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El problema catalán: debate en el Congreso de la Segunda República

Ortega y Gasset: "Debemos renunciar a curar lo incurable" | Manuel Azaña: "Nuestro deber es resolver el problema catalán"

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Madrid

El problema catalán, que ha desencadenado ahora la mayor crisis política e institucional del siglo XXI en España, aterrizó en la Cortes Constituyentes de la Segunda República, hace 85 años. Lo hizo con la misma virulencia que hoy mantiene en vilo a un país, España, a cuenta del futuro de una de sus autonomías, Cataluña.

El estatuto que se debatió en las Cortes para dar amplios poderes a Cataluña, recién inaugurada la Segunda República, permitió escuchar los argumentos de quienes eran dos referentes intelectuales de aquella época: Manuel Azaña, diputado por Madrid y presidente del Consejo de Ministros; y el filósofo José Ortega y Gasset, diputado por León. Sus ideas, sus temores y sus dudas acerca del poder que Cataluña debía adquirir a través del Estatuto son muy parecidas a las que enfrentan hoy a los partidos políticos en España. 85 años después, aquel debate parece arrancado del diario de sesiones de la presente legislatura.

Lo que sigue es un resumen de las intervenciones de Azaña y Ortega, editadas de manera que aparenta ser un encendido debate entre ambos aunque, en realidad, pronunciaron sus discursos en dos jornadas distintas. Azaña rebatió en su turno muchas de las ideas que dejó flotando Ortega en aquel hemiciclo.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET.- Ahí tenemos, señorías, a España toda, tensa y fija su atención en nosotros. No nos hagamos ilusiones, fija su atención pero no su entusiasmo. En medio de esta situación de ánimo, encontramos aquí, en el hemiciclo, el problema catalán. Y se nos ha dicho: “Hay que resolver el problema catalán y hay que resolverlo de una vez para siempre, de raíz. Si se trata en serio de presentar con este Estatuto el problema catalán para que sea resuelto de una vez para siempre, adscribiendo a ello los detinos del régimen ¡Ah! Entonces yo no puedo seguir adelante. Frente a este modo de planteamiento radical del problema, yo hinco bien los talones en tierra y digo ¡alto!. ¿Qué diríamos de quien nos obligase sin remisión a resolver de golpe el problema de la cuadratura del círculo? Sencillamente diríamos que nos había invitado al suicidio.

MANUEL AZAÑA. La solución que encontremos ¿va a ser para siempre? Pues ¿quién lo sabe?¡¡¡¡ "Siempre" es una palabra que no tiene valor en la historia y por consiguiente no tiene valor en la política. Este problema es mucho más viejo que los diputados de esta cámara.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET. Yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles.

MANUEL AZAÑA. ¿Insoluble? Según. Si establecemos bien los límites de nuestro afán, si precisamos bien los puntos de vista que tomamos para calificar el problema, es posible que no estemos tan distantes como parece.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET. El problema catalán no se puede resolver, es un problema perpetuo que ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular y seguirá siendo mientras España subsista. Es un problema perpetuo, repito, y que a fuer de tal, sólo se puede conllevar.

MANUEL AZAÑA. El problema que vamos a discutir aquí y que pretendemos resolver no es ese drama histórico, profundo, perenne al que usted se refiere al describirnos los destinos trágicos de Cataluña, no es eso.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET. El problema catalán es un caso corriente de lo que se llama nacionalismo particularista. ¿Qué es el nacionalismo particularista? Es un sentimiento sentimiento vago, de intensidad variable, que se apodera de un pueblo y le hace desear ardientemente vivir aparte de los demás pueblos. Sienten, por una misteriosa y fatal predisposición, el afán de quedar fuera, exentos, intactos de toda fusión, reclusos y absortos de sí mismos. Es algo de lo que nadie es responsable, es el carácter mismo de ese pueblo, es su terrible destino, que arrastra angustioso a lo largo de su historia.

MANUEL AZAÑA. Encuentro esa definición un poco excesiva y exagerada. Los hombres de talento exageran aunque no se lo propongan. A mi se me representa una fisonomía moral del pueblo catalán un poco diferente de este concepto trágico de su destino. Porque este acérrimo apego que tienen los catalanes a lo que fueron y siguen siendo, esta propensión a lo sentimental, ese amor a su tierra natal en la forma concreta que la naturaleza les ha dado, esa persecución del bienestar me dan a mi una fisonomía catalana pletórica de vida, de satisfacción de sí misma, de deseos de porvenir, de un concepto sensual de la existencia poco compatible con el destino trágico que se entrevé en la concepción fundamental del señor Ortega y Gasset.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET. En el pueblo particularista se dan dos tendencias: una sentimental que le impulsa a vivir aparte; otra en parte sentimental pero sobre todo de razón, de hábito, que le fuerza a vivir con los otros en unidad nacional. De ahí que, según los tiempos, predomine la una o la otra tendencia. A veces, durante generaciones, parece que ese impulso de secesión se ha evaporado y el pueblo se muestra unido, como el que más, dentro de la gran nación. Pero no; aquel instinto de apartarse continúa somormujo, soterráneo y, cuando menos se espera, como el Guadiana, vuelve a presentarse en su afán de exclusión y huída. Este, señores, es el caso doloroso de Cataluña.

MANUEL AZAÑA. Hay grandes silencios en la historia de Cataluña; unas veces porque está contenta, y otras porque es débil e impotente. En ocasiones, este silencio se rompe y la inquietud, la discordia, la impaciencia se robustecen, crecen, se organizan, invaden todos los canales de la vida pública de Cataluña, embarazan la marcha del Estado del que forma parte, y entonces ese problema moral, profundo, histórico del que usted habla, adquiere la forma, el tamaño, el volumen y la línea de un problema político. Y entonces es cuando este problema entra en los medios y en la capacidad y en el deber de un legislador y de un gobernante. A nosotros nos ha tocado vivir y gobernar en una época en que Cataluña no está en silencio, sino descontenta, impaciente y discorde.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET. Cualquier fecha que cortemos la historia de los catalanes, encontraremos a éstos, con gran probabilidad, enzarzados con alguien, si no consigo mismos, enzarzados sobre cuestiones de soberanía. Comprenderéis que un pueblo que es problema para sí mismo tiene que ser, a veces, fatigoso para los demás. Si nos asomamos por cualquier trozo de la historia de Cataluña asistiremos, tal vez, a escenas sorprendentes. Como aquella acontecida a principios del siglo XV: representantes de Cataluña vagan como espectros por las Cortes de España y de Europa buscando algún rey que quiera ser su soberano, pero ninguno de estos reyes acepta alegremente la oferta, porque saben muy bien lo difícil que es la soberanía en Cataluña.

MANUEL AZAÑA. Los catalanes dicen: "Queremos vivir de otra manera dentro del Estado español". La pretensión es legítima, es legítima porque la autoriza la Ley, nada menos que la ley constitucional. La ley fija los trámites que debe seguir esta pretensión. Los catalanes han cumplido estos trámites. Y ahora nos toca conjugar la aspiración particularista o la voluntad autonomista de Cataluña con los intereses generales y permanentes de España dentro del Estado organizado por la República.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET. Muchos catalanes quieren vivir con España. Aún sintiendose muy catalanes, no aceptan la política nacionalista, ni siquiera el Estatuto que acaso han votado. Porque esto es lo lamentable de los nacionalistas, ellos son un sentimiento, pero siempre hay alguien que se encarga de traducir ese sentimiento en concretas fórmulas políticas: las que a ellos, un grupo exaltado, les parecen mejores. Los demás coinciden con ellos en un sentimiento, pero no coinciden en las fórmulas políticas, lo que pasa es que no se atreven a decirlo, no osan manifestar su discrepancia, ante el temor de que esos exacerbados les tachen entonces de anticatalanistas.

MANUEL AZAÑA. La política de Madrid, como decían los catalanes, consistió en negar el problema. Y cuando el nacionalismo y el separatismo hacían progresos importantes, en diversas zonas de la sociedad catalana, todavía la consigna de la política oficial y monárquica era que eso no tenía importancia, que eran cuatro gatos.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET. Supongamos lo extremo: que se concediera a Cataluña lo que postulan los más exacerbados. ¿Habríamos resuelto el problema? Habríamos dejado entonces plenamente satisfecha a Cataluña, pero ipso facto habríamos dejado plenamente, mortalmente insatisfecho al resto del país. El problema renacería con signo inverso, con una violencia incalculablemente mayor, con una extensión e impulso tales que probablemente acabaría llevándose por delante el régimen.

Este intenso intercambio de pareceres a cuenta de Cataluña pueden escucharlo, recreado por dos actores, en una edición especial de Podium Podcast elaborada con motivo de las elecciones del 21-D en Cataluña.

 
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