Sociedad

Dar voz a la Mujer en los procesos de paz hace que sean más justos y duraderos

Las mujeres sufren la violencia de los conflictos armados y la impunidad posterior

Manifestación de mujeres por la paz en Liberia / UN Photo/Eric Kanalstein

Madrid

El pasado noviembre la responsable de ONU Mujeres advertía de que el uso de la violencia sexual contra las mujeres en los conflictos armados está en su mayor cota histórica. Los estudios hechos sobre Siria, sobre la crisis que sufren los Rohinya en Birmania, o sobre varios conflictos en África Central así lo muestran. Las mujeres sufren los conflictos de manera especial y distinta a los hombres. Pero también sufren doblemente los posconflictos, que pueden reforzar el dominio patriarcal, su empobrecimiento y hacerles pagar los efectos de la guerra -menos trabajos remunerados, ninguneamiento de la agenda feminista, más violencia doméstica o menos recursos para política sociales (que casi siempre acaban pagando las mujeres). Itziar Ruiz Gimenez (@Iruizgimeneza), profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid ha trabajado el tema de la dimensión de género en los procesos de paz y posconflictos. Explica a La SER la importancia de incluir esta perspectiva, que es un mandato de la propia ONU para cualquier negociación de paz a raíz de la resolución 1325 sobre Mujeres, paz y Seguridad.

¿Qué supuso la aprobación en 2.000 de esa resolución?

Fue un hito en la historia de la política internacional porque el movimiento feminista consiguió que el Consejo de Seguridad incorporara tres elementos muy importantes: primero la participación de las mujeres en los procesos de paz; segundo la lucha contra la violencia sexual y la impunidad por las violaciones que sufren las mujeres en los conflictos; y tercero la incorporación de la perspectiva de género en las políticas de construcción de paz a nivel internacional.

La aprobación de la 1325 fue un hito ¿Se puede decir lo mismo de su cumplimiento?

Han pasado más de 15 años y hay luces y sombras. Tenemos algunos avances en la incorporación de mujeres en misiones de paz, tanto en estructuras militares como civiles. También hay intentos de aumentar la participación de las mujeres en los procesos de paz; y ha habido luces en la lucha contra la violencia sexual.

La profesora Ruiz Gimenez en su participación en el curso "Conflictos, injerencias extranjeras y resolución pacífica". / África Imprescindible

Pero hay muchas sombras porque no hay paridad en esas estructuras de construcción de paz, hay sombras en todo lo que tiene que ver con abordar la violencia sexual en los conflictos. Y donde más obstáculos hay es en el tercer pilar de esa resolución, el que habla de incorporar una perspectiva de género, en aportar un análisis de género cuando abordamos los conflictos, para ver si tanto en el conflicto como en el posconflicto se están reforzando o no las desigualdades de género.

¿Por qué es precisamente en incorporar perspectivas de género donde más resistencia hay?

Hay una enorme resistencia en los estados y en las propias organizaciones internacionales para transversalizar ese enfoque de género y analizar las causas profundas de la desigualdad. No hay voluntad política y recursos económicos contra esa estructura de desigualdad que provoca la división sexual del trabajo, que a su vez hace que las mujeres sufran de manera diferente a los hombres los conflictos armados. Esa división que hace que la pobreza esté feminizada, que las mujeres tengan esa doble carga del trabajo en el ámbito público y laboral y luego en el trabajo de cuidados. Todo esto se tiene que poner en el centro de los procesos de paz: las reformas políticas, económicas y sociales para transformar esa estructura de desigualdad que denominamos patriarcado, y que genera ese espacio de discriminación y violencia contra las mujeres.

Cuando hablamos de poner fin a conflictos armados, se puede tener la tentación de pensar que esto es al fin y al cabo un tema menor. Pero ¿cuál es la diferencia que supone tener un proceso con o sin esta perspectiva que incorpora a las mujeres?

El primer cambio que genera es que si las mujeres son la mitad de la población en esos países en conflicto, tienen derecho a estar, a participar en los asuntos políticos. Su participación además hace que se aborden problemas que afectan a esa mitad de la población. Van a aparecer temas que nunca están si no. Se pone en el centro de la agenda -bien por la presencia de mujeres o bien porque hombres y mujeres impulsen una agenda feminista- un acuerdo para hacer políticas públicas no sólo contra la violencia sexual en el conflicto sino contra la violencia machista, que es una de las violaciones de derechos humanos más graves.

Otra consecuencia de introducir la perspectiva de género es que no sólo se abordan temas de reforma constitucional o de elecciones, sino que se pone en la agenda la transformación socioeconómica para no generar espacios de desigualdad. En el posconflicto de muchos países necesitamos reformas agrarias que garanticen la titularidad de la tierra para las mujeres, porque en los códigos de muchas sociedades ese espacio de desigualdad de género hace que muchas mujeres no tengan la titularidad de la tierra y puedan sufrir su expropiación, para luego ser acaparada por parte de multinacionales.

Una paz que incorpora a las mujeres ¿es una paz más fructífera y más duradera?

Es más fructífera y duradera si incorpora a las mujeres y si incorpora una agenda feminista. Porque se puede incorporar a mujeres pero no esa agenda feminista y lo importante es que se incorporen mujeres, porque tienen derecho a la participación en los asuntos públicos –eso es un derecho humano fundamental-. Pero que se incorporen personas que pongan en el centro de esas negociaciones por ejemplo no acuerdos de impunidad, no acuerdos que refuerzan las estructuras de desigualdad para el conjunto de la población, y si los derechos humanos y la equidad de género. Si eso se consigue, y queda un largo camino, realmente podremos avanzar hacia sociedades más inclusivas e igualitarias en materia de género.

Ha mencionado el tema de la impunidad, que siempre es complicado en los procesos de paz. Si tenemos en cuenta que las mujeres en los conflictos suelen ser aún más víctima, si le unes la impunidad de después hablas de doble victimización

La resolución 1325 consagra una larga lucha del feminismo de los 90 para visibilizar cómo las guerras tienen un impacto diferenciado en hombres y mujeres. Ese impacto diferenciado implica que muchas mujeres son víctimas de violencia, de agresiones sexuales o son víctimas de trata. Muchas se ven obligadas a huir y en los campos de refugiados o las rutas migratorias se encuentran otra vez con una enorme violencia. Y por eso es muy importante que en los procesos de paz se aborde cómo hacer Justicia y acabar con esa impunidad.

Hay todo un debate en el ámbito de la Justicia transicional sobre cuál es el mejor modelo de Justicia para que haya y se consolide la paz. Antiguamente el modelo que predominaba era el del olvido, el de “no toquemos lo que ha pasado en la guerra, no juzguemos a los responsables de esa violencia sexual”, como pasó en los Balcanes. Pero se han puesto sobre la mesa gracias al movimiento feminista otros dos modelos: el de que tienen que ser juzgados los perpetradores de esa violencia sexual -y ha habido avances en los tribunales penales internacionales que ya tipifican esa violencia sexual como crimen de guerra o de lesa humanidad, hay personas que han sido condenadas por utilizar la violencia sexual como arma de guerra-. Pero la impunidad sigue siendo la norma, el modelo del olvido. Hay un tercer modelo, que se ha tomado en varios países de África, que es el modelo de las comisiones de la verdad, en que si los perpetradores reconocen lo que han hecho y piden perdón a las víctimas, se inicia un proceso de reconciliación diferente al de los tribunales.

Pero desgraciadamente en muchos lugares del mundo no se está respondiendo a ese principio de dar verdad, Justicia y reparación a las víctimas. Estamos viendo cómo en Colombia -donde hubo toda una agenda de género, donde el movimiento feminista ha incorporado todos los temas de violencia sexual en el conflicto-, ha habido una reacción conservadora en parte de los partidos y la sociedad colombiana de oposición a incorporar esa agenda de género y de mantenimiento de esos espacios de impunidad.

¿Cree que estos problemas que están emergiendo en un proceso puesto como ejemplo se deben a la puesta en práctica o están saliendo ahora los fallos de base con que se hizo el propio proceso?

Toda la agenda de la mesa de negociación hizo un trabajo muy importante. El problema viene con las dificultades de implementación y el incumplimiento de lo acordado, el rechazo en referéndum, etc. Tenemos que ver en el posconflicto qué pasa en lo acordado en La Habana. Si todo lo acordado con ese enfoque de género resiste el ataque contra los acuerdos y se mantiene como el marco legal y normativo para los derechos de las mujeres víctimas de ese conflicto.

Mencionaba antes la resistencia en los organismos internacionales a aplicar esta perspectiva de género ¿Qué cambios habría que hacer en la arquitectura internacional de paz y seguridad para evitar esto?

Yo destaco tres grandes retos. El primero es que en los últimos 20 años gran parte de esas arquitecturas internacionales de paz y seguridad, por ejemplo la de Naciones Unidas como la de la propia Unión Europea se ha ‘securitizada’. Es decir se ha considerado que la mejor respuesta a la conflictividad internacional es una respuesta militar de defensa, de envío de misiones militares y reforzamiento de los aparatos de seguridad, sean policía, ejércitos y agencias de inteligencia. Eso lleva a que gran parte de las arquitecturas de paz y seguridad se construyan sobre el negocio de la seguridad y sobre la militarización de la agenda de construcción de paz. Esa apuesta por lo militar y de seguridad tiene muchas implicaciones de género, porque en la mayor parte de esas estructuras hay muy pocas mujeres, y es una cultura muy machista y patriarcal que genera en si misma una enorme violencia. Son conocidos los casos de violencia sexual perpetrada por las propias tropas que se llaman ‘de paz’; el caso de las tropas franceses en República Centroafricana o de otros escándalos de tropas internacionales que comenten ellas mismas las agresiones con total impunidad, porque prácticamente no hay ninguna condena a esos soldados o actores internacionales. La respuesta militar no aborda las causas de los conflictos, entre ellas la dimensión internacional que tienen, en cuanto a que hay actores internacionales que coparticipan en la generación de la violencia. Por ejemplo países ricos, llamados constructores de paz, son los que venden las armas a los países del Sur. ¿Quienes son los ocho países productores de armas, España entre ellos? O por ejemplo la compra de recursos naturales, que es una de las causas de esos conflictos. La agenda de construcción de paz securitizada no va a las causas estructurales, internas y externas que generan la violencia. El tercer gran reto es que el dinero que destina la comunidad internacional a la construcción de paz, si se destina a la dimensión de seguridad, no se destina al resto. No sólo a las causas sino a la agenda de género, a las políticas de educación y sanidad, que pueden afrontar esas desigualdades de género. Son retos que tienen que ver con la resistencia de actores de construcción de paz que siguen estando socializados en culturas machistas y que se resisten a cambiar sus agendas políticas hacia un enfoque feminista.

¿Qué papel tiene los medios, tan relevantes en informar sobre los conflictos, pero que hablan muy poco de estos temas que plantea?

Juegan un papel central porque ayudan o no a visibilizar las causas de los conflictos armados y muchas veces las narrativas sobre conflictos tienden a simplificarlos enormemente. Por ejemplo en África no sólo no tienen una dimensión de género que visibilice de manera adecuada las causas del conflicto de carácter patriarcal, suelen terminar con un relato que favorece la agenda securitizadora. Por ejemplo cuando enfatizan que es un problema de identidades culturales, o del islamismo radical, contribuyen a una construcción en que no se aborde la dimensión política, histórica, internacional y local que tiene cualquier conflicto armado, sea Boko Haram, Al Shabab o Al Qaeda. La explicación de que lo que está en juego es un tema de religión bárbaro y salvaje lo que legitima es el envío de tropas, y no el abordaje de los elementos políticos que están en el caldo de cultivo que lleva a determinadas personas a incorporarse a esos grupos armados. No se debería caer en narrativas reduccionistas, que no ayudan a entender lo que pasa, como las de la etnicidad o la religión.

Otra manera de ayudar por parte de los medios es que ellos mismos tengan una perspectiva de género, visibilizando cómo impactan los conflictos en las mujeres. Aunque en esto hay un riesgo, que es el de la construcción de las mujeres, especialmente en África y en el Sur global exclusivamente como víctimas. Es verdad que sufren gravísimas violaciones de derechos humanos, violencia sexual, etc. Pero es importante que los medios visibilicen las estrategias de resistencia de las mujeres, sus iniciativas de paz en escenarios de conflicto armado -como por ejemplo en el Sahel-. Retratarlas sólo como víctimas desempodera toda su agenda. Las mujeres no son sujetos pasivos, no son niñas que necesitan que alguien venga a salvarlas. Son actoras que llevan a cabo múltiples estrategias de resistencia y los medios deben visibilizar todo eso porque es la mejor manera de ayudarlas en su lucha política frente a la lucha armada.

 
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