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Empacho de símbolos y presupuestos de resurrección (electoral)

Mientras la política catalana explora cómo salir de la parálisis, el PP intenta frenar su caída con unas cuentas públicas que carecen de los apoyos necesarios

JUAN MEDINA REUTERS

Madrid

La semana más simbólica de todas, entregada a la liturgia y a la iconografía en las calles, ha paseado lo simbólico también por los parlamentos. Simbólicas fueron las resoluciones que votó el miércoles el Parlament de Catalunya y que no producirán efectos más allá de examinar posibles afinidades entre los partidos. Se oyen llamamientos para que se forme en la Generalitat un gobierno de concentración o de unidad, pero por el momento se impone la lógica de los bloques, uno independentista y otro que no lo es. El ofrecimiento inicial de Miquel Iceta lo abortó al poco el PSOE y el de Xavi Domènech fue tan elogiado por ERC que los republicanos acabaron por rechazarlo.

Simbólico lo quiere todo el soberanismo, confiado en que si da valor emocional a cada imagen mantendrá vivo entre sus bases el aliento independentista. En este punto, la preocupación en Barcelona y en Madrid crece por si la capacidad de convocatoria que siempre exhibieron la Assemblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural empiecen a tenerla ahora los llamados Comités de Defensa de la República (CDR), que han acabado con aquello que bautizaron como revolución de las sonrisas. La interinidad que se alarga en el Parlament y el encarcelamiento de los principales líderes –el más reciente, el de Puigdemont– agrava la sensación de excepcionalidad política y emocional que envuelve aún el procés o lo que quede de él.

Simbólico es, al menos por ahora, el proyecto de presupuestos que el Gobierno presentó esta semana en la Moncloa, porque le falta el apoyo del PNV. Y, sin embargo, ese gesto simbólico es la primera gran acción gubernamental en lo que va de año, porque se rebela contra la parálisis que el mismo Ejecutivo alimentó y señala cuáles son las políticas que está decidido a emprender en este ejercicio. A falta de ofertas o discursos que seduzcan al electorado, el mismo partido que hace unos años acumuló una de las mayores cotas de poder en la administración central y en las administraciones autonómicas y municipales intenta esta vez con un proyecto de presupuestos frenar la sangría de la que le hablan las encuestas.

Por si había dudas sobre a quién dirige el Gobierno su mensaje, el ministro Cristobal Montoro se puso a recitar los colectivos en los que piensan como en aquel anuncio de Coca-Cola que hablaba a los altos y a los bajos, a los que tienen más y a los que menos: “Son los presupuestos de los funcionarios, de los pensionistas, de los trabajadores de rentas medias y de rentas medias-bajas”. El PP ha detectado dónde tiene la fugas y confía en que estos presupuestos que llama de la recuperación le sirvan para la resurrección electoral. Para eso, claro, habrán de aprobarlos, pese a que buscan la vía para que la mejora en algunas pensiones llegue por otras vías si el Congreso tumba su proyecto de cuentas públicas.

Es también simbólico el objetivo que pretende el Gobierno con las cuentas: activar la política, acostumbrada a vivir estirando los plazos. Mandar a Bruselas señales de estabilidad. Poner por escrito el optimismo del Ejecutivo respecto a la economía con una previsión de ingresos tan generosa que ha sorprendido en algunos ámbitos económicos. Abrir un debate sobre propuestas concretas que permite centrar el debate público en lo ideológico más allá de lo identitario, que es el campo que mejor se le da a Ciudadanos. En cuanto pase la Semana Santa, tendrán que bajar los símbolos a la realidad.

 
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