Se acabó el sueño de la Copa y se queda la pesadilla de siempre (1-3)

Valencia

A día de hoy Ernesto Valverde es mil y una veces mejor entrenador que Gennaro Gattuso. Por cierto, qué pena que decidiera dejar de ser el entrenador del Valencia asustado por la prepotencia de Amadeo Salvo. Sí, Salvo no sólo trajo a nuestras vidas a Peter Lim; también fue clave para que Valverde no renovase su contrato.

Pero volviendo al partido, sabiendo el técnico del Athletic la manía de Gattuso de querer sacar el balón jugado desde atrás, planteó una presión asfixiante de todos a por todos que generó varias pérdidas del Valencia (o recuperaciones del Athletic, según como se quiera mirar) que se tradujeron en los dos goles en los que Iñaki Williams asistió a su colega Iker y a su hermano Nico. En medio, el verso libre que es Diakhaby sacó petróleo de una galopada que De Marcos se metió en propia puerta.

Porque eso, el Valencia no tiró a portería en todo el partido. Bueno, una falta a dos kilómetros por hora de André Almeida en el minuto 85 que la para hasta mi tía Carmen (todos tenemos una tía Carmen para expresiones así, aunque realmente no exista). Este equipo da una de cal por diez de arena, y así la cosa pinta beige oscuro tirando a negro.

Pero quitando de la ecuación a Gattuso, que tiene carencias evidentes, pero tiene entre manos lo que tiene, el Valencia se está asomando cada vez más al precipicio. Y ojo que no se resbale. La plantilla que tuvo Javi Gracia era infinitamente peor que la que tenía Marcelino García Toral (Parejo, Rodrigo, Ferran Torres, Coquelin, Kondogbia) y la que tiene Gattuso es bastante peor que la que tenía José Bordalás (Carlos Soler, Guedes). Vamos, que la plantilla es cada vez más limitada, por no decir mediocre, y aunque el fútbol no son matemáticas, cuando tienes peores jugadores que los demás, lo normal es que quedes cada vez más abajo.

Y ya van varios años en los que parece que va a venir el lobo. De momento no ha venido, pero en el cuento al final acaba viniendo y se come a todas las ovejas. Esto no es un cuento, pero sí una pesadilla. Y cuento y pesadilla no son palabras antónimas ni mucho menos.