
Así era el día a día de quienes vivían en las estaciones del tren Vasco-Navarro
En nuestra sección de fotos antiguas, recordamos con Lucía Delia Larrión, hija de un matrimonio de trabajadores del Vasco-Navarro, cómo era la vida en una de las viviendas de los apeaderos del ferrocarril

El apeadero de Fresnedo / FUNDACIÓN SANCHO EL SABIO
Benito Larrión, como tantos jóvenes en los años cuarenta del pasado siglo, tuvo que abandonar el nido familiar y su pueblo de Zubielqui (Navarra) buscando su futuro en otra parte. Tras pasar por algún empleo en la agricultura, consiguió un puesto de trabajo en la zona de Kanpezu, en el ramal Vitoria-Estella del Ferrocarril Vasco-Navarro. Allí conoció a Segunda Bujanda, con la que contrajo matrimonio y tuvo dos hijos: Gregorio y Lucía Delia.

La gran mayoría de los trabajadores y empleados del ferrocarril disponían de vivienda para ellos y sus familias, emplazadas en las diversas estaciones y apeaderos de la línea. Al citado matrimonio se le facilitó un piso en el apeadero de ‘Fresnedo’, un edificio aislado situado al norte de Santa Cruz de Campezo, junto a la carretera de Vitoria a Estella -hoy desaparecido- y emplazado a 1,5 kilómetros del casco urbano. Allí vivieron desde 1950 a 1956, pasando posteriormente a tener su domicilio en la estación de Santa Cruz de Campezo.

Benito llegaría a tener el cargo de capataz y fue el responsable de una brigada de ‘asentadores’, que atendían uno de los trozos en los que estaba dividido el trayecto Vitoria-Estella. Su trabajo consistía en el mantenimiento y reparación de la vía férrea en el sector asignado.
En la imagen que va a continuación podemos ver una de esas cuadrillas de trabajadores en la desaparecida estación de Laminoria. Tras una de las ventanas del edificio observamos a la jefa de estación.

Lucía Delia –la hija de Benito- conserva un farol que utilizaban estos operarios como medida de seguridad cuando se realizaban reparaciones en los túneles. Estaba alimentado por líquido inflamable, que es el que proporcionaba la luz y disponía de dos cristales intercambiables de color rojo y verde que se extraían a mano. Cumplían la misión de los semáforos que hoy conocemos. Según el color que se mostraba se daba paso al tren o se le obligaba a parar para dar tiempo a retirar las herramientas y utensilios que se estaban utilizando en el mantenimiento. Tras dejar expedita la vía, se daba paso libre al tren para que continuara; era entonces cuando se mostraba el farol con el color verde. Para que el conductor del tren se fijara en el farol, éste se balanceaba sujetándolo con la mano.

Para desplazarse en su trabajo a lo largo del recorrido de la vía, los trabajadores utilizaban una vagoneta de cuatro ruedas que no disponía de motor y era accionada y puesta en movimiento por los propios operarios mediante una palanca.
Las mujeres en el ferrocarril
En aquellos años era muy poco habitual que las mujeres trabajaran fuera del hogar; sin embargo, en este ferrocarril era frecuente. Segunda Bujanda –la madre de Lucía Delia- era una de tantas guardabarreras, trabajo que consistía en cortar la circulación de los vehículos de la carretera en su cruce con el ferrocarril, bajando las correspondientes vallas a los dos lados de la vía,poco antes de que apareciera el tren y elevándolas tras su paso.
Otras chicas desempeñaban su trabajo como jefas de estación, como eran los casos de Julia en la estación de Zubielqui (Navarra), Mercedes Díaz Morales en Laminoria (Álava), y María Leorza Ruiz en Ullibarri-Jauregi (Álava). En otros casos eran también mujeres las que vendían los billetes a los viajeros en las taquillas de las estaciones.

La ropa de los empleados la facilitaba la empresa, pero su coste debía ser satisfecho por los trabajadores mediante un pequeño descuento en su modesto salario mensual, hasta devolver la totalidad de la ‘deuda’. A los asentadores se les facilitaba un pantalón y una chaqueta de pana y a los empleados de las estaciones y del tren el correspondiente uniforme, según el empleo que desempeñaban.
Las estaciones
Alejandro Mendizabal Peña, el ingeniero director de las obras del Vasco-Navarro, diseño unos edificios para las estaciones realmente esbeltos, atractivos, en consonancia con el entorno y con servicios avanzados para la época. Ninguno de los edificios se repite, todos son distintos y algunos parecen auténticos caseríos vascos.

Mendizabal, en su informe tras la finalización de las obras del ramal Vitoria-Estella, destaca respecto a las estaciones “el buen aspecto de sus obras de fábrica y edificios que tienen albergue para todos los empleados de la explotación. Las estaciones todas con enclavamientos eléctricos y señales también eléctricas luminosas para la seguridad de la circulación y contando con instalación telefónica corriente para conversaciones generales y otra de llamada selectiva para dirigir la marcha de los trenes.
Alumbrado eléctrico en todas las estaciones, almacenes, pasos a nivel servidos, etc.; abastecimiento de agua tanto para los W.C. públicos como para fuentes en los andenes y viviendas y bien decorados vestíbulos y salas de espera en los edificios de viajeros. Una línea capaz de explotarse por los procedimientos más modernos con la máxima economía.”
La vida en el apeadero
Lucía Delia nos dice que durante los primeros años de su estancia en el apeadero de Fresnedo, el suministro eléctrico se suspendía sobre las diez de la noche al finalizar el recorrido el último tren, reanudándose el servicio a la mañana siguiente; esto coincidía con la salida del primer convoy. Para tener luz durante la noche se servían de un carburo.

Nuestra interlocutora tiene un grato recuerdo del Día de Reyes, en el que la empresa del ferrocarril tenía un detalle especial con los niños: “Ese día partía desde Vitoria con destino a Estella un tren especial con un solo vagón en el que viajaban Melchor, Gaspar y Baltasar. Se desplazaban sentados en sus correspondientes tronos, con el habitáculo decorado con alfombras, cortinas y otros objetos y el exterior del tren iba ornamentado con flores. El convoy paraba en todas las estaciones y apeaderos y los niños -hijos de los trabajadores del ferrocarril- ascendíamos al interior del coche y recibíamos los regalos.
Nos quedábamos admirados de la calidad de los obsequios, que eran francamente buenos y que en ninguna casa se recibían entonces tan estupendos.
En una de las ocasiones sus majestades me preguntaron que qué era lo que quería y les dije que deseaba una muñeca. Me entregaron una sin ninguna pega y además de grandes proporciones. Me quedé encantada y asombrada.”

En el vídeo que va a continuación, Lucía Delia nos da más detalles de algunos aspectos de la vida de su familia en el apeadero de Fresnedo donde vivían; entre otros, el suministro de agua, el huerto de que disponían junto al apeadero, la venta de productos para obtener un ingreso extra, la jornada de trabajo, la comida en el “tajo”, cómo se desplazaban a la escuela, el salario, la confección de la ropa, etc.
Así se vivía en una apeadero del tren Vasco-Navarro
