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La València Olvidada: el embajador Vich (por Paco Pérez Puche)

Hoy nos acercamos a la esquina de la calle de Santa Irene con la del Embajador Vich, una vía antigua, bastante estrecha, para hablar precisamente, del personaje que da nombre a la calle, del embajador Vich…

La València Olvidada: El embajador Vich (11/09/2024)

La València Olvidada: El embajador Vich (11/09/2024)

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València

Estamos concretamente en la esquina de la calle de Santa Irene con la del Embajador Vich, una vía antigua, bastante estrecha, que, justo ante el casal de la falla del Tío Pep, se ensancha un poco, para dar acceso a un edificio más moderno que los restantes y a otro, dedicado por completo a estacionamiento. Paco Pérez Puche nos habla del personaje que da nombre a la calle, del embajador Vich.

Hay que reconocer que la calle es un poco fea: sin comercio, desangelada, con algún local de aspecto siniestro… Por otra parte, esa manzana de la Unión Gremial, con aire de los años setenta, no encaja con la arquitectura de la zona. Y el edificio garaje de la plaza tiene aspecto de búnker...

Pero nuestra misión es la de recordar a don Jerónimo Vich y Valterra, el embajador Vich. Que fue nada menos que representante diplomático de España ante el Papa; primero por encargo del rey Fernando el Católico, y más tarde por encomienda del rey Carlos I de España y V de Alemania. Estamos hablando de un periodo que va desde 1507 a 1520, años que son de extraordinaria importancia para la historia de una España que está ampliando sus horizontes en las nuevas tierras de América. Calixto III y Alejandro VI, los dos papas valencianos, han dejado en Roma una profunda huella y a don Jerónimo Vich le toca representar al rey ante otros dos papas “de armas tomar”, nunca mejor dicho. Porque tanto Julio II, della Rovere, el pontífice que todos los días dicen que reñía con Miguel Ángel por la Capilla Sixtina, como su sucesor, León X, de la familia Médici, fueron papas que lucharon al frente de sus tropas como cualquier otro monarca de su tiempo: espada en mano.

Fueron tiempos revueltos, años de luchas y tensiones europeas, donde los embajadores se pusieron a prueba.

Don Jerónimo tuvo que trabajar, por ejemplo, para inclinar la balanza internacional con el fin de que Carlos V fuera coronado como emperador. Son los años en los que València padece la guerra de las Germanías y en los que el rey de Francia, Francisco I, se opone a los intereses españoles en Italia. Años de expansión de la imprenta, una revolución cultural sin precedentes, asombrosa. Son años de crecimiento de la presencia de España en América, y un tiempo, en fin, en que aparece el protestantismo en Alemania de la mano de Lutero. En todos esos hechos, en medio de esos cambios europeos, estuvo el embajador Vich a lo largo de su carrera, lo que lo llevó, a los 61 años, a un regreso a su ciudad natal, que era Valencia, cargado de honores y riqueza.

De alguna manera, se puede decir que fue la jubilación del embajador Vich. Jerónimo Vich, que ya era mayor, permaneció en tierras valencianas, frecuentó sus posesiones de la Vall d’Ebo, cultivó su amor al arte, a la pintura, la música y la poesía, y también hizo notables donaciones al monasterio de la Murta, en Alzira. Pero también aceptó encargos del rey don Carlos, que le pidió, por ejemplo, que visitara y atendiera al rey de Francia, Francisco I, cuando estuvo prisionero, durante algunos meses, en el castillo de Benisanó, después de perder la batalla de Pavía. Pero lo que cuenta para nuestra historia es que el embajador decidió renovar la casa solariega de la familia en Valencia y que para ello trajo de Italia la inspiración necesaria para levantar un precioso palacio con el que los expertos aseguran que entraron en Valencia los más hermosos rasgos del Renacimiento.

El palacio se encontraba en las calles de Santa Irene y Embajador Vich, en lo que ahora es el casal de la falla del Tío Pep. Aquí se levantó un palacio que se hizo famoso enseguida tanto por su portada como por su patio, compuesto por arcos y columnas de precioso mármol blanco. Los estudiosos de bellas artes llevan años investigando si las piezas vinieron ya labradas desde Italia, que parece lo más probable, o si se hicieron aquí. Unos han señalado como autor del proyecto al italiano Antonio Sangallo y otros al español Agustín Muñoz, que trabajó en el monasterio de la Murta, pero estuvo unos meses en Italia. Nada hay definitivo, porque también se ha querido ver la influencia del pintor Yáñez de Almedina, autor del retablo mayor de la Catedral. Lo que sí está claro es que el palacio nació en las primeras décadas del siglo XVI y que la arquitectura que estaba triunfando en Italia, el Renacimiento, se hizo presente en Valencia, en la misma época que aparecía en la Lonja, la Generalitat y la Catedral.

El palacio del embajador Vich fue un puente de unión entre el arte y la cultura de España e Italia. Lo fue el palacio, como obra de arquitectura, pero lo fue, sobre todo, don Jerónimo Vich y Valterra, porque mientras vivió alentó el cultivo de las bellas artes a su alrededor, tanto aquí, en su casa, como en el monasterio de la Murta, donde fue enterrado en el año 1535. Prueba de su gusto por las artes es que su colección de tapices y cuadros italianos se puede rastrear tanto en el museo de Bellas Artes de Valencia como en los del Hermitage y El Prado.

El palacio, con el paso del tiempo y la decadencia de la familia, fue sede de una empresa de importación de la familia Solicofres, de origen francés, y luego se dedicó a imprenta. Al final, estaba muy deteriorado y se derribó, en el año 1859. La Academia de Bellas Artes de San Carlos, como tantas otras veces, protestó, trató de impedirlo, pero solo consiguió que se le dieran las columnas y las piezas que componían los arcos. Años más tarde, los académicos decidieron usar esas piezas para componer y decorar algunas salas del Museo de Bellas Artes en su emplazamiento antiguo, en el Convento del Carmen. Pero, tiempo después, las piezas de mármol se desmontaron y quedaron almacenadas en el Museo de Bellas Artes.

Y no fue hasta el año 2006 cuando, siendo Consuelo Císcar directora general de Bellas Artes, se tomó la valiente decisión, que fue objeto de gran polémica en su momento, de recuperar las piezas abandonadas y, a la vista de que se disponía del 80 por ciento del patio original, reconstruirlo e instalarlo, ahora en uno de los patios de acceso al Museo de Bellas Artes de San Pio V, donde podemos contemplarlo en toda su deslumbrante belleza.

En esta ocasión hemos mostrado el escenario de la historia en esta calle del Embajador Vich, la calle que no es muy agraciada. Quería que la historia de don Jerónimo Vich tuviera algo de misterio y que hubiera una sorpresa de cierre, un final feliz. Porque es ahora cuando podemos decir que, cuando se están cumpliendo 500 años de su construcción, el patio renacentista del embajador Vich está protegido y a salvo en el Museo de Bellas Artes. Y que se puede ver en todo su esplendor con muy poquito esfuerzo. Es, de verdad, una joya.

Texto: Paco Pérez Puche

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Quique Lencina

Quique Lencina

Filólogo de formación y locutor de profesión, actualmente forma parte del equipo digital de Radio Valencia...

 
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