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¡Adios mercado!

Una verja con muchos barrotes se encarga de recordar al paseante que vaga por la plaza de López Allué que ya nadie puede entrar al mercado. Las dos únicas tiendas que hasta hace unas horas funcionaban han recogido por última vez, han hecho una limpieza algo más profunda que todos los días, y han echado el cierre ya para siempre. La señora María, y doña Asunción, que tenían por costumbre ir a por la carne recién traída del matadero todas las mañanas, de paso que pasaban revista al barrio y hablaban de lo ruidosos que son los jóvenes con José Luis, el carnicero, van a esperar a pasado mañana para ir al supermercado. No tiene mucho sentido ir más lejos todos los días por cuatro filetes.

La desaparición del mercado quizá comenzó cuando a alguien se le ocurrió derribar el viejo edificio de madera, que entronado en la plaza, le daba solera y nombre a nuestra plaza mayor. La plaza del mercado, que tras perder su edificio perdió su nombre también, en favor del insigne López Allué. Pero en la sabiduría popular, los nombres no se cambian fácilmente.

Un mercado nuevo, de fluorescente, adaptado a las nuevas necesidades y normativas, con cámaras frigoríficas y parafina para envolver, con un rótulo que ponía MERCADO MUNICIPAL sustituía a ese foro en el que se daban cita la gente de la comarca, los hortelanos de Huesca, los ciudadanos, las criadas, los carros, los animales.

El otro eslabón de la cadena del cierre ha sido la mujer. La mujer que antes, entre sus quehaceres, tenía el ir a comprar al mercado, y allí, el aliciente de encontrar la conversación junto al mejor producto al mejor precio. Esa mujer se ha convertido en una que lo único que quiere comprar es tiempo: compra rápida de alimentos rápidos.

Y poco a poco, esa plaza, ese mercado, se han ido vaciando. Y alguien tenía que hacerlo. Alguien le tenía que dar la puntilla, alguien tenía que hacerlo definitivo.

La última obra del nobel Saramago ya habla de lo insaciable de los centros comerciales devorando al artesano, a los pequeños. Aquí es el turismo, el que llenara el hueco que deja toda una filosofía de vida, de entender el comercio, de confianza y conversación.

Una nueva página que pasamos todos a esa historia con minúsculas, a esa intrahistoria nuestra. Una página en la que---- lo que es la vida---- también se da el adios la gran amiga del mercado, la que tanto ha rodado por su suelo, la que ha ido de mano en mano, la que tantos comentarios, alguna alegría pero sobre todo disgustos ha dado. La peseta.

Que no es culpa de nadie y es culpa de todos, que da pena que lo cierren, que se va algo nuestro, y que en el fondo de la memoria, cada uno echa el candado a los recuerdos y a los olores que alguna vez le unieron a este mercado.

Lo que nos queda ahora es seguir leyendo, intentando desentrañar qué es lo que nos va a deparar la siguiente página de este extraño libro que escribimos cada uno con todas estas pequeñas cosas.

 
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