El micromentario de Pepe Belmonte: 'Juan Diego, uno de los nuestros'

Murcia

No era de esta región, y tampoco tenía una relación especial con Murcia, aunque, en más de una ocasión, se declaró discípulo y amigo íntimo de Paco Rabal, pero siempre me dio la impresión de que era uno de los nuestros.

Juan Diego Ruiz Moreno, cuyo nombre artístico era el de Juan Diego, para qué más siendo un actorazo hasta su muerte, acaecida hace unos pocos días, nos tocó a todos el corazón con sus soberbias actuaciones, en películas como La noche oscura, de Carlos Saura, en donde encarnó el papel de san Juan de la Cruz–el místico español que escribía sus versos de rodillas–, o Los santos inocentes, de Mario Camus, en la que lo borda cuando hace de señorito Iván, el malvado que se carga de un escopetazo a la Milana Bonita de Azarías.

Tuve la suerte de conocer a Juan Diego y estar con él durante un par de días en un curso de verano, celebrado en Águilas, en el que rendíamos homenaje, precisamente, a un Paco Rabal, que acababa de marcharse para siempre.

Durante una de las comidas, le confesé a Juan Diego que la primera vez que fui al teatro pude disfrutar con El lindo don Diego, comedia de Agustín Moreto, que representaban en Madrid. No había acabado de contarlo, cuando el propio Juan Diego, se puso de pie y, como si estuviera en éxtasis, comenzó a recitar algunos versos de la obra que, treinta años después, aún se sabía de memoria: “Al mirarme todo entero,/ tan bien labrado y pulido,/ mil veces he presumido/ que era mi padre tornero”.

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Pero la anécdota más increíble que contó allí, durante ese almuerzo, ocurrió en su pueblo, en Bormujos, provincia de Sevilla. Juan Diego fue invitado al estreno de Los santos inocentes, y a finalizar la película, en vez de ser aclamado por sus paisanos, que era lo propio, todo el mundo, por el papel de señorito vividor y perverso que había interpretado, se volvió contra él a base de amenazas e insultos, con lo que tuvo que salir a escape para evitar males mayores.

Sé que Juan Diego, que siempre fue un artista de raza, como la copa de un pino, no tomo a mal el gesto, y nunca les guardó el más mínimo rencor a los que en su día habían sido sus vecinos.

Pepe Belmonte