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Marchando una de aperitivos, tapas y alcohol: así afectan los excesos del verano a nuestra dieta

Disfrutar de la compañía y las vacaciones no debería estar reñido con cuidar de nuestra salud

Dos personas, de tapas. / Solskin

Han llegado las vacaciones para unos y se sienten muy cercanas para otros. Las terrazas se llenan de vida social que, irremediablemente, va asociada a comer y beber. Con ello se pone fin a los meses de esfuerzo de la “operación bikini”.

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Bebidas y aperitivos son los más solicitados. Ya sea para refrescarse del calor intenso o para acompañar el alivio de la noche. La consecuencia es que al final de las vacaciones, muy probablemente, haya aumentado nuestro peso.

Y es que los aperitivos y las bebidas alcohólicas no son meros espectadores en nuestra mesa, sino que aportan kilocalorías. Un exceso de kilocalorías al cabo del día se acumula en forma de grasa y nos lleva a aumentar de peso. Además, contienen niveles elevados de otros nutrientes que no son recomendables.

Alcohol y refrescos: cuanto menos, mejor

Entre los adultos es habitual el consumo de bebidas alcohólicas (vino, cerveza, vermut, destilados), que cuentan con una gran aceptación y arraigo social, por ejemplo, en la cultura española. Pero estas bebidas aportan lo que se llaman kilocalorías vacías, porque no contienen nutrientes beneficiosos.

Debido a su metabolismo en nuestro cuerpo, el alcohol se convierte en más kilocalorías que otros nutrientes como las proteínas, los hidratos de carbono o la fibra. La cantidad final depende de la graduación de la bebida alcohólica: a más grados, mayor porcentaje de alcohol y más kilocalorías.

Por poner un ejemplo, un tercio de cerveza o una copita de vino generan las mismas kilocalorías que media tostada con tomate. Lo que no aportan esos tragos son los hidratos de carbono, las proteínas o la fibra de la tostada, ni las vitaminas y los minerales.

Lo único que contienen es alcohol, una sustancia que genera dependencia y cuyo consumo está asociado a más de 200 enfermedades y trastornos. Entre ellos, problemas mentales y del comportamiento, traumatismos y enfermedades no transmisibles, como el cáncer.

El alcohol es responsable de unas tres millones de muertes al año en el mundo y más de 15 000 en España. Se estima que 741 300 nuevos casos de cáncer se debieron al alcohol en 2020 en el mundo. De ellos, 103 100 fueron por consumo moderado y 41 300 por consumo bajo. Y es que no existe un nivel de consumo de alcohol libre de riesgo.

La alternativa habitual a las bebidas alcohólicas son los refrescos. Estos son bebidas azucaradas, que también se presentan en la versión sin azúcar, cero o light. Seguro que al lector no le sorprende si decimos que ese azúcar añadido es un peligro para nuestra salud.

Además, si ha estado atento a las noticias científicas de los últimos dos meses, tampoco le sorprenderá que no recomendemos las bebidas cero. Estas tienen edulcorantes que están resultando ser unos pobres sustitutos para el azúcar.

Y es que se ha demostrado que no sirven para perder peso, ni tan siquiera para mantenerlo. Además, su uso prolongado podría suponer un riesgo para la salud. De hecho, uno de ellos, el aspartamo, ha vuelto a ser noticia estos días.

La Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC) acaba de publicar su informe sobre este edulcorante. En él evalúa todas las evidencias que hay hasta el momento y concluye que el aspartamo es “posiblemente carcinogénico” para humanos (Grupo 2B). Esta clasificación viene a decir que ya hay algunas pruebas de que puede provocar cáncer, aunque aún son pocas. Así que no es de extrañar que en los próximos años nos encontremos con más estudios que añadan certeza a lo que ahora es una posibilidad.

Entonces, ¿cuál es la bebida saludable? El agua. El agua con gas es otra opción, aunque para que hidrate igual debemos beber la misma cantidad que de agua normal. La cerveza 0.0 o sin alcohol no está mal y aporta menos kilocalorías que la versión con alcohol.

Un picoteo rico en sal y grasa

Patatas tipo chips, aceitunas o frutos secos suelen acompañar a las bebidas y también aumentan el cómputo diario de kilocalorías. Al ser compartidos, tocamos a poco, pero la adición de “unos pocos” puede llegar a sumar “mucho”, especialmente de sal y grasa. Esto se añade al exceso que ya hay de estos dos nutrientes en nuestra dieta y el peligro que suponen para nuestra salud.

En ocasiones, preferimos comer o cenar a base de tapas. Si leemos la carta, nos encontraremos que ensaladillas, embutidos, croquetas, patatas fritas, pescaíto o marisco fritos son muy frecuentes. De nuevo, estos alimentos también son muy ricos en grasas y sal, para que nos sepan sabrosos.

Por el contrario, en las cartas no suele haber ni rastro de alimentos vegetales como cereales, legumbres, verduras o frutas. Y si los hay, no solemos elegirlos. La consecuencia es que el consumo de los nutrientes beneficiosos para nuestra salud es muy escaso.

El disfrute no está reñido con la salud

A pesar del negro panorama, no todo está perdido. Primero debemos decidir cuál es nuestro objetivo y, según eso, hacer los cambios. Si nuestra prioridad es la salud, la compañía será nuestro mayor disfrute. Y si lo que queremos es que el peso no se dispare, podemos seguir estos consejos:

  • Tener en cuenta que todas las bebidas (excepto el agua) y aperitivos aportan kilocalorías.
  • Tomar menos bebidas alcohólicas, azucaradas o con edulcorantes.
  • Reducir las tapas o aperitivos fritos y elegir los cocinados a la plancha (verduras, sardinas, calamares, sepia), pero sin añadir sal.
  • Tratar de tomar menos salsas, quesos curados y embutidos.
  • Compensar en las otras comidas con frutas, verduras, cereales y legumbres.

Y es que disfrutar de la compañía y las vacaciones no debería estar reñido con cuidar de nuestra salud.

Ana Belén Ropero Lara, Profesora Titular de Nutrición y Bromatología - Directora del proyecto BADALI, web de Nutrición. Instituto de Bioingeniería, Universidad Miguel Hernández y Marta Beltrá García-Calvo, Profesora de Nutrición y Bromatología. Colaboradora del proyecto BADALI, web de Nutrición. Instituto de Bioingeniería, Universidad Miguel Hernández

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

 
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