
“Remad… y vivid”. ¿Cómo era la vida de los condenados a galeras?
¿Qué delitos podían condenar a galeras? ¿Era como una pena de muerte? ¿Cómo vivían los galeotes? ¿Qué comían, bebían o vestían? Los archivos y la literatura del Siglo de Oro tienen las respuestas

La condena a galeras estuvo vigente hasta finales del siglo XVIII. / Archivo Histórico Provincial de Cuenca.
Con el título de ‘A galeras, a remar’, la directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, Almudena Serrano ha rescatado una serie de documentos que nos acercan a la condena a galeras y a la dura vida de los galeotes. En el espacio ‘Así dicen los documentos’ de Hoy por Hoy Cuenca os contamos esta semana cómo era la vida en las galeras, los delitos que condenaban a un hombre a esta pena, sus condiciones de vida o hasta cuándo estuvo vigente este castigo. Y todo gracias a los testimonios impagables de algunos de ellos, a través de documentos y, sobre todo, de la literatura del Siglo de Oro y, también, de obras de autores de los siglos XVI y XVII.
'Así dicen los documentos' en Hoy por Hoy Cuenca. / Paco Auñón
¿Qué delitos podían condenar a galeras?
Durante aquellos siglos, muchísimos de nuestros antepasados conquenses, de toda la provincia, fueron condenados a la pena de galeras y por motivos muy diversos y más o menos cruentos. Algunos de los muchos casos que tenemos documentados en los expedientes judiciales conservados en el Archivo Histórico son los siguientes: en el año 1551 un hombre fue condenado a destierro y a galeras sin sueldo por violar a una menor. Los abusos deshonestos, en general, se castigaban con azotes y 8 años de galeras, como así fue sentenciado otro hombre en el año 1617.
Otras causas que se nos antojan menores no escapaban a aquellas condenas, como otro que por pegar a un vecino fue sentenciado a 8 años, en 1670.
O un notario que, en el año 1739 fue sentenciado a 10 años de galeras por hurto de objetos sagrados de una iglesia.
El hecho de sufrir condena en galeras podía costar la vida, no era infrecuente que algún condenado a ellas se fugase de la cárcel antes de que le pusieran las cadenas para conducirlo a ellas, o lo intentase, como un tal José Herráiz, de Huete. Y también iban a galeras todos los que cometían adulterio. Y esto fue establecido así ya en el código legislativo de las Siete Partidas.
Pero ¿todos los que cometían estos delitos eran condenados a galeras?
No, todos no. La nobleza de una persona le otorgaba privilegios jurídicos y fiscales: no podían ser ahorcados, azotados o condenados a galeras, y no ser encarcelados por deudas civiles.

"Que los que hicieren resistencia a las justicias, sean condenados en pena de galeras". / Archivo Histórico Provincial de Cuenca.
De la cárcel a la galera
Antes de llegar a galeras, los condenados a cumplir esta pena comenzaban sus penalidades en la misma cárcel, donde eran encadenados junto a otros que correrían la misma suerte.
Los galeotes eran trasladados en carretas por caminos o por ríos, como sucedía con los condenados en Sevilla, que eran llevados por el Guadalquivir hasta los puertos de embarque, situados en el Puerto de Santa María y en Cartagena.
La literatura del Siglo de Oro es riquísima en datos carcelarios, tratando como trató, con tanta profusión, la vida de los pícaros. Y a través de uno de ellos, el Guzmán de Alfarache, vemos cómo eran esos trasiegos de presos a galeras.
El mismo Guzmán relata cómo él y otros fueron ensartados ‘en unas cadenas con argollas a los cuellos y esposas a las manos’.
Uno de los más grandes escritores de nuestra literatura, Francisco de Quevedo, puso voz a un galeote, en los siguientes versos, en que nos dice:
‘Los diez años de mi vida
los he vivido hacia atrás,
con más qrillos que el verano,
cadenas que El Escorial.
Tenemos otra descripción del año 1736, recuperada por Félix Sevilla Solanas, que escribió sobre estos siglos de galeras en la Historia penitenciaria española, en la que se cuenta la conducción de 31 galeotes desde Valencia a Cartagena, con estos pormenores:
‘Van herrados con 31 grillos, con sus chapetas, y 31 argollas, con su eslavones al cuello, por los cuales pasan dos cadenas, cerrada cada una con su candado o llave’.
Aquellas cadenas que les unían durante el recorrido hasta el puerto de embarque seguirían con ellos, agrupados en el banco del barco, una vez que estaban instalados en la nave.

"...y ocho años de galeras...". / Archivo Histórico Provincial de Cuenca.
¿Cómo era la vida en galeras?
Los datos son abundantes y de sobra descriptivos. Los galeotes remaban con los látigos como compañía durante su condena. El resultado era que muchos morían al remo. Cierto es que otras circunstancias ayudaban a su malvivir, como la comida.
La alimentación era uno de los factores que permitían que su salud se fuese deteriorando porque no contribuía a recuperar fuerzas para remar. El sustento se reducía al bizcocho, que era, según se relató en las Siete Partidas ‘pan muy liviano porque se cuece dos veces e dura más que otro e non se daña’. Además, lo normal era comer calderada de habas hervidas con agua una vez al día.
En una relación de la cárcel de Sevilla, un galeote dice:
‘Mi regocijo es llorar,
mi reir, gemir continuo,
y mi descanso pensar:
tanto mal ¿cómo me vino?
mi sustento, ansias extrañas;
poco pan negro, podrido,
do el gusano regordido
y sucias chinches y arañas
hacen habitanza y nido’.
¿Y qué bebían?
El obispo de Mondoñedo, Antonio de Guevara, franciscano, paje del príncipe don Juan y de Isabel la Católica, y siendo de gran influencia para el emperador Carlos V, en una obra suya sobre los trabajos en galeras, del año 1539, comenta lo siguiente sobre el agua, no exento de ironía:
‘Es privilegio de galera que nadie al tiempo de comer pida allí agua que sea clara, delgada, fría, sana y sabrosa, sino que se contente, y aunque no quiera, con beberla turbia, gruesa cenagosa, caliente, desabrida. Verdad es que a los muy regalados les da licencia el capitán para que al tiempo de beberla, con una mano tapen las narices y con la otra lleven el vaso a la boca’.
El mismo Antonio de Guevara dice:
‘Es privilegio de galera, que nadie ose pedir en ella cama de campo, sábanas de Holanda, cocedras de pluma, almohadas labradas, colchas reales, ni alcatifas moriscas: mas junto con esto, si el pasajero fuere delicado, o estuviere enfermo, darle ha licencia el patrón, para que duerma sobre una tabla, y tome para almohada una rodela’.
El obispo de Mondoñedo nos ilustra también sobre las ropas de los galeotes muy elocuentemente:
‘Es privilegio de galera, que si alguno tuviere necesidad de calentar agua, sacar lejía, hacer colada, o jabonar camisa, no cure de intentarlo, si no quiere dar a unos que reír, y a otros mofar: mas si la camisa trajere algo sucia, o muy sudada, y no tuviere con que remudarla, esle forzoso tener paciencia hasta que salga a tierra a lavarla, o se le acabe de caer de podrida’.

Archivo Histórico Provincial de Cuenca.
En aquel ambiente insalubre, lo normal era la proliferación de enfermedades, que los galeotes sufrieran infecciones, tuberculosis, trastornos digestivos y avitaminosis. A todo ello había que añadir que remar en galeras por el mar suponía enfrentarse a tormentas y tempestades que ocasionaban traumatismos, no menos causados por el látigo o los castigos y tormentos a que se sometía a aquellos infelices.
¿Había médicos?
Existió el protomédico de las galeras que tenía a su cargo la inspección de los servicios sanitarios de las naves y servía también como consejero militar. Además, el protomédico fue uno de los grandes puestos de la Medicina de aquellos siglos, que no aseguraba, como hemos visto, que se mejorase la vida de los galeotes.
La muerte como salvación
En aquellas circunstancias, muchos debieron ver en la muerte su salvación. La pena de galeras, en principio, fue perpetua. No obstante, como era fácil comprobar, varios años en galeras eran suficientes para que un hombre joven envejeciera y pocos podían resistir los 10 años de condena frecuente al remo. Y, por este motivo, la pena de galeras perpetuas fue reducida a 10 años, lo que significada la muerte civil de un condenado.
Las penas de los galeotes no siempre se cumplían ya que en muchos casos sucedía que se alargaban más allá del tiempo indicado en la sentencia dictada. Por eso, en el año 1646, Francisco de Mata, que también era franciscano, elevó al rey un memorial, exponiendo el estado de las cosas e intercediendo para que se hiciera justicia, se cumpliera la ley y se respetase el tiempo de condena.
‘Aunque estos piden su libertad, como de justicia se les debe, no son oídos sus clamores, de que resultan gravísimos daños’.
En principio ese memorial de Francisco de Mata tuvo efecto porque ‘hasta 80 forzados viejos y estropeados que estaban detenidos muchos años después de cumplidos los de sus condenaciones’. A ellos se sumaron otros 520, gracias a un despacho general dirigido al gobernador de las galeras de España y que debía beneficiar a cuantos se encontrasen en similar estado.
Pero esto no duró mucho porque el 13 de noviembre de 1653, una disposición de Felipe IV legalizó el abuso al establecer que ‘en atención a la urgencia de no haber bastante gente para la conservación de las galeras ni otros delincuentes para ellas’ y se retuvo a los forzados una vez cumplido su tiempo hasta encontrar sustitutos. Eso sí, se advirtió que se les diese mejor trato y alimentación aunque no debió pasar de buenas intenciones…
¿Hasta cuándo estuvo vigente la pena de galeras?
La condena a galeras estuvo vigente hasta finales del siglo XVIII, años en los que la Real Armada se profesionaliza y mejora, durante el reinado de Carlos III. Podemos preguntarnos si estas condenas eran disuasorias a la hora de cometer delitos, pero la realidad es que la criminalidad no disminuyó como así lo atestiguan los miles de expedientes conservados en todos los Archivos públicos de nuestro país.
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