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365 días de Hermandad y un día de Cofradía

La opinión de Lola Fernández

14.04.25 Lola Fernández

14.04.25 Lola Fernández

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Morón de la Frontera

El Soberano hizo patente su fuerza en las calles de El Pantano, su barrio, donde se siente arropado por tanto cariño acumulado por todos los que van a verlo y cada Viernes de Dolores.

Estrenaba túnica del color de sus ojos, los más bonitos, los que te cautivan y te llaman a la oración y a las peticiones.

El viernes, el Señor, majestuosamente, recorrió las calles del pantano con la medida exacta de los pasos que lo llevan sobre sus hombros.

Los mismos que llevaban a su Madre, Virgen de los Ángeles, ella, en su dolor de la Cruz, brilló con la luz del sol, en una tarde primaveral dejando tras de sí, la estela un manto, donado, por unos hermanos que hacen grande el patrimonio de la hermandad.

El azahar de los naranjos fue rozando el palio de la Virgen, queriendo encontrarse con su rostro doloroso, cerrando el triunfo de la víspera.

Volvimos a buscar en los cajones de nuestras almas, el recuerdo de otras estampas, fotografías exactas de momentos que se quedaron en la retina del tiempo, volviendo la mirada atrás, donde la gloria se toca, viviendo plenitud en los días, por ver al Señor y a su bendita Madre por las calles de nuestra ciudad.

Y en el comienzo de la Semana Santa, con unos momentos de incertidumbre, La Borriquita, el Santísimo Cristo de la Bondad, se hizo presente en el Domingo de Ramos, en la mañana de la luz, en la mañana de la fe.

Los poquitos rayos del sol de la mañana, tímidamente quisieron tocar su mano y aferrándose a ella quisieron que todos sus nazarenos blancos e inmaculados, pudieran hacer estación de penitencia, estrenando la Semana Santa en su primera venia pedida, la de Mencía, dejando patente que los niños no solo se acercan a Dios, sino que lo acompañan para no abandonarlo a lo largo de sus vidas.

Y así, con los ojos iluminados del corazón volvimos a encontrarnos con Dios en la mañana del Domingo de Ramos, en ese mar de pupilas encendidas, los nazarenitos de armiño que con sus primeras palmas envolvían al Señor de la Bondad, en su pasear con las luces de la primavera, abrían la Semana Santa de Morón.

Pero de nuevo, con dolor cerramos un Domingo de Ramos sin la presencia completa de Jesús Cautivo por su feligresía, ni la serenidad plena de la Virgen de la Paz, siendo faro en la tormenta recogiendo a todos bajo el crucero de la Iglesia de San Miguel, meciendo las preces del Domingo de Ramos en una lluviosa anochecida.

Volviendo a recoger las mismas palabras del año pasado, cuando en la calle se hizo presente la lluvia, esa lluvia que lo sentencia todo, la del tiempo y las lágrimas juntas, aprendimos a que no todo está en nuestro control, por eso, dejemos a Dios ser Dios, no preguntemos cuando va a llover…

Lloverá cuando Dios quiera…

 

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