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El hombre lobo que atemorizaba a los pastores en la provincia de Cuenca

Vivió en el siglo XVIII y se dedicaba a asustar a los lobos para que no atacaran los ganados. Se le conocía como el lobero. Pero ¿era de verdad un hombre lobo? Este hombre acabó procesado por la Inquisición

Un ejemplar de lobo gris en la región de los Cárpatos, en Rumanía. / Staffan Widstrand El País

Cuenca

Esta semana, en el espacio Misterios conquenses, que se emite cada martes en Hoy por Hoy Cuenca, y que coordinan Sheila Gutiérrez, Miguel Linares y Alberto Muñoz de la asociación Exso (Exploradores de los Sobrenatural), rendimos un homenaje al Lobero de Castejón, un personaje creado de una profesión a la que muy pocos se atrevían a dedicarse. Para ponerse en contacto con este programa pueden escribir al correo electrónico misteriosconquenses@gmail.com

El hombre lobo que atemorizaba a los pastores en la provincia de Cuenca

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La figura del lobero surgió en Francia y en el norte de España. Se los describía como personas solitarias, antisociales, que vivían en los bosques con tan sólo la compañía de la manada de lobos. Ser lobero era una profesión delicada, nada fácil, ya que debían ganarse la confianza de aquella manada a la que iban a controlar, haciéndoles ver que no eran una amenaza, siendo los lobos quienes decidían la integración dentro del grupo para más tarde ahuyentarles de forma consciente del ganado.

Sheila Gutiérrez, Miguel Linares y Alberto Muñoz en el estudio central de SER Cuenca. / Cadena SER

Según la cultura popular la habilidad de estos encantadores de lobos, como así se les llamaba, se transmitía de generación en generación, como un don, una habilidad traspasada de brujo a discípulo, lo que les hizo ser tachados de realizar brujería y les llevó a ser perseguidos por la Inquisición.

Estos loberos, viendo como habían conseguido el respeto de los ganaderos, lo utilizaron de una forma muy oscura y sucia. Eran conscientes de su poder sobre los animales, de ese vínculo creado con la manada, donde ahora el líder era él y que les podían hacer tambalear su bolsillo, un momento en que el respeto se convertía en miedo. Y eso era lo que sentían los pastores cuando un lobero les dejaba caer de forma sutil que, en un abrir y cerrar de ojos, con solo una orden, sus lobos atacarían dejándoles sin ovejas, que harían lo que fuera por proteger a su líder.

El lobero de Castejón

Un lobo ibérico ('Canis lupus signatus') en la sierra de la Culebra, al noroeste de la provincia de Zamora. / Andoni Canela

Estos encantadores de lobos vieron una mina de oro, no sólo en ejercer una profesión a la que nadie se quería dedicar, donde encontraban la soledad, el frío de la montaña y estar rodeados de criaturas hostiles, unos verdaderos depredadores, aquellos de los que se tenían que ganar su confianza, también fueron muy observadores, casi podían oler el miedo de aquellos que solicitaban sus servicios, el temor de quedarse sin ganado y por tanto sin sustento.

El personaje que ha pasado a la historia conocido como El Lobero de Castejón se llamaba Joseph de Elvira, era de Ribagorda, vivió en el siglo XVIII y visitó en alguna ocasión las cárceles de la Inquisición. Salió, de alguna manera, airoso ya que las pruebas contra él no eran demasiado fiables para su juicio y quién sabe si para una ejecución. Fue procesado por superstición, lo que hizo que su fama y rumores crearan un personaje un tanto peculiar, tachado de pactar con el diablo, de embrujar a los lobos, honores que le sirvieron para aterrorizar y chantajear a los vecinos de la Serranía Conquense.

Los lobos siguen siendo hoy en día una amenaza para el ganado. / UCLM

En 1725 se le abre un proceso en el que se le acusa de amedrentar, extorsionar y atemorizar a pastores y ganaderos. Existen documentos de los testimonios que narran dichas amenazas y durante el proceso hubo testigos que así lo afirmaban y de lo que quedó constancia.

Aterrorizaba a sus clientes con el argumento de tener una comunicación con sus lobos, en la que con sólo una mirada daría la orden de arremeter con aquel pacífico ganado, a no ser que a cambio de su protección le fuera entregado una gran cantidad de dinero, a lo que evidentemente accedían sin pensárselo dos veces.

Leyenda del Lobero de Castejón en el Museo de las Brujas de la Alcarria. / Cadena SER

Toda esta amenaza la apoyaba con un diálogo con sus lobos, mientras señalaba a los indefensos animales que comían, y viendo como el terror se apoderaba de los ganaderos, un vínculo en el que la bestia se acercaba al humano de una forma no natural. Esto llevó a asociar este comportamiento con la brujería, ya que existe un dicho que dice: El que tiene un pacto con los lobos, él es también un lobo.

La gente no paraba de rumorear, de cómo era posible que aquellos hombres solitarios, en muchas de las ocasiones analfabetos, hubieran sido capaces de atemorizar a los más recios ganaderos, a los carniceros con menos escrúpulos que conocían y todo gracias a su poder de oratoria, convicción y sembrando el miedo con aquellas bestias que lo acompañaban. Una relación en la que llegaron a la convicción de que aquel dicho era real.

Imagen del cartel anunciador de las jornadas sobre el lobero de Castejón celebradas en este pueblo alcarreño en el verano de 2017. / Fotografía y diseño Lola Lovi

En un primer momento el lobero intentaba hacer un pacto con los lobos, pero no sólo lo hacían con ellos también tenían la convicción de que lo hacían con el mismísimo diablo, que le ayudaba a acercarse y convivir codo a codo con las bestias, los que les llevaba a convertirse y tomar costumbres más animales que humanas, comer de la carne que acababan de matar, beber su sangre caliente, un vínculo en el que no había marcha atrás, pasaban a ser un lobo más, de ahí el nacimiento del hombre con lobo, estamos hablando de la figura del licántropo.

El Lobero de Castejón se jactaba de tener un pacto con el demonio, con los lobos, un pacto que le había ayudado para ser el líder de la manada, pero quizá no era cierto, sólo se trataba de una decoración propia de una fábula que le ayudó a la creación de un personaje, ya que no tenía ni un currusco de pan para echarse a la boca.

El actor Benicio del Toro, caracterizado de hombre lobo, un licántropo para el siglo XXI. / El País

Asumió el papel de mitad hombre y mitad lobo a la perfección. Se aseguró de que su historia corriera como la pólvora. Esperaba a que fuera luna llena, subía al monte a una velocidad que pudiera ser seguido por aquellos interesados en ver si era real su transformación como contaban las leyendas. Se colocaba en un montículo donde pudiera ser visto, tomaba posición de un animal de cuatro patas, y aullaba sin cesar a la luna.

En ese momento se producía la comunicación con los lobos, unos aullidos que aquellos intrigados visitantes escuchaban más y más cerca y por tanto abandonaban el lugar apresuradamente temiendo un ataque.

Tras toda la noche oculto entre matorrales, bajaba al pueblo con las ropas desgarradas, arañazos y cubierto de sangre, haciendo pensar que había pasado una larga noche de cacería. Entraba en tabernas, comercios y lo hacía como desorientado, no sabiendo cómo había llegado a tener el aspecto con el que se presentaba, cansado, como si hubiera estado corriendo durante horas, con las manos desolladas. Pero, como siempre, sin ningún testigo presencial que apoyara lo que aquel hombre contaba.

Lon Chaney, en 'El hombre lobo', de 1941. / El País

No tenemos pruebas de la transformación del lobero, solo contamos con rumores que nos acercan a un personaje ligado con la leyenda y el folklore popular. El Lobero de Castejón era todo un personaje al que la necesidad de sobrevivir quizá le llevó a realizar un pacto con el demonio, a sacar la bestia que llevaba dentro, arma que utilizaba para aterrorizar a los simples mortales. Un ejemplo claro lo encontramos en una frase que dice: No se compara al hombre con el lobo, el lobo nunca deja de ser lobo, y el hombre muchas veces deja de serlo.

 
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