Sergio Ramírez, premio Cervantes 2017: "Cerrar los ojos es traicionar el oficio"
El escritor nicaragüense ofrece el premio Cervantes a sus compatriotas muertos en las últimas horas y a los jóvenes que defienden la República. En su discurso recuerda que el escritor es un "testigo de cargo"
Sergio Ramírez recibe el Premio Cervantes 2017 por su trayectoria literaria. / ATLAS
Alcalá de Henares
Un lazo negro en su solapa es discreta muestra del luto que Sergio Ramírez siente y que no quiere dejar de proclamar. El lazo es un símbolo que refleja lo que ha puesto en palabras que no ofrecen la posibilidad de una vaga interpretación. Antes de comenzar su discurso, ha querido dedicar el Premio Cervantes a los nicaraguenses "que han sido asesinados en los últimos días en las calles por reclamar justicia y democracia y a los miles de jóvenes que siguen luchando con solo sus ideales porque Nicaragua vuelva a ser República".
Imposible entender al escritor Sergio Ramírez si no se comprende su vida. Imposible entender al comprometido Sergio Ramirez sin una obra en la que la poesía siempre aparece porque "es inevitable en la sustancia de la prosa". El primer Premio Cervantes de Centroamérica, se confiesa poeta, que "es una manera de saludo en las calles, de acera a acera" porque todos los habitantes de Nicaragua sienten la poesía como propia por "la formidable sombra tutelar de Rubén Darío, quién creo nuestra identidad, no sólo en sentido literario, sino como país". "Todos somos poetas de nacimiento, salvo prueba en contrario”, proclama convencido desde un principio, aunque reconoce a renglón seguido que "no todos en Nicaragua escriben versos".
Nicaragua. Siempre presente en su vida y en su obra y, en consecuencia, inevitable en el discurso pronunciado durante la ceremonia de entrega del Premio Cervantes. "Curioso que una nación americana haya sido fundada por un poeta con las palabras, y no por un general a caballo con la espada al aire", sostiene Sergio Ramírez. Nicaragua, que es Centroamérica, "región marcada a hierro ardiente en su historia por los cataclismos, las tiranías reiteradas, las rebeliones y las pendencias". Centroamérica "es el Caribe, ese espacio de milagros verbales donde los portentos pertenecen a la realidad encandilada y no a la imaginación, a la que sólo toca copiarlos". Y en el Caribe, "toda invención es posible, desde luego la realidad es ya una invención en si misma", concluye.
Centroamérica. Nicaragua. O lo que es lo mismo, Rubén Darío. Según el Borges citado por Sergio Ramírez fue "el Libertador" porque todo la cambió, "la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores". Rubén fue quien "devolvió a la península una lengua que entonces resultó extraña" fruto de su "triple mestizaje". Y quien de muy pequeño descubrió en un armario de la casa en la que pasó su infancia un Don Quijote. "desde aquel viaje, Rubén ya nunca abandonaría a Cervantes, que se convierte en modelo suyo, literario y vital".
Y el autor de El Quijote. "Frente a la locura que pasma, Cervantes no se inquieta; se ríe de manera sosegada, sin dejarse ver por el lector, y al tomar distancia de ese mundo estrafalario con la risa, que esta lejos de ser una risa malvada, o jayana, nos enseña a ser compasivos, y nos acostumbra a contemplar con naturalidad la maravilla", dice Ramírez.
Fue su madre, Luisa Mercado, quien le enseñó a leer El Quijote y también obras de clásicos como El Arcipreste, el Marqués de Santillana, Jorge Manrique, Lope y Quevedo. Y fue su abuelo, Teófilo Mercado, quien construyó la mesa en la que escribe. "Cervantino y dariano, ato mi escritura con un nudo que nadie puede cortar no desatar. Un nudo de palabras en mi oído desde la infancia, amamantando en una lengua híbrida que traía los viejos sones del siglo de oro represados en la arcaica arcadia verbal campesina, y entreveradas a estas palabras, que brillaban como gemas antiguas entre el polvo de los siglos, las de la lejana lengua náhuatl y desde muchos antes las de la lengua madre", confiesa.
- Los otros autores de Ramírez
Narrar es para él un don, y a él se entrega por una necesidad apremiante sin la cual confiesa que no podría vivir en paz consigo mismo. Es una "epifanía de cada día", "un milagro provocado" que es "una y otra vez corregido" y que busca "humildes personajes" que caminan "sin ser advertidos , o sin advertirlo, hacia las fauces que los engullen, víctimas tantas veces del poder arbitrario que trastoca sus vidas, el poder demagógico que divide, separa, enfrenta, atropella. Ese poder que no lleva en su naturaleza ni la compasión ni la justicia y se impone por tanto con desmesura, cinismo y crueldad". "Somos testigos de cargo" y "cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina es traicionar el oficio", concluye.
Javier Torres
Redactor de Política, trabaja en el Congreso y hace seguimiento de Vox. Anteriormente formó parte de...