Sociedad
Paola Tobalina

‘Síndrome de Stendhal’

Un referente de la reacción romántica ante la acumulación de belleza y la exuberancia del goce artístico

Firma Paola Tobalina 'Síndrome de Stendhal'

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Los Barrios

Se habla de este trastorno como el “síndrome del viajero” o “síndrome de Florencia”, aunque quizá como más se conoce es como “síndrome de Stendhal”. Y se llama así porque este escritor francés en 1817 fue el primero en describirlo con una experiencia personal durante una visita a Florencia. Es un referente de la reacción romántica ante la acumulación de belleza y la exuberancia del goce artístico. Afecta a las personas altamente sensibles y produce un elevado ritmo cardiaco, vértigo, temblor y palpitaciones cuando te expones a una obra de arte particularmente bella.

Dicen que se suele desarrollar en ciudades emblemáticas desde el punto de vista artístico, y se produce cuando la concentración de belleza resulta imposible de soportar.

Nadie podrá discutir que Granada es una de esas ciudades en las que este síndrome puede aparecer y fue allí donde puedo decir que por primera vez experimenté esa emoción extrema, esa sobredosis de belleza.

Mirando asomada a la ventanilla del taxi que me llevaba a mi destino empecé a sentir cómo el ritmo de mi corazón se aceleraba. La Granada nocturna llena de una luz que irradiaba cada rincón por el que pasábamos despertó en mí un temblor inusual, quizá también como presagio de lo que más tarde sucedería. Una vez comenzado el camino de ascenso a la Alhambra parecía quedarme sin oxígeno. Cuando bajé del taxi, las impresionantes vistas desde aquella rojiza atalaya con tantos años de historia empezaron a producirme una especie de vértigo, a hacerme sentir muy pequeña ante tanta grandeza. A la hora señalada entré en el recinto del palacio de Carlos V y domando las riendas de mis emociones conseguí llegar hasta mi asiento. Toda la filarmónica delante afinando sus instrumentos. Me quité los zapatos para poner los pies directamente en el suelo de piedra que emanaba más calor que el de la temperatura de mi cuerpo.

Cuando el director de orquesta elevo su batuta rasgando el silencio de la noche, justo en ese momento, tuve la sensación de que iba a desmayarme. Glinca, Dvorak y Chaikovski me hicieron enfermar de belleza. Desde entonces, ya nada ha sido lo mismo.

 
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