horizonte que pertenecen a plataformas petroleras.

La guardia costera italiana obliga a los barcos de rescate a enseñar todo el material fotográfico y audiovisual con la intención de localizar a los patrones de las barcazas y acusarlos de un delito de tráfico de seres humanos. Los traficantes permiten que el patrón viaje gratis o les hacen un precio especial si se traslada con su familia. A veces los socorristas voluntarios han tenido que poner en marcha el motor de la barcaza porque ningún refugiado quería hacerse responsable de esa tarea.

Los precios que pagan varían según la embarcación. Las más pequeñas de madera transportan unas 30 personas que han podido pagar unos 2.000 euros por cabeza. La inmensa mayoría de los subsaharianos viajan en las de goma y en el piso inferior de las grandes barcazas porque es más barato. Sirios acomodados que han pagado a la guardia costera libia para que los traslade a algún barco de rescate. Sorprende ver a refugiados bien vestidos acompañados de maletas, maletines y ordenadores. El dinero obra este tipo de milagros.

 
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