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El patrimonio de Carlos Ruiz

No fue el talentoso ni el más brillante, pero en la defensa de este escudo no le ganó nadie «como si fuera un guanche de este tiempo»

Santa Cruz de Tenerife

Cuando pase la página del sábado y Carlos Ruiz escriba el último episodio de la obra maestra de su carrera, que ha sido su ejercicio de fidelidad y tinerfeñismo, no quedará solo el legado de sus partidos, derbis, goles (alguno de ellos inolvidable), proezas, triunfos de leyenda y derrotas sin consuelo. Deportista intachable, futbolista modélico y capitán ejemplar, el de Baza ha logrado lo más difícil. Ha sido trascender en el recuerdo y el imaginario colectivo, quedarse en la historia, descansar su carrera en una sala VIP en la galería de nuestros héroes blanquiazules.

El legado de Carlos no serán los partidos (a los 286 llegará este sábado) ni las temporadas, diez. El patrimonio del batestano será otro: haber conquistado la unanimidad en el elogio, el orgullo de la patria blanquiazul y la satisfacción colectiva por tenerle a él por representante nuestro. Si Ruiz estaba en la hierba, el compromiso estaba garantizado; si el 14 estaba en el once, estaban a salvo la honra y el escudo.

Llegó de puntillas, sin hacer ruido (nunca lo hizo) y con el tiempo nos enseñó que estaba dispuesto incluso a partirse la cara (no es una expresión hecha) para proteger los intereses blanquiazules como si fuera un guanche de este tiempo. Ganó partidos, nos ganó a todos y se ganó para sí mismo la etiqueta merecida de futbolista monumental. No era el más talentoso ni el más brillante; sí posiblemente habría ganado todas las comparaciones si lo que se midiese fuese la intensidad de su defensa, el carácter aguerrido, la raza blanquiazul y la lucha innegociable.

Era junio de 2013 y los periódicos de la época imprimían su nombre por vez primera en Tenerife: Carlos Ruiz Aranega. Un perfecto desconocido para la afición blanquiazul del que se sabía entonces solo que había ascendido. Lo había hecho en el Heliodoro, paradojas del destino, escenario luego de sus hazañas más felices. Se va diez años más tarde y puede hacerlo con la satisfacción del deber cumplido. No hablo del otro ascenso (a Primera) que se le escapó dos veces y mereció con creces; me refiero a un éxito más universal: el de ser respetado y venerado por todos sin excepción. Fue un orgullo, capitán, que vistieras estos colores.

 
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