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La rápida reacción que salvó la vida a un niño al que se le paró el corazón en el colegio

Lucía Benito se llevó el susto de su vida el 17 de octubre. Su hijo Alejandro -9 años- sufrió una parada cardiaca en el colegio por una dolencia que desconocían. La rápida reacción de sus profesores y de los sanitarios consiguió que el niño superara sin secuelas neurológicas esos 40 minutos en los que su corazón dejó de latir

Alejandro entra al colegio Decroly / Archivo familiar

Madrid

Cinco y veinte de la tarde. El patio del Colegio Decroly, en el distrito madrileño de Chamberí, es una locura. Coincide el final del horario lectivo con el inicio de las actividades extraescolares. Un grupo de niños del equipo de fútbol está calentando. Entre ellos, Alejandro, de 9 años, que repentinamente se desploma. “En un primer momento pensé que se había caído y estaba haciendo un poco de teatro”, cuenta Carlos De los Santos, ‘Charly’, uno de sus monitores. “Lo hacen a menudo. Repiten lo que ven hacer a las estrellas en la tele. Me acerqué, vi que había vomitado y que tenía las pupilas dilatadísimas. No era capaz de encontrarle el pulso”.

En ese momento empezaron siete minutos que a los miembros del claustro les parecieron siete años. Comenzó una cadena que, de forma un poco inconsciente, mantuvo en circulación la sangre de Alejandro para evitar daños irreversibles en su cerebro. Profesores y monitores se iban turnando para hacerle la RCP -reanimación cardio-pulmonar-, el cinematográfico masaje torácico; otros llamaban al 112; uno se fue a buscar el desfibrilador; y el resto se encargaba de alejar a escolares y padres para despejar la zona en la que atendían al niño.

“Abrimos el sobre que contiene el chaleco desfibrilador con los dientes porque no acertábamos a tirar del abrefácil”, confiesa Charly con una risa nerviosa. Ese momento -reconoce- fue de los más duros. Nunca habían tenido que usar uno y les impresionó el efecto. “No es como en las películas, que a la sacudida le sucede una inhalación de aire. La descarga levantó a Alejandro medio metro del suelo, calló a plomo y seguía sin pulso”, comenta el entrenador. Pero siguieron. Veinte presiones seguidas sobre el pecho. Una vez, otra, otra… y así hasta que llegaron los sanitarios del SAMUR.

“Al verlos actuar a ellos nos dimos cuenta de que nosotros no habíamos hecho nada hasta ese momento”, dice Charly, un poco avergonzado al comparar su improvisado masaje cardiaco con los ejercicios de reanimación que le hicieron los profesionales. “No es cierto. Gracias a vosotros Alejandro está hoy como está”, le corrige Lucía entre sorbo y sorbo al refresco que se ha pedido en una cafetería enfrente del colegio.

“Me lo han dicho hasta los médicos”, apunta. Charly ha preferido un café, que a veces remueve nervioso, mientras recuerda aquella tarde. En ocasiones la conversación deriva en que la mano del uno se posa sobre la de la otra, o viceversa. Se nota que han sido semanas duras, pero que han estrechado la confianza de la familia con el personal del centro, esa que se fragua en las circunstancias más desgarradoras. “Se han portado todos de maravilla conmigo, con mi marido y con los hermanos de Alejandro”, reconoce Lucía.

Los trabajadores del SAMUR tardaron media hora más en estabilizar al niño y después lo trasladaron al Hospital Gregorio Marañón. Allí descubrieron enseguida lo que le pasa. Alejandro tiene hipertrofia ventricular. Básicamente uno de los ventrículos de su corazón es más fuerte que el otro y eso desencadenó su parada cardiorrespiratoria. “Muerte súbita -afirma todavía nerviosa Lucía-, pero sin llegar a eso”.

Un mes después Alejandro ha vuelto a clase y, con él, el pequeño desfibrilador que le han implantado. Lo vigila y, en caso de necesidad, estará ahí para activar su corazón. Se ha adaptado rápido, aunque todavía le fastidian algunas limitaciones: “no le gusta quedarse al margen de sus compañeros en clase de Educación Física y ya quiere hacer volteretas”, comenta orgullosa la madre. Charly afirma con la cabeza.

“Quiere jugar ya al fútbol, el tío bestia, pero de momento le hemos dicho que va a ser ayudante del entrenador”. La amargura del reposo la compensó, y con creces, la fiesta de Halloween. “El 'cole' y sus compañeros le prepararon una especial para él porque se la había perdido”, agradece Lucía, y a continuación explica por qué quiere que se conozca su historia. “Es que todo salió perfecto. Todo funcionó: el colegio, el 112, la policía, el hospital… y los medios solo lo contáis cuando las cosas salen mal”, nos reprocha con tono maternal. Touché.

Javier Alonso

Javier Alonso

Periodista. Licenciado por la Facultad de Ciencias de la Información de la Univesidad Complutense de...

 
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