La dimensión internacional de la Transición

Albacete

Ayer terminaron las jornadas de estudio sobre la dimensión exterior de la Transición Española que han tenido lugar en la Facultad de Humanidades de nuestro campus, organizadas por el Seminario de Estudios del Franquismo y la Transición. Van dirigidas a nuestros alumnos de grado y máster, pero también pretenden atraer al público en general interesado en estas temáticas. La vocación social de nuestro equipo realiza un importante esfuerzo para reunir al mejor grupo de expertos que puedan llegar hasta nuestra ciudad y compartir sus experiencias e investigaciones con un público que difícilmente podría disfrutarlos aquí sin estas iniciativas. Desde luego, para los alumnos es fundamental participar porque representa una baldón básico en su periplo universitario. Asistir a las clases, realizar los trabajos requeridos y superar los exámenes son sólo una parque de su formación, pero el paso por la Universidad está compuesto también por otras experiencias, como la asistencia y participación en conferencias y charlas donde pueden conocer a profesores, investigadores, divulgadores, creadores o actores directos de muchas y diversas áreas de conocimiento. Por cierto, muchas de ellas necesariamente alejadas de sus campos de estudio, si realmente aspiramos a una formación integral.

En esta ocasión se ha analizado el contexto internacional en el que nuestro país pasó de la dictadura a la democracia entre los años setenta y ochenta del siglo pasado. Seguimos anclados en un relato canónico laudatorio con el proceso transicional donde prima la narrativa política interior.

El mundo estaba en aquellos años inmerso en la lógica de la guerra fría. Se trataba de una dinámica bipolar en la que el alineamiento era obligatorio. España, aunque aislada y relegada a un papel muy secundario, apenas había podido ser admitida en la ONU y el FMI, pero desde los acuerdos de 1953 éramos aliados de los EE.UU. La gran aspiración de los reformistas del régimen y, por supuesto, de los que luchaban por la recuperación de las libertades democráticas era la incorporación a las Comunidades Europeas. El europeísmo era garantía de modernización y de legitimación democrática. Pero en aquella década se habían producido unas serie de acontecimientos que dejaban poco margen de maniobra a los gobernantes que heredaron el poder del dictador. América Latina estaba conmocionada por el golpe de estado de Pinochet contra el gobierno de Allende; en Portugal la Revolución de los Claveles había derrocado a la otra longeva dictadura peninsular, sentando un precedente que destapó las alarmas en el gobierno norteamericano de Gerald Ford, republicano que había sucedido a Nixon después del alarmante Watergate; la OPEP había decidido, de forma abrupta, subir el precio del petróleo provocando una crisis económica que golpeó duramente a Occidente y dejó tambaleante a la económica española. Con esos mimbres y después de una crisis con Marruecos por la situación del Sáhara, el gobierno electo de Suarez presentó su candidatura a la CEE. Las durísimas negociaciones no se resolverían hasta 1985, después de sortear los múltiples escollos que, sobre todo, plateaba Francia por los problemas con la PAC. Pero no olviden la enorme importancia que en las conversaciones tuvo el impacto del terrorismo etarra.

Hoy el relato de la transición ha incorporado la perspectiva internacional pero todavía la sociedad española sabe muy poco de lo que se jugó en el marco diplomático. Propuestas como la de ayer aspiran a cubrir estos sorprendentes vacíos.