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Llega a Santiago con 93 años: no hay camino que se le resista al conquense Luis Cañas

Es la quinta vez que llega a Compostela este peregrino de Cuenca que se ha aficionado al Camino a la vejez

Luis Cañas en un momento del Camino de Santiago este mes de septiembre con 93 años. / Foto cedida

Cuenca

Luis Cañas López acaba de completar por quinta vez el Camino de Santiago. Este conquense de 93 años llegaba a la plaza del Obradoiro el pasado 19 de septiembre tras caminar una semana desde Sarria por el Camino Francés. Debido a su edad, la peregrinación de Luis despertó el interés de los peregrinos que compartían camino y de los medios de comunicación gallegos.

Luis Cañas ha llegado a Santiago cinco veces, con 80, 83, 87, 90 y 93 años. / Foto cedida

Este conquense de la calle del Agua reconoce que no es senderista y que la afición al camino le llegó tardía. Con 80 años hizo el Camino Francés desde Sarria, con 83 el Portugués desde Valença do Miño, con 87 el del Norte desde Villalba y con 90 el Primitivo desde Lugo. Nos lo ha contado en una entrevista en Hoy por Hoy Cuenca que podéis escuchar a continuación:

Luis Cañas, peregrino a Santiago a los 93 años

07:29

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Añadimos a este artículo la entrevista que mantuvimos con Luis Cañas en enero de 2021 con motivo de la publicación del libro El coleccionista de recuerdos (Ediciones Olcades, Cuenca, 2011). “Este es un libro no querido”, nos decía Luis porque nunca se le había pasado por la cabeza sentarse a escribir. “Más que animarme, me animaron”. En la primera frase del libro, Luis escribe: “La responsabilidad de lo que a continuación leas es de Pepe Pontones”.

Después de mucho insistir, alentado también por José Luis Muñoz que le ha editado el libro, Luis Cañas presenta estas memorias de su vida contadas desde el punto de vista más personal y costumbrista. Podéis escuchar aquella entrevista a continuación:

Luis Cañas López, el coleccionista de recuerdos de Cuenca

17:40

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Recuerdos que nos devuelven a los años duros de la posguerra: “No se tiraba nada que se pudiera consumir: las vainas de las habas se freían y nos las comíamos como si fueran pimientos”. Recuerdos de una persona con un gran sentido del humor: “No existía el plástico, pero, en cambio, todos los pechos eran de carne”. Historias vividas en un tiempo en el que la gente era muy religiosa: “Los lunes de San Nicolás con la rara penitencia de no hablar con nadie. No se cumplía la petición al santo si durante el trayecto de la casa hasta la iglesia de la plazuela de San Nicolás (…) pronunciabas una sola palabra durante el camino”. También algunos acontecimientos populares como el trayecto de un pino camino de la fábrica de Maderas: “Los conquenses esperábamos ver llegar los restos de un popular y gran serrano, le llamaban el ‘Tío Antolín’, que había sido abatido sin que nadie lo defendiera en plena Serranía conquense. La expectación era enorme por verlo, ya que llegaba muerto en un camión especial, pues pesaba nada menos que seis toneladas”. Y eslóganes publicitarios curiosos: “Dónde te iban a cortar el pelo mejor que en aquella que se anunciaba: ‘Si quieres ir con elegancia y esmero, ves a la peluquería Valero’”.

Luis Cañas en 2012, con 84 años. / Cadena SER

Luis Cañas nació en 1928, vivió la guerra de niño, estudió Magisterio pero acabó preparándose unas oposiciones para el Ministerio de Agricultura, donde ha trabajado toda su vida.

¿Por qué decidió dejar la enseñanza y hacerse funcionario?

Es que en aquellos años que yo terminé Magisterio es cuando se decía: ‘pasas más hambre que un maestro de escuela’. Eran los años cincuenta y pocos y todo lo que ganaba se lo tenía que dar a la patrona. Si sacaba aquellas oposiciones, aunque ganara 200 pesetas, que entonces era muchísimo, me ahorraba la patrona porque estaba en Cuenca y además con la novia, pues estaba bien claro.

Siempre ha vivido en la calle del Agua (actual Fray Luis de León) y lo sigue haciendo en la actualidad. ¿Cómo ha cambiado esa calle?

¡Ay, madre! Como el día a la noche. No tiene nada que ver. Ahora tengo ganas de irme por el botellón y antes era al contrario. También es verdad que eran otras edades y estábamos casi siempre en la calle. Ahora los chicos casi no tienen pandillas en el barrio. Si quieren ver la televisión, la tienen en su casa; si quieren jugar a marcianitos, igual; el ordenador lo tienen en la casa. Cuando yo era niño en las casas no había nada. Por eso salíamos a la calle y podíamos jugar al fútbol ahí mismo, sin tener que ir a ningún polideportivo, porque coches pasaban pocos y escasos. Tan escasos que muchos días no pasaba ninguno.

Luis Cañas frente a la catedral de Santiago de Compostela el 19 de septiembre de 2021. / Foto cedida

El libro está ilustrado con una amplia colección de fotografías antiguas. ¿Dónde las ha conseguido?

Como se hacen todas las colecciones: unas las compras, otras las intercambias, otras las encuentras no sé dónde. Incluso guardo recortes de periódicos, entradas de cine o folletos publicitarios.

Y recuerda usted coplillas o chascarrillos populares como ese que dice: ‘El coche Bonilla / que no vale una perrilla. / El coche de la plaza / que no vale una patata’.

Cuento esas cosas como si estuviera en mi pandilla de cuando tenía ocho o diez años. Los coches de entonces, los veías subir a la plaza renqueando por Palafox y podías perfectamente ponerte a su lado y seguirle porque íbamos a la misma velocidad. Y le cantábamos esa coplilla.

Dice usted que mucho antes de que nadie pensase en construir una piscina en Cuenca, los aficionados al baño acudían al tablón de Manzanares.

Ese paraje no es otro que donde está la actual playa artificial. Allí íbamos. Nos desnudábamos detrás de una mata, dejábamos allí la ropa con tranquilidad porque todos los que estábamos éramos amigos o conocidos de Cuenca y nos bañábamos en el Júcar.

Nos recuerda usted la creación del Hotel Iberia como la gran apuesta por el turismo en los años 20.

Ese hotel era algo adelantado en aquel tiempo. Recuerdo que se anunciaba como una cosa extraordinaria. Decía, ‘timbre en todas las habitaciones’, como que eso era el último lujo. O ‘coche hasta la estación’, ‘salón de lectura’, ‘cámara oscura’ para los que hacían fotografías. Eso no se había visto nunca. Cualquier persona importante que venía iba allí.

En otra foto vemos a un piragüista por el río Huécar. Luego este río es navegable.

Pero esa foto es más bien reciente. Ahora hay mucha afición porque, yo que soy pescador, los veo sobre todo por el Júcar. Ya en su día, cuando se inauguró la playa artificial se veían por allí.

Dicen que la calle del Agua debe su nombre a las riadas del Huécar. ¿Recuerda usted alguna?

No es que las recuerde, es que las padecí. Allí estaba la casa de mi familia y el agua nos tiró todas las tapias que daban a las huertas de detrás. Debajo de casa había unos locales comerciales que eran de los Zarceños y tenían unos sacos de almendras y al cabo de un año, con el limo que dejó la riada, no nos daba abasto a quitar almendros que brotaban de aquellos almendrucos.

Usted vivió aquellos años del hambre de la posguerra y conserva algunas cartillas de racionamiento. Se racionaba también hasta el tabaco.

Era igual que los alimentos. Como no había pues se tenía que racionar. Tenías que hacer una especie de declaración jurada como que eras un fumador y todo el mundo quería tener tabaco aunque no fumase, al menos para venderlo en el estraperlo. Hasta que no tuvieses 18 años no te daban la cartilla, pero sólo los hombres porque las mujeres no fumaban. Sólo fumaban aquellas que se llamaban putas.

En muchas fotos del libro se ven mulas con serones en las calles y en los mercados. ¿Quiénes eran las bonacheras?

Eran mujeres que venían todos los días, hiciera frío o calor, a traer su leña de la sierra y a comprar su carne o pescado. Eso ahora no se necesita. ¿Para qué vas a comprar un saco de pinas o una carga de leña? ¿Para qué? Pero antes era imprescindible, para calentarte y para cocinar. Había hasta una coplilla que recojo en el libro y lo hago sin ningún ánimo de ofender sino todo lo contrario, como recuerdo y homenaje a aquellas mujeres. ‘Si te casas en Buenache / cásate con bonachera / tendrás gorrina, mujer / y borrica pa’ traer leña’, decía. Pero hay que decir que los maridos no se quedaban de brazos cruzados, sino cortando pinos con hacha. Eran unos hombres muy fuertes.

Además de las fotografías, el libro cuenta con una serie de ilustraciones de Luis Roibal.

Luis Roibal es un artista y un amigo. Y además me lo ha demostrado. Le dejé el libro para que lo leyera antes de editarse y, sin yo pedírselo, me hizo estas ilustraciones porque, me dijo, mientras lo leía le venían a la mente todas esas imágenes. Pero además de Luis, también hay otro artista que me ha demostrado ser amigo: Aurelio Cabañas. Resulta que yo quería resaltar la figura de un pintor muy olvidado que vivió entre nosotros lo menos 30 años, Jaime Serra Aléu. Y Aurelio me ha hecho unos dibujos preciosos de este pintor, con su abrigo, su bufanda, su sombrero, su carpetón debajo del brazo. Extraordinario.

Muchas de las ilustraciones de Roibal son de niños jugando en la calle que iban al encuentro de los titiriteros y circenses que llegaban a la ciudad.

Al lado de la única ‘gran superficie’, como se dice ahora, que entonces había en Cuenca, la plaza de Abastos, había un gran recinto que era la plaza de los Carros. Era un mercadillo diario muy variopinto en el que se vendían desde melones a loza. Allí iba el ciego a cantar sus coplas; iba una mujer que decía que curaba todo; había una familia que daba saltos por allí. Había hasta un oso que bailaba.

A usted le tocó jugar entre los edificios en ruinas que dejó la guerra.

En Cuenca no hubo combate. Se pasó, de un día para otro, de levantar el puño, a levantar el brazo. Los que se fueron dejaron todo conforme lo tenían. En Cuenca se llegó a eliminar la propiedad privada y se incautaron los comercios. Mi familia tenía dos y nos los quitaron. Y al terminar la guerra, los chavales nos metíamos por esos sitios abandonados, jugando con las cosas que veíamos. Y se ve que los hombres estaban en otras cosas más importantes porque no nos decían nada.

Leo otra coplilla: ‘Ya viene el verano / ya vienen las peras / ya viene Gil Robles / a por las cuadreras’.

Las ‘cuadreras’ eran unas señoras muy religiosas que estaban en la calle Calderón de la Barca. Su apellido era Navío pero las llamaban así porque, en aquella época, eran las únicas que enmarcaban cuadros y encuadernaban libros. Y lo hacían muy bien.

‘Teatro Cervantes. Domingo, 28 de agosto de 1932. Gran acontecimiento cinematográfico’, leemos en un anuncio de la época.

Si sigues leyendo más abajo verás que ese día era el último del cine mudo. Al día siguiente, anuncia ahí, se inauguraba el cine sonoro. Yo conocí aquel cine que era muy especial, con su gallinero y todo.

Y además del cine, el baile. ‘Villa Rosa. Grandes bailes’.

Ese era un local donde los chavales íbamos a ver cómo bailaban. De mirones.

Paco Auñón

Paco Auñón

Director y presentador del programa Hoy por Hoy Cuenca. Periodista y locutor conquense que ha desarrollado...

 
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