
Cannes 2025 | Carla Simón emociona y sorprende con la poética ‘Romería’, un homenaje a las víctimas del sida
Cannes
Toda ficción consiste en saber coser los elementos dispersos, y entender cómo se relacionan entre sí, como si las historias fueran pedazos de tela. En ese aspecto, el de coser o tejer un filme, sobresale el talento de Carla Simón, ahora mismo una de las autoras más importantes de nuestro cine. Su ópera prima, 'Verano 1993', fue una de las grandes sorpresas de las últimas décadas, pero además un título que supuso un cambio en la manera de producir, de exportar y hasta de considerar nuestras películas. Con su segunda película, 'Alcarràs', ganó el Oso de Oro en la Berlinale, un premio que al cine español se le resistía desde hacía demasiado. Su tercera película, 'Romería', ya ha conseguido marcar otro hito, competir por la Palma de Oro en el Festival de Cannes.
Con ella cierra una especie de trilogía familiar. Si en 'Verano 1993' y 'Alcarràs' hablaba de su familia materna, en 'Romería' se acerca a la prole paterna. La historia de sus padres la contó en su primera película, murieron de sida y ella se crió con sus tíos y primos en Cataluña. Frida, aquella niña que nos dejaba un nudo en la garganta en el final de 'Verano 1993', es ahora una adolescente, Marina, que ha cumplido 18 años y viaja a Vigo a conocer a su familia paterna. Eso es lo que cuenta 'Romería', una historia de amor, pero a la vez, un relato sobre la memoria y una historia de descubrimiento y madurez.
La protagonista es Llúcia Gàrcía, una actriz a la que descubrieron en la calle, en el barrio de Gràcia en Barcelona. Un trasunto, como decimos, de la propia directora. Una joven que quiere pedir una beca llega a Galicia a buscar el certificado de defunción de su padre, pero no es tan fácil de conseguir. Mientras espera que se solucione el trámite burocrático, pasa unos días con su familia paterna, a la que apenas conocía, e imagina cómo fue la vida de sus padres cuando tenían su edad. La protagonista revive, de alguna manera, la década de los ochenta, donde España había salido de la dictadura para adentrarse en el hedonismo, en la libertad.
El de Carla Simón es un intento por recomponer la memoria familiar a través de las cartas de su madre que mandó cuando vivía en Galicia y todavía no estaba embarazada, pero es también la memoria de un país, la de esa generación de jóvenes de los ochenta que después de la dictadura quiso vivir en libertad, sin prejuicios, ni normas, ni obligaciones, pero encontró el sida, la heroína, la crisis económica. Las historias de aquellos años siguen siendo un tabú. Se cuentan con eufemismos, se olvidan partes, pues todavía cuesta mucho hablar de la cantidad de gente que murió en ese momento. 'Romería' trata de rellenar los huecos de esa memoria que nadie quiere contar o que ya nadie recuerda. La de sus padres y la de muchos más. Sin juzgar lo que hicieron o cómo vivieron, quizá juzgando más a quienes se quedaron y se avergonzaron de aquello.
La manera que ha encontrado Carla Simón para contarlo es transitando del naturalismo habitual de su cine anterior a una especie de ensoñación o de realismo mágico gallego, donde los vivos y los muertos confluyen más de lo que parece. De manera sutil y a través de los ojos de su protagonista y de su cámara, esta joven, que como la directora quiere estudiar cine, se pasa el verano grabando con su cámara los lugares que habitaron sus padres antes de que ella naciera. La luz del Atlántico, el agua, las romerías en mar, las escenas familiares que cuentan más que la historia de sus miembros, le sirven para establecer una narrativa sobre la mentalidad de todo un país, en cuanto a la idea de clase y de meritocracia. El abuelo, que apenas saluda a la nieta nueva, entrega cincuenta euros a cada nieto, puestos en fila. La abuela prefiere ver la boda real, la de Letizia y Felipe, que saludar a la nieta que no conoce. Su presencia es fantasmal, es un espectro que recuerda el pasado de drogas y de indefinición que marcó a su hijo. Las hermanas esconden sus fallos, en sus matrimonios o en sus trabajos. En definitiva, la presencia de la joven les recuerda que los sueños de libertad de los ochenta no fueron nada. Simón recurre a actores más veteranos con otros debutantes, a Llúcia García la acompaña Mitch, Miriam Gallego, Tristán Ulloa, Janet Novás, Sara Casasnovas. Un reparto de intérpretes generoso que trabaja en favor de una historia que está por encima de todo lo demás.
Esa unión, entre lo familiar y lo social, entre lo íntimo y lo político, es una constante en el cine de la directora que a través de la autoficción consigue marcar y retratar un momento concreto de la historia de España. La directora catalana demuestra que la llamada literatura del yo, un estilo que abunda también en nuestro cine, solo tiene sentido si mirando desde la subjetividad del creador se reivindica algo mucho mayor, como un diálogo con el exterior que explica el mundo y que invita a cuestionarse y explicarse. Toda ficción es una tentativa de mostrar y explicar una minúscula parte del mundo y el cine de Carla Simón contribuye a eso, también a reflejar la tensión que existe entre la realidad y la percepción. De eso va 'Romería', de cómo recomponer las piezas cuando la memoria falla. Es ahí cuando la directora da un salto en su cine y salta del naturalismo a una especie de viaje onírico donde los tiempos se funden, los personajes se confunden y los animales son más importantes de lo que parecen. Un cambio que empieza con una escena de baile, en las fiestas del pueblo, donde suena 'Bailaré sobre tu tumba', donde la imagen de la Santa Compaña recuerda que los muertos aparecen cuando quieren. Con la fotografía excepcional de Hélène Louvart, que se acerca al azul del Atlántico con elegancia, influida por Saura, por la Petite Mamman de Céline Sciamma, Carla Simón da la oportunidad a los que están marcados de que se recuerde también la parte luminosa de sus vidas.
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