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Cambio climático

Cambio climático: hay que alejar a la gente de algunas zonas costeras (también en España)

Estamos familiarizados con imágenes de inundaciones en zonas costeras tras un temporal de lluvia, o con casas destruidas por la erosión del suelo después de una tormenta. El número de personas para las que esto es un riesgo real se ha incrementado

Una ola destrozó el pasado domingo un edificio en Tenerife / Cadena SER

Madrid

Todos estamos familiarizados con imágenes de inundaciones en zonas costeras tras un temporal de lluvia, o con casas destruidas por la erosión del suelo después de una tormenta. El número de personas para las que esto es un riesgo real se ha incrementado. Afecta a sus viviendas, a la economía local y, en algunos casos, a sus vidas. El huracán Florence, por ejemplo, forzó a más de un millón de personas en la costa este de los EE UU a abandonar sus casas.

The Conversation

Hoy en día las costas dan soporte a industrias importantes, como la actividad portuaria y el turismo, a la vez que sus poblaciones crecen más rápido que en zonas de interior. Pero las zonas costeras son muy sensibles a los impactos del cambio climático, en forma de inundación y erosión costera, los cuales se prevé que crezcan en alcance, intensidad y frecuencia.

No solo hemos ocupado zonas que de forma natural se inundan y erosionan en ocasiones. También hemos cambiado su configuración natural, lo que incrementa el riesgo de inundación y erosión. Y lo continuamos haciendo, a veces con consecuencias legales graves. Mientras tanto, las políticas públicas parecen no haber sido muy efectivas en la gestión de este problema.

Se sabe que los métodos tradicionales de “ingeniería dura” para la protección costera (rompeolas, diques y muros de contención) causan efectos negativos. A la larga pueden agravar el problema que pretenden resolver. El impacto del Huracán Katrina en Nueva Orleans fue un cruel recordatorio de que las estructuras ingenieriles no son efectivas frente a todas las amenazas ni en todos los casos. Se construyen según un balance entre el nivel de protección necesario y los costes de construcción y mantenimiento.

Las soluciones de “ingeniería blanda”, como la regeneración de playas, ofrecen protección y mejoran la experiencia del usuario. Pero se reducen con el paso del tiempo al continuar la erosión. Mientras tanto, la palabra “protección” da una falsa sensación de seguridad y permite la ocupación de zonas de riesgo, lo que incrementa el número de personas y bienes en estas zonas.

Un problema serio

El cambio climático ha supuesto un cambio de paradigma en la forma en la que se manejan las inundaciones costeras y los riesgos de erosión. En zonas con riesgo bajo se elaboran planes de adaptación para hacer las propiedades e infraestructuras más resilientes.

La adaptación incluye elevar los cimientos en zonas susceptibles de ser inundadas y la instalación de sistemas de drenaje. Otras medidas incluyen hacer las estructuras más resistentes y controlar los tipos de construcciones en áreas con riesgo.

Estas medidas de adaptación tienen un uso limitado o inapropiado en las zonas de alto riesgo. En estas áreas, la relocalización es la única respuesta certera.

Planificar la relocalización o retroceso es problemático. Son muchas las incertidumbres acerca de las predicciones de los impactos del cambio climático, y esto hace que su planificación sea una tarea compleja.

El término incertidumbre no es, en sí, un concepto fácil de ser incorporado en la gestión y planificación costera. A pesar de que en algunos sitios los efectos de la subida del nivel del mar son ya evidentes, aún es difícil asegurar cómo de rápido y cuánto subirá.

Del mismo modo, existe todavía una gran incertidumbre sobre cuándo y dónde ocurrirá la próxima supertormenta y cómo de intensa será. Inevitablemente, aquellas áreas que ya han sido afectadas por eventos de erosión o inundación volverán a serlo. La pregunta es cuándo y con qué virulencia.

El Huracán Florence se mueve hacia la costa este de los EEUU. NOAA

Relocalización

A pesar de estos problemas, la relocalización se adopta cada vez más como estrategia de adaptación. Existen algunos casos de aplicación exitosos a nivel local. Uno de ellos es el Twin Streams en Auckland (Nueva Zelanda), donde la relocalización (mediante la compra de 81 propiedades) ha proporcionado espacio para crear jardines comunitarios y carriles bici en los que se plantaron 800.000 especies autóctonas. Esto fue posible con la ayuda de voluntarios que se involucraron con más de 60.000 horas de trabajo.

Aunque no en la costa, la ciudad de Kiruna en Suecia muestra que cuando el riesgo es alto, la planificación a largo plazo posibilita la relocalización a gran escala.

Esta ciudad está en riesgo de colapso debido a la actividad minera. Durante 20 años, más de 18.000 residentes del centro serán reubicados en un nuevo centro urbano a 3 kilómetros del anterior. Su diseño es más sostenible, eficiente y tiene mejores opciones para acoger actividades culturales y de socialización. Los residentes locales se involucraron ayudando a identificar 21 edificios patrimoniales que quieren trasladar a la nueva área.

Kiruna, la ciudad más norteña de Suecia. Tsuguliev/Shutterstock.com

Los franceses han puesto en marcha la primera estrategia nacional centrada en la relocalización en áreas de alto riesgo en la costa.

La legislación francesa obliga a las autoridades locales a desarrollar planes para el 2020 en los que se identifiquen áreas con riego grave de inundación o erosión costera, e indiquen qué necesita ser reubicado y cómo (incluidas las fuentes de financiación). Se han seleccionado cinco áreas piloto para probar cómo la estrategia podría implementarse a nivel local. Dos de éstas áreas tienen enfoques y resultados desiguales.

En Lacanau (uno de los destinos surferos más populares del Golfo de Vizcaya) la erosión costera está amenazando el sector turístico. A pesar de una inicial oposición pública, el desarrollo de un plan local ha resultado bastante positivo, debido fundamentalmente a la inclusión de los vecinos en el desarrollo del proyecto. Se creó un Comité vecinal para actuar como órgano de consulta, y todas las decisiones se comunicaron en foros de discusión abiertos. Esto facilitó la comunicación transparente de todos los aspectos técnicos, legales, financieros y sociológicos.

La experiencia de Ault (en el norte de Francia) es menos positiva. El plan de reducción de riesgos identificó una zona de alto riesgo que se extendía 70 metros al borde de un acantilado. Se decidió no permitir nuevas construcciones en la zona y se impusieron restricciones a la mejora de las 240 casas existentes. Esto forzaría la relocalización si las propiedades resultaban dañadas por inundación o erosión costera.

En mayo de 2018, un grupo de residentes ganó un caso judicial. El juez consideró ilegal el plan, levantando las restricciones impuestas a la renovación de las propiedades existentes hasta que se redacte un nuevo plan.

Los acantilados de Ault, Francia. Massimo Santi/Shutterstock.com

En España, tal y como demuestra el informe sobre los efectos del Cambio Climático en la Costa, la vulnerabilidad frente al cambio climático es alta. Esto se refleja año tras año en noticias de casas destrozadas por los temporales y daños a infraestructuras y servicios que se reparan a contracorriente.

La Estrategia de Adaptación al cambio climático, surgida tras la aprobación de la nueva Ley de Costas (Ley 2/2013), contempla entre sus medidas el retroceso. Este toma forma mediante la adquisición de terrenos, migración de marismas, la relocalización de actividades, infraestructuras y edificios y la gestión de concesiones. Hasta la fecha solo una propuesta en el Delta del Ebro ha sido objeto de intenso debate entre los actores locales que reconocieron los beneficios en cuanto a reducción de riesgo, pero con reticencias sobre su implantación.

Mientras tanto, son las medidas de protección, como la regeneración de playas o la reparación de infraestructuras, las que dominan las actuaciones hasta la fecha en la costa española. Quizás cabría preguntarse si este enfoque será sostenible en un futuro próximo si consideramos el drástico aumento de población de la costa y los impactos del cambio climático.

Plan Litoral 2017: obras de reparación por temporales. MAGRAMA, 2017.

Involucrar a las comunidades locales

Todos estos ejemplos muestran que involucrar a las comunidades locales desde el origen de cada proyecto es esencial.

Desafortunadamente, la gente se resiste al cambio de forma instintiva, y la relocalización supone un cambio radical respecto al clásico enfoque centrado en estabilizar la costa con ingeniería y luchar contra la dinámica costera.

Nuestros marcos legal y de gestión están pensados para mantener el statu quo. La financiación y la asistencia jurídica para respaldar la compra de propiedades, así como eliminar las infraestructuras que no se consideran habitables, son limitadas.

Pero el debate sobre la necesidad de relocalización está abierto. Las consecuencias y los beneficios del mismo pueden cambiar la percepción de las personas. De hecho, efecto Nimby (No en mi patio trasero, por sus siglas en inglés), muy arraigada en las comunidades costeras, puede cambiar después de experiencias personales de inundaciones o erosión severas. Nuestro entorno está cambiando y no podemos seguir viviendo como en el pasado.

La prevención es siempre menos costosa y más efectiva que poner remedio, sobre todo cuando atañe a la seguridad de las personas. Cuanto antes aceptemos la necesidad de cambiar, menos degradado estará el legado que dejemos a las siguientes generaciones.

Luciana Esteves, Associate Professor, Bournemouth University y Emilia Guisado-Pintado, Profesora Contratada Doctora de Geografía Física, Universidad de Sevilla

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

 
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