Monarcón o macarrón

Asturias

Supongo que lo normal es que todos estemos enfermos y que nos hayan contado, o hayamos entendido, que es lo peor, la vida al revés: que todos estamos como rosas o como el capullo de la rosa. Ya decía Salinas, Pedro, no el organista de fray Luis, que no se fiaba de la rosa de papel, ni de la otra, la rosa verdadera, sino del redondo seguro azar. Pues si le hacemos caso al aprendiz o aspirante al trono de Unamuno, estamos aviados.

De un tiempo a esta parte, lo extraño es estar sano. Como en la inmensa, excelsa novela de la gran Carmen Martín Gaite, donde lo raro es vivir. ¿Qué verbo este, eh, vivir? Y no hay peceerres ni test de antígenos que confirmen si estamos en condiciones de servir, de servir para algo. Algunos como el rey, uno y otro qué más da, sí están seguros de que se sirven, valen, aprovechan, utilizan, usan, interesan, recurren. La lista de verbos está tomada de una de sinónimos.

Así que así, cuando va llegando junio, esto se parece cada vez más a los años 20 de hace un siglo en que un monarca dejó, trastocó, el mando de su poder, camino de un conflicto aún no resuelto, a un dictatorón. Y el actual rey o monarquín cede a un monarcón el hago lo que me da la gana. Monarcón. O macarrón. Menos mal que esta vez no va bajo palio. ¿O sí? ¿Será entonces todo el dosel, baldaquín o resguardo de una historia en la que todos estamos enfermos?