Entramos en la cripta donde se busca a Cervantes

Madrid

En silencio y con algo de emoción hemos bajado a la cripta. Con menos tiempo del que nos hubiera gustado, aunque es algo fácil de entender teniendo en cuenta que había unos 50 periodistas, entre cámaras, fotógrafos y redactores.

Entramos por la sacristía. La escalera tiene 22 escalones de madera y la primera sensación es la de entrar en un quirófano. Todo es aséptico. No huele a nada especial. Parece un lugar algo húmedo pero ventilado.

Ajenos al carrusel de periodistas, los expertos siguen trabajando embutidos en sus monos blancos desechables con sus gorros y mascarillas verdes. Se manejan con mucha soltura y se nota que saben lo que tienen entre manos. Experiencia no les falta.

A nuestra izquierda vemos ya los primeros nichos, uno de los cuales está descubierto. Una máquina nos ofrece imágenes de su interior con una nitidez asombrosa.

El habitáculo es mayor de lo que imaginábamos y más que una cripta parece una iglesia de pequeñas dimensiones. Como si fuera en la serie CSI se han colocado dos grandes mesas donde están depositados los primeros restos.

Los técnicos, en todo caso, saben muy bien lo que buscan: “un hombre de unos setenta años, sin apenas dientes, con una gran curvatura en la espalda, lesiones en el brazo izquierdo y con muestras en su esternón de haber recibido el impacto de varias pelotas de arcabuz cuando tan fieramente combatió en la batalla de Lepanto”.

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Cinco minutos después abandonamos la cripta. En la sacristía vemos a la abadesa del convento de clausura, Sor Amada de Jesús, nada acostumbrada al enorme trajín de técnicos y periodistas, afanados en la búsqueda del Príncipe de los Ingenios.

A modo de homenaje, los técnicos han colocado allí la bandera del Tercio con el que combatió Miguel de Cervantes.