Circular en bicicleta por Albacete
La firma de opinión del investigador, catedrático de la Universidad de Castilla-La Mancha y director del Jardín Botánico de Castilla-La Mancha, Pablo Ferrandis

'Circular en bicicleta por Albacete', la firma de Pablo Ferrandis
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Comencé a circular en bicicleta por Albacete a mi regreso de Valencia, donde pasé parte de mi juventud. Echando cuentas, son más de 30 años pedaleando por las calles de la ciudad. Las razones que me llevaron a elegir este modo de locomoción fueron varias. Mi sensibilidad ambiental pesó mucho, por supuesto, pero creo que no más que las otras. Les explicaré por qué. Durante mis dos últimos años en aquella ciudad luminosa como pocas, manejé un Seat Panda rojo, con el que llevaba a mis compañeros al naranjal de Sagunto, donde estudiábamos la ecología reproductiva del verdecillo, un pajarillo extraordinario en su sencillez, cuyo canto y vuelo nupciales en los parques y jardines de Albacete me arrancan, todavía hoy, fugaces arrebatos de felicidad. La conducción en Valencia era dura. Resumidamente, diría que era una lucha constante y ágil por ganar el espacio entre el denso flujo de vehículos. Adquirí gran destreza como piloto urbano, que sin embargo veía del todo infrautilizada, para mi desesperación, en el asfalto albaceteño, de tráfico mucho más sosegado. Al pasarme a la bicicleta, recuperé aquella alegría y gracilidad con la que manejaba el Panda valenciano. Y me deshice, de un plumazo, de la crispación del conductor impetuoso en el que la batalla automovilística diaria de Valencia me había convertido. Otra ventaja indiscutible de la bici era y lo es, sin duda, la disponibilidad ilimitada de aparcamiento, recurso que, sin embargo, se torna escasísimo y disputado para los coches en cualquier ciudad. Por lo demás, las distancias y pendientes de Albacete, levantado en un llano y con las dimensiones perfectas para ofrecer una magnífica calidad de vida, son del todo asumibles con los pedales. Además, la bici mantiene en forma mis piernas y corazón. A mi parecer -y esto es una opinión muy personal-, la bicicleta es, junto con el botijo, la navaja y la estilográfica, uno de los más grandes inventos de la humanidad.
Durante estas tres décadas de pedaleo urbano, Albacete ha cambiado mucho. Cuando comencé mi singladura ciclista no había carril bici alguno. Ahora hay una red que, aunque siempre ampliable, se ha extendido a muchas partes de la ciudad. Lo deseable sería que llegara a todos los rincones y que este medio de trasporte se favoreciera y priorizara sobre el motorizado. Albacete, por las características que he comentado antes, invita abiertamente a ello. Pero ya se sabe que a la sociedad nos cuesta cambiar los hábitos. Tampoco usaba yo entonces casco ni luces de posicionamiento para la bicicleta. La experiencia y la cautela, acentuada con la edad, me han hecho corregir estos errores temerarios.
Circular en bicicleta por Albacete es, sobre todo, un ejercicio simultáneo de ambientalismo y urbanidad. Me gusta saber que estoy contribuyendo a ahorrar emisiones de gases de efecto invernadero y a mantener la calidad del aire que respiramos los albaceteños, aunque sea humildemente. Más allá de esto, otro aspecto fundamental es, a mi entender, la cortesía con los viandantes. El carril bici entraña ciertos riesgos. Uno debe circular siempre con los cinco sentidos atentos y anticiparse a cualquier movimiento y trayectoria de los transeúntes. Es muy habitual que algún peatón despistado invada el carril. En estas situaciones, freno anticipadamente, intento no asustar a la persona y, finalmente, le sonrío. Diríase que es una suerte de protocolo de actuación que he interiorizado, aplicando la lógica de otorgar prioridad al más vulnerable. Igual que deben hacer los coches con los ciclistas. Se trata, simple y llanamente, de convivencia.
Hay, además, dos experiencias mediadas por la bicicleta que me fascinan. Una es visitar y recorrer los distintos barrios de Albacete durante los atardeceres de principios de verano. Desde la bici, uno ve, oye y huele la vida en las calles. Así, por ejemplo, he podido admirar una ronda de compadres cantando seguidillas a la guitarra, en la terraza de un bar del barrio de San Pablo, o una reunión multitudinaria de mujeres africanas, con toda su negritud y sus bonitos vestidos luminosos, de tantos colores estampados que llevan, en la Plaza San Juan de Dios. La otra es elegir, al inicio de la primavera, un hierbajo naciente entre las rendijas del pavimento en algún rincón de la ciudad, para visitarlo periódicamente y conocer su destino: crecimiento, floración, fructificación y dispersión de las semillas. Cuando consigue completar el ciclo vital, siento el mismo destello de felicidad que me producen el canto y vuelo nupciales del verdecillo. Les recomiendo circular en bicicleta por Albacete: luce, si cabe, más bonito.
Atentamente les saluda, Pablo de Passo.

Pablo Ferrandis
Pablo Ferrandis Gotor (Albacete, 1966) es Catedrático en la Universidad de Castilla-La Mancha. Licenciado...




