Entre la fatalidad y la resignación
Un hotel rural en Linarejos y un camping 3 estrellas en Manzanal de Arriba, tratan de resistir el golpe de cancelaciones causado por los efectos del coronavirus
Manzanal de Arriba
Después de dejar Santa Cruz de los Cuérragos, la carretera nos llevó de vuelta a Linarejos. Otro anejo de Manzanal de Arriba y otra de esas poblaciones, apenas con un puñado de vecinos, pero establecida en un enclave de alto valor natural y paisajístico, a los pies del pico más alto de la Sierra de la Culebra, Peñamira.
Un enclave ahora privilegiado y antaño mísero (que llevó a emigrar a casi todos sus habitantes), en el que ha aflorado un notable negocio turístico: cuenta con 3 casas rurales (llegó a tener 4) y un hotel rural. Ese hotel, “El Caserón”, es nuestro destino.
Pasamos junto al carnicero ambulante, que despachaba a una vecina, antes de llegar al hotel rural, cerrado al público, pero con una puerta abierta. De fondo escuchamos la radio. Llamamos y aparece Jose, el copropietario del establecimiento, que no rehúye el calificativo de su situación: una fatalidad.
Jose recuerda que tenía unas buenas perspectivas en marzo, con el lleno en la Semana Santa y al 80 por ciento el puente de mayo. Ahora, de repente, “me he quedado a cero”, lamenta.
“A mí me ha hecho polvo”, añade. Y a la espera de las posibles ayudas que anuncian las administraciones, y a la espera de que todo esto remonte lo antes posible, concluye que “no queda más remedio que aguantar”. De momento, aprovecha para limpiar y limpiar, y también hacer esas cosas que no podría hacer si no estuviera cerrado. Vacaciones incluidas.
Dejamos el hotel rural de Linarejos y nos dirigimos hacia Manzanal de Arriba, buscando otro tipo de negocio singular en este término: un camping de tres estrellas. Es el camping Los Molinos, ubicado junto al embalse de Valparaiso. Un enclave ubicado a unos 2 kilómetros de Manzanal de Arriba, y al que se accede a través de un desvío a la entrada del pueblo yendo desde Zamora.
Allí viven los regentes del camping y del restaurante Los Molinos, Mario y Cosmina, junto a su hija pequeña. El camping y todas las instalaciones están cerradas. A estas alturas debería tener ya algunos clientes habituales, ya que desde hace años se estableció allí una acampada promovida por el movimiento vecinal del barrio de Olivares en Zamora, que permanecen todo el verano y parte de la primavera y el otoño. Dentro hay caravanas vacías, también están los coches del negocio y un par de perros que cuidan del entorno.
Cosmina y Mario nos reciben en el porche del complejo turístico. Cosmina prefiere no intervenir y Mario nos cuenta que ellos están bien, pero la situación a la que se enfrentan “es un problema” con un montón de reservas anuladas, entre ellas una veintena de clientes fijos en el camping.
Por ahora admiten que “nos vamos apañando” y precisa: “un par de meses o tres podremos resistir, después…” En cuanto a su día a día, su hija recibe los deberes por internet y lo que echan de menos es el contacto con la gente. Apenas bajan por allí el panadero y algún otro proveedor, además de la Guardia Civil.
Entre la fatalidad y la resignación
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