El éxodo y las fronteras, en el episodio 10 de 'Crónica 24/7'

Ucrania

Otra vez una frontera. No es la primera vez nos enfrentamos a las imágenes de un éxodo, en un momento de nuestra historia, incluso, lo hemos protagonizado. Nuestro país vio desfilar por las fronteras a nuestros abuelos. Sabemos lo que es el exilio, la pérdida, el desgarro que supone dejar toda una vida atrás.

Desde entonces, ¿cuántos éxodos hemos vivido pensando siempre que es el último? Cercanos o lejanos. Fronteras que a veces se levantan como muros infranqueables o que se abren de par en par, aunque esto suele ser lo excepcional.

Pensamos que el éxodo de los Balcanes sería el último que veríamos, pero luego vimos a los refugiados cruzar a la desesperada las fronteras entre Siria y Jordania o entre Siria y el Líbano. Mientras tanto, miles de personas han muerto intentando cruzar la frontera invisible del mar y del océano. Y de golpe una guerra en Europa. En pleno siglo XXI. Una guerra como las de siempre, no como las que la ciencia ficción había imaginado. Con bombardeos, con sirenas antiaéreas, con refugios, con muertos. Y otra vez la huida, las familias rotas, la desolación, la incertidumbre.

Todo esto lo hemos vuelto a ver en la frontera entre Polonia y Ucrania. Miles de personas, que hace poco más de una semana tenían una vida como la suya.

Y que una semana después cruzan una frontera arrastrando una maleta con una mano y con la otra a sus hijos. Nunca lo imaginaron. "No estaba lista para irme, para dejar todo lo que tenia, teníamos una buena vida, no quería dejar mi casa no quería dejar mi vida, todo lo que tenía allí", decía una ucraniana.

¿Pero acaso alguien está preparado para esto? Nadie en ninguna latitud del planeta está listo para romper con su vida. Para irse con lo puesto, y para dejar atrás, además, la otra mitad de su vida. Porque los refugiados son en realidad, sobre todo, refugiadas, ellas y sus hijos, y, en muchos casos, sus madres. Tres generaciones huyendo. En Ucrania se quedan maridos, padres, hijos y hermanos. ¿Hasta cuando? Esa es la pregunta que nadie puede responder.

Y si en las guerras se ve lo peor del ser humano, se ve también lo mejor. La solidaridad de los ciudadanos de un país, cuyos dirigentes no se han caracterizado habitualmente por su bienvenida a los inmigrantes. No hay un kilómetro de carretera cerca de la frontera que no tenga su puesto de voluntarios para ofrecer ayuda, particulares con coches llegados desde toda Europa, dispuestos a llevarse a quien lo necesite. Una ola de solidaridad que recorre el continente, que ojalá no tuviera que repetirse y que ojalá fuera siempre así.

Desde que llegué a esta frontera intentó imaginarme lo que sienten los que la cruzan, pero es imposible. Nadie que no haya pasado por esto puede imaginarlo, nadie puede ponerse en su lugar. Seguro que si hace algo más de una semana se lo hubiéramos preguntado a ellos, nos hubieran respondido que ellos y ellas tampoco podían imaginarlo. Ni nosotros podemos imaginarlo. Ni siquiera intentando ponernos en su lugar.