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Carlos, Príncipe de Viana

Se hacía llamar Charles, nombre que siempre utilizó al igual que había hecho su abuelo, Carlos III el Noble, y se convirtió en el heredero de la corona navarra y aragonesa. Nació en Peñafiel y fueron sus padrinos nada menos que Juan II de Castilla y Álvaro de Luna (sobrino nieto del papa Luna, condestable de Castilla). Carlos creció en la exquisita corte de Olite donde había bufones, prestidigitadores, equilibristas, astrólogos y malabaristas

Palacio Real de Olite / Turismo Navarra

Durante su infancia y adolescencia disfrutó de los jardines colgantes y del hermoso zoológico del palacio-castillo de Olite, que él mismo amplió con cuatro búfalos (regalo de Juan de Mur, señor de Alfajarín), un ciervo y un jabalí (obsequio de su padre) y poseyó juguetes muy modernos. “En el mes de diciembre de 1433 -comenta Eloísa Ramírez, en el libro Blanca, Juan II y Príncipe de Viana- hay, entre los gastos del tesoro real, unas compras un tanto singulares; se trata de diversos materiales, encargados por su madre, la reina Blanca, para la construcción de un gran dragón de madera que debía ir forrado de tela en brillantes colores (verde, azul, rojo, blanco) y que había de contar con un mecanismo de movimiento”.

Aficionado a la caza, tenía una gran colección de halcones. Tuvo pasión también por la lectura, la filosofía y por el teatro, en el que llegó a participar como actor en la representación de algunas obras dramáticas. Se sabe que tenía el pelo castaño, los ojos grises y la tez pálida. El historiador aragonés Gonzalo García de Santa María dijo de él: “Era de estatura mediana o un poco mayor, de cara delgada y aspecto sereno y grave, con una expresión melancólica, tan magnífico y espléndido, según lo había educado su madre, que cada día daba a quien quería cinco áureos. Se deleitaba mucho con la música, gozaba con la compañía de literatos y cultivaba toda clase de disciplinas, especialmente la filosofía moral y la teología; con un ingenio muy dispuesto para las artes mecánicas, lo tuvo para la pintura mucho más de lo que pudiera creerse”.

Y el capellán de Alfonso V lo describió de esta manera: “Muy bello, muy sabio, muy agudo y muy claro de entendimiento, gran trovador y buen músico, danzante y cabalgador”. De su abuelo Carlos III heredó muchas características, además de sus emblemas, divisas y símbolos, como el lebrel blanco, el trifolio o la hoja de castaño. El príncipe recibió la noticia de la muerte de su madre en Olite, en 1441. A partir de aquel momento ya nada fue igual en su vida…

 
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