Morir con dignidad. La última lección del Papa Francisco
La firma de opinión del traumatólogo y presidente del Colegio de Médicos de Albacete, Blas González

Firma de opinión de Blas González en Radio Albacete / Cadena SER

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'Morir con dignidad. La última lección del Papa Francisco', la firma de Blas González
En las últimas semanas, el mundo ha asistido con el corazón encogido a la silenciosa despedida de un hombre que ha sabido ser profeta de buenas nuevas hasta los confines del corazón humano agredido por la enfermedad.
El Papa Francisco, con su humildad constante y su amor sin condiciones, ingresó en el hospital no como un pontífice que se aferra al poder, sino como un anciano sabio conocedor de que su última misión no era ya predicar con palabras, sino con su cuerpo frágil, su silencio sereno y su mirada tierna.
Según los médicos que le atendieron, durante su ingreso en el hospital Gemelli de Roma por una insuficiencia respiratoria aguda, “las terapias farmacológicas, el suministro de oxígeno y la respiración mecánica no asistida hicieron que registrase una lenta pero progresiva mejoría haciendo salir al Santo Padre de los episodios más críticos». Desde la cama del hospital, nos regaló sus últimos gestos de ternura y de dignidad. No hubo discursos grandilocuentes, ni comunicados solemnes: hubo gestos.
Después de 37 días ingresado salió a uno de los balcones del hospital y, durante apenas dos minutos y con evidentes dificultades para respirar, saludó a los fieles congregados. Aunque no estaba previsto, tuvo unas breves palabras de gratitud e impartió una bendición apostólica, con una sonrisa y el pulgar levantado. Los presentes, conmovidos, respondieron con aplausos y vítores. Antes de llegar a Santa Marta, su residencia habitual, el papa Francisco quiso hacer una breve visita a la Basílica de Santa María la Mayor para rezar.
“Morir con dignidad es vivir hasta el último aliento con fidelidad”, escribió el Cardenal Martini. Y Francisco, hasta el fin, fue fiel a los ancianos olvidados, a la verdad sin maquillajes. Su empeño por dignificar la vejez ha sido una constante en su pontificado. “Los ancianos son el presente y el futuro de la Iglesia”, afirmó en más de una ocasión. Y hoy, su muerte serena y lúcida se convierte en la más elocuente defensa de esa dignidad tantas veces cuestionada por un mundo que idolatra la juventud y esconde la fragilidad.
Gracias a quienes le cuidaron con ciencia y con cariño en sus últimos días, Francisco pudo mostrarnos que el final de la vida no tiene por qué vivirse escondido o avergonzado. Fue capaz de mostrar públicamente la vulnerabilidad del ser humano sin perder un ápice de su dignidad.
El domingo de Resurrección pudimos oír en un medio de comunicación al Dr. Sans Segarra recogiendo la experiencia cercana a la muerte de muchos enfermos. Y argumentando la idea de que “la muerte física no es el fin de nuestra existencia”, que “nuestra conciencia perdura más allá de la muerte”.
Y es que, antes de que seamos plenamente conscientes, nuestros mayores... se nos van. Y aún en esos momentos nos siguen dando lecciones de amor sobre cómo vivir la vida y cómo dejarla atrás. Seguramente el Papa Francisco ya estaba preparado y dispuesto para atravesar esa 'Puerta de la Misericordia', cuando nuestro cuerpo, por fin, le da permiso a nuestra alma para volar de nuevo a su fuente, a la fuente de todas las almas, en un abrazo infinito y majestuoso. Para quienes somos creyentes, quien sobrepasa esa puerta, no se nos va. Simplemente, ... se nos adelanta.

Blas González
Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Valencia, Doctor en Medicina y Cirugía Cum Laude...