Momia

Madrid

Momia nos llegó de la palabra árabe mumiya, que daba nombre al betún usado para embalsamar cadáveres. Entró en el diccionario en 1822, pocas décadas después de que las primeras momias egipcias llegaran a Europa, y por eso se define como "cuerpo de egipcio embalsamado". Sesenta años después los académicos decidieron que para ser momia no era imprescindible ser egipcia. Y por extensión, como las momias son como son, el genio del idioma no tuvo mucho problema para nombrar con esa misma palabra a la persona muy seca y morena; después a la muy seca, en general, aunque fuera rubia y finalmente a cualquier individuo que, por su edad, su aspecto o su apagada personalidad parezca estar más cerca del Valle de los muertos que de los vivos.

Así que sí, que la palabra momia siempre ha tenido connotaciones negativas, porque es difícil halagar a alguien con un "cariño, estás hecha o hecho una momia". Pero tiene la virtud de nombrar con precisión lo que es y no necesita eufemismos. Porque la palabra no deshumaniza más al muerto desecado que tenerlo expuesto tras la vitrina de un museo, porque el colonialismo no está en el término, sino en la circunstancia de que fueran expoliadas de las antiguas colonias, y porque si un autor decide darnos miedo con una de ellas en un libro o en una película, da un poco igual que la llame momia o "persona momificada", como pretenden algunos museos del Reino Unido.