Un tasa sobrevalorada
La tasa turística se ha convertido en un codiciado objeto de deseo para algunas instituciones públicas, que tienen al frente a dirigentes sensibles a las movilizaciones sociales. La mayoría de empresarios considera, sin embargo, populista la medida, que ya se aplica en otros destinos sin desincentivar por ello la llegada de visitantes. Desde esta perspectiva, parece desproporcionado el ruido en torno a si es conveniente o no implantarla. Otra cosa es a qué se destine la potencial recaudación.
Lo cierto es que desde que la protesta ciudadana puso el foco en reivindicarla, la clase política anda deshojando la margarita sobre si debe o no dar el paso definitivo. Tal y como están las cosas, no parece que una tasa autonómica termine por implantarse y hay dudas sobre la propuesta de que lo haga algún cabildo insular. Solo un ayuntamiento, Mogán, se ha liado la manta a la cabeza y no ha esperado por el placet de nadie para implantarla.
En cualquier caso, una tasa turística no es, en modo alguno, una herramienta que vaya a modificar nada sustancial del actual modelo turismo. Está, en este sentido, sobrevalorada.