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Sobre el Papa nuevo

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El enfoque de Francisco Pomares

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Bastaron cuatro votaciones para que el Espíritu Santo lograra el consenso necesario para elegir al sucesor de Francisco. El cardenal Prevost era la solución práctica, previsible y profundamente bergogliana que muchos intuían… lo que han votado los miembros más jóvenes del colegio cardenalicio, los cardenales del Papa Francisco, no es solo un nuevo pontífice, sino un modelo de continuidad, con acento pastoral y una trabajada obsesión por el equilibrio, el diálogo y el encuentro.

Prevost no es un outsider ni un tapado. Es, de todos los purpurados presentes en el cónclave —los elegibles—, el perfil que encarna mejor la herencia de su jefe y colega Francisco: misionero agustino, obispo en el Perú más profundo, políglota —habla seis idiomas con fluidez, como su predecesor—, sensible a los dos principales problemas del planeta —afrontar la pobreza y la emigración, y frenar el calentamiento global—, y con una hoja de servicios absolutamente impecable, que le mantuvo obediente incluso cuando fue obligado a trabajar en la maquinaria vaticana. Su vocación, nacida lejos del mármol, se hizo fuerte entre comunidades rurales, selvas y barrios marginales, donde el Evangelio se predica más con los pies que con encíclicas. Ahora, con 69 años, se ha convertido en el primer Papa nacido en Estados Unidos, aunque comparta el pasaporte azul con una nacionalidad peruana adoptada casi como una declaración. Prevost es el símbolo perfecto de esa Iglesia global, mestiza y prudentemente reformista que Francisco quería.

Pero la elección del nuevo Pontífice no se explica solo por su biografía. También hay que hacer una lectura geopolítica inevitable. En un mundo marcado por el ascenso del radicalismo —incluido el que se disfraza de religión—, la Iglesia ha querido marcar un contrapunto al trumpismo global. En lugar de cerrar filas con las preocupaciones de Europa o mirar hacia el África emergente, los cardenales han apostado por un Papa norteamericano, sí, pero de la parte pobre y periférica de América. No un arzobispo neoyorquino, sino un misionero de Chiclayo, defensor de la Iglesia sinodal.

Prevost no es un Papa improvisado. Es un Papa pensado. Colocado por Francisco en el lugar preciso para conocer y tratar a todos y cada uno de los electores. En enero, Bergoglio le nombró prefecto de la Congregación de Obispos, y era el encargado de seleccionar a los nuevos. Influyó en la elección papal de los cardenales, y fue elegido por ellos para cumplir la doble misión de mantener el espíritu de Francisco en la Iglesia e intentar frenar desde Roma el avance del radicalismo en su país natal.

No es poco, eso. Ni tampoco es casual. En tiempos de ruido y furia, con un mundo en guerra, instalado en el prólogo de más guerras, el Vaticano ha querido contar con un pastor silencioso, capaz de escuchar. En este tiempo de hoy, saber entenderse con los demás es quizá la forma más valiosa de ejercer el liderazgo.

 

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