El palacio de Berbedel
En 'La València Olvidada', Francisco Pérez Puche nos desvela la historia que hay detrás del palacio de Berbedel, en la plaza del Arzobispo
La València Olvidada: palacio de Berdebel
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València
Nos acercamos hasta la plaza del Arzobispo, hasta la puerta del Museo de la Ciudad, porque se cumplen 50 años de la compra de este elegante palacio, el que llamamos de Berbedel o del marqués de Campo. Un hermoso edificio, que vale la pena conocer, que estaba abandonado en 1974 cuando el Ayuntamiento de Miguel Ramón Izquierdo decidió protegerlo de la ruina y comprarlo con fines culturales.
Está situado en una de las plazas más tranquilas y elegantes de la ciudad. Con un pequeño estanque y árboles. Es una de mis plazas favoritas, a la que ahora mismo están llegando coches de caballos y dos automóviles incluso. Los chóferes y lacayos ayudan a descender a unas damas elegantes, vestidas de largo y con grandes sombreros que parece que van a una fiesta de sociedad. Seguramente a tomar el té… A la puerta del palacio, el personal de la casa está recibiendo a las visitas en medio de grandes cortesías.
Y es que me gustan las fiestas de sociedad que ayudan a recrear el ambiente de la Valencia antigua y olvidada. Y esta tarde de noviembre de 1910 hay fiesta porque mañana se va a celebrar una boda de la mayor importancia en el palacio de Ripalda, el que está cerca de los Viveros. En ese romántico castillo "de pega", que parece de cuento medieval, se va a casar María Antonia Dupuy de Lome, la sobrina de la señora condesa de Ripalda, con el joven y apuesto José de Prat y Dasí, que es hijo de los condes de Berbedel. Y aquí, en su casa, es donde se exponen los regalos que están recibiendo.
Las Provincias, en su edición de esta mañana, dice que lo que se ha expuesto es “un verdadero museo de joyas y preciosidades artísticas, ofrendas de amistad de las numerosas familias que se honran con el trato de los señores Prat y Dupuy de Lome”. Aquí está el collar y los pendientes que el novio ha regalado a la novia y la sortija con brillantes que ella le ha obsequiado a él; la diadema elegida por los condes para su hija política y el reloj de oro con escudo grabado con que don Federico Dupuy, que ya sabéis que ha sido senador, obsequia a su yerno…
La casona es por lo menos del siglo XV y ha ido tomando muy distintas formas en manos de diversos propietarios. En el plano del padre Tosca la casa ya se podía ver con claridad. Por entonces era propiedad de los duques de Villahermosa; pero después lo compró un emigrante que volvió rico del Perú. Es una larga historia: después de la Guerra de la Independencia, cuando los valencianos derribamos el Palacio Real, fue cuando el Ejército lo alquiló para que fuera sede de Capitanía, hasta que se trasladó al convento de Santo Domingo, en la plaza de Tetuán.
Al quedar libre, ¿quién lo compró? Pues el hombre que lo podía comprar todo, el riquísimo banquero, el marqués de Campo. Fueron los años en que estaba empeñado en construir para València el primer ferrocarril. Durante bastantes años, el marqués de Campo tuvo dos suntuosas residencias: esta y la de Madrid.
Más tarde, en 1875, el marqués de Campo la dejó. Y fue cuando el palacio pasó a manos del conde de Berbedel, que puso en marcha importantes reformas más tarde, en 1909, cuando su hijo, José Prats y Dasí que hemos mencionado, fue un pollo casadero.
En LAS PROVINCIAS podemos encontrar una crónica de sociedad, de marzo de 1910, que informa de todo lo que necesitamos saber. Por ejemplo, todo el suelo era de mármol. Los zócalos, de maderas nobles. Todo rebosaba lujo y calidad artística. La crónica, claro, explica nada más que la parte de recibir, no la privada. Pero detalla la nobleza de la antesala, el salón Luis XVI, el fumoir, para era la sala de fumadores. Y la sala de billar, la gótica, el Salón Imperio y el Salón de Baile, con espejos enormes y cristales de Bohemia. Y desde luego, con un puff, el sofá circular donde las damas, cansadas de bailar, se sentaban y decían eso mismo: ¡pufff!
Pero aún hay más: la Sala Árabe, el Oratorio y La Serre. Que es el invernadero, el delicado lugar donde crecen las plantas protegidas durante el invierno; el lugar donde las damas se reúnen para hablar de sus cosas y los caballeros van a cortejarlas. Y es que todo estaba previsto en las casas nobles: por si había pecado, La Serra estaba cerca de la capilla, por si había algo que perdonar… Todo, junto al comedor, elegante, grande, puesto de tapices y espejos. Nos preguntamos dónde están los novios, dónde está José Prat.
Se casaron, como queda dicho, en la capilla de ese palacio de Ripalda, tan romántico, el 24 de noviembre de 1910. Y allí se ofreció el banquete, y se hizo el gran baile del rigodón en honor de los desposados. Que emprendieron viaje hacia Benicàssim, donde la familia tenía una elegante villa, y más tarde hacia Barcelona y París.
Por lo que parece, el viaje fue muy bien. Porque en la siguiente escena de palacio, también tomada de los ecos de sociedad, ya estamos en Navidad y los contrayentes van a regresar para la Nochebuena. Es el momento en que el conde de Berbedel invita a todas sus amigos a la Misa de Gallo, que tenía un ritual antiguo y muy especial.
Según la crónica, se empezaba con la recepción, a las once de la noche, para pasar luego, a las doce en punto, a la capilla, donde se celebraban tres misas. No una, no: tres. Las misas del Gallo. Es a continuación cuando se servía una cena fría, sencilla, consistente en pavo trufado, jamón de York y unos cuantos emparedados. Nada excesivo, como se puede comprobar. Luego unos helados, te, pastas, etcétera, con vinos y champán. En esa noche ya estuvieron en casa los felices casados, que estaban estrenando la parte del entresuelo del palacio, destinada a “nido de amor”.
Sin duda, fue una Nochebuena preciosa, porque al tener capellán en la casa hubo licencia de baile. De modo que Julia Trénor cantó al piano e Isidra Puig de Lome interpretó unas arias y hubo baile hasta casi el amanecer.
Esa vida tan elegante, por desgracia, se cortó muy pronto, en los tiempos duros de la I Guerra Mundial. El último propietario de la casa fue el hijo de nuestra feliz pareja: Federico de Prat y Dupuy de Lome, el decimotercer vizconde de Viota de Arba y nieto del conde de Berbedel. Lo que ocurre es que en 1937 el palacio fue confiscado por el gobierno republicano y utilizado como sede del Ministerio de Sanidad: la plaza del Arzobispo se llamó entonces plaza de los Trabajadores. Al finalizar la guerra fue devuelto a sus legítimos propietarios en un estado muy diferente del antiguo, despojado de todas aquellas viejas riquezas y venido a menos.
Y fue en 1973 cuando fue puesto en venta y el Ayuntamiento, que lo protegió como bien de relevancia local, lo compró para destinarlo a Museo de la Ciudad. En tiempos de la alcaldesa Clementina Ródenas fue inaugurado, el 3 de noviembre de 1989, transformado por el arquitecto Manuel Portaceli, aunque luego se han hecho algunas pequeñas reformas más. Convertido en pinacoteca del Ayuntamiento, en él se exponen pinturas y obras de arte que hasta entonces se hallaban dispersas por distintos edificios. Y también es usado como sala de exposiciones temporales.
Texto: Francisco Pérez Puche.
Quique Lencina
Filólogo de formación y locutor de profesión, actualmente forma parte del equipo digital de Radio Valencia...