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“Yo nunca fui a una escuela de teatro, pero sí fui monaguillo”: Ramón Barea cuenta cómo logró perder el miedo escénico

El actor, nominado al Goya a Mejor Actor de Reparto por su actuación en ‘Cinco Lobitos, habla del valor de las epifanías interiores que solo da la ficción

Ramón Barea, entre 'El mago de Oz' y 'Cinco Lobitos'

Ramón Barea, entre 'El mago de Oz' y 'Cinco Lobitos'

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Madrid

“Cuando tienes 20 años eres el ombligo del mundo. Con el paso del tiempo te das cuenta de que no puedes cambiarlo, pero sí influir en la persona que está sentada en el patio de butacas”. Ramón Barea sabe, y mucho, de ese paso del tiempo. El veterano actor, que tras más de 100 películas ha sido nominado al Premio Goya a Mejor Actor de Reparto por su participación en ‘Cinco Lobitos’ -y que ha puesto voz a El Mago de Oz en el Cuento de Navidad de la SER-, ha pasado por los micrófonos de Hoy por Hoy, en ‘Amigos Alegres, para recordar sus inicios y hablar de lo que significa para él la actuación.

El Mago de OZ (2022)

01:35:21

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Una concepción, la de actuar, que ha ido cambiando con el paso del tiempo. “Cuando eres joven, la todo gira alrededor de la obra de teatro que estás haciendo”, ha recordado, para después matizar que, de mayor, buscas algo más íntimo. Influir en “pensamientos, ideas o emociones” en busca de provocar “esa epifanía interior que solo da la ficción para ordenar la realidad”. “Yo me doy por contento con que una persona, un espectador, se sienta tocado por la historia que estás contando”, ha valorado.

Antes de hablar de su nominación a los Goya, ha recordado sus inicios en la actuación. Unos inicios que no datan de ninguna obra teatral, sino de su paso por la iglesia. “Yo nunca fui a una escuela de teatro, pero sí fui monaguillo”, ha explicado con humor antes de aclarar su expresión justo después: “Un niño que se plantea estar en el altar, con el traje correspondiente, con la responsabilidad de cambiar el libro de misa, de arrodillarse, de santiguarse, de hablar en latín, de echar el discurso. Si eso no es una forma de perder el miedo escénico…”. Nada mal para alguien que ha logrado ser Premio Nacional de Teatro en 2013.

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“Yo reivindico mi época como monaguillo como la iniciación al teatro. Para mí fue toda una experiencia”, ha proseguido. ¿Su parroquia? La de los Santos Juanes en Bilbao, una ciudad de la que es ciudadano ilustre pese a que él se considera un “bilbaíno imperfecto”. “Ni soy devoto del Athletic ni de la Virgen de la Begoña”.

“Solo la nominación es un gran premio”

Ramón Barea todavía no ha llegado a creerse que esté nominado a los Premios Goya. De hecho, ha reconocido que nunca ha estado en una ceremonia. “Sí las he seguido desde casa, pero no he estado nunca en saraos oficiales”. Y admite estar nervioso porque le da “miedo, como si la cosa fuera en serio”. Aun así, ha recalcado que “solo la nominación es un gran premio, sobre todo en este momento de una cosecha espléndida del cine español”.

En esos premios también está nominado al Goya a Mejor Cortometraje de Ficción la película ‘La entrega’, que protagoniza. Primero le atrajo el guion, “la vivencia del miedo y esa posibilidad, alrededor de la pandemia, de que se acentúen esos pequeños miedos al atravesar la puerta de casa”. Después vino la obstinación del director, Pedro Díaz, que “me persiguió, literalmente y para bien”. Cambio la fecha y aplazó la grabación y le dio las facilidades que hicieran falta para que Barea pudiera rodar. “Y estoy feliz y agradecido de haberlo hecho, de que me hayan esperado. Ya estar nominado es un premio, pero que se fijen (en el corto), lo vean y lo disfruten”.

Sus problemas para grabar escenas en las que se come o en las que está muerto

No todo se le da bien a Ramón Barea. Hacerse el muerto es una cosa que le cuesta horrores. Cuando le toca interpretar a un personaje fallecido solo crea “problemas” a las directoras o directores, ha señalado entre risas. Como ejemplo ha recordado ‘Los amigos del muerto’, el primer cortometraje de Icíar Bollaín, en el que participó y en el que, precisamente, su personaje era el que moría. “Para presentar al personaje querían un plano de tres o cuatro segundos, y no había manera. ‘Estate quieto Ramón, respira tranquilo’, me decían. Pero no puedo, no sé estar muerto. Al final, tuvieron que congelar el plano para presentarme”, ha rememorado.

Grabar escenas en las que se come es otro de sus problemas. Porque no sabe comer de mentira. “Nadie me advirtió, nadie me dijo que tuviera cuidado porque esas escenas se repiten muchas veces. Y yo me acostumbré, porque me parecía una falsedad estar en la mesa cenando y que en ninguna toma estuviese el actor comiendo. Formaba parte de la verdad de la interpretación, y así me veías luego empachado hasta las cachas”.

 
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