Culpable de vivir

Madrid

Me declaro culpable de estar alegre. Me declaro culpable de haberme saltado a la torera los consejos de la sensatez nutricionista y haber desayunado como merezco y se merece una vida que no es un calvario. Me declaro culpable de que me gusta el país en el que nací, ahora que muchos compatriotas quieren crucificarlo dentro y fuera de España por puro sectarismo partidista. El martes pasado vi amanecer en la Bahía de Cádiz y hoy miro el mar Cantábrico. Algunos amigos hemos celebrado en Santander el recuerdo de José Hierro, un poeta que supo atravesar el dolor en busca de la alegría. De norte a sur, de este a oeste. Me gusta España.

Me declaro culpable de salir a la calle, como Pepe Hierro salió de la cárcel, para celebrar el murmullo de color, blanco, rojo, morado, violeta, verde, que se adueña de las ramas de los árboles, un canto en favor de la diversidad. Culpable de celebrar palabras como sabia, raíz, luz, primavera y amistad. Culpable de tener esperanza a la hora de resolver los problemas, porque la alegría no es un cerrar los ojos, sino un modo de prepararse para la resistencia, mientras el tiempo que se nos vienen encima va sumando, restando, dividiendo o multiplicando.

Me declaro culpable de ser machadiano, de no cantarle al Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar y multiplicó el pan y el vino. No estoy dispuesto a alquilar el vientre del pesimismo, a comprar el cuerpo de las malas noticias, a hacerle caso a la gestación subrogada de la prensa amarilla. Me declaro culpable de atreverme a defender lo que pienso y a creer que el mundo puede cambiar de base. Hay partido, se hace camino al andar.