Luis García Montero: "En esta ola de calor, cuando los canallas parecen tan decididos, es preciso que la dignidad social reaccione"

Un saludo a nuestros oyentes y lectores en este inicio del mes de julio que nos recibe con sus olas de calor. Las noches se esfuerzan por superar la oscuridad buscando la ayuda de ventiladores, aires acondicionados y ventanas abiertas. Los días parecen atletas del calor dispuestos a romper todos los récords de las temperaturas, boxeadores que reparten golpes terribles de bochorno.

Y, además, nos envuelven las noticias que rompen el mundo. Por una parte, Donald Trump presenta un programa político decidido a acabar con las inversiones sociales y bajar los impuestos a los millonarios. Por otra, los discursos de la reunión de la ONU en Sevilla que buscan aire acondicionado para superar la oscuridad y piden inversiones solidarias que consigan frenar la desigualdad y la pobreza.

Estamos divididos por dos palabras: fatalidad y esperanza. La fatalidad alude a las desgracias que van a resultar inevitables. La esperanza es el estado de ánimo del que considera posible lo que desea. No podemos dejar que la esperanza sea un patrimonio de los usureros, los codiciosos que creen posible someter el mundo a sus intereses de negociantes crueles. Tampoco podemos dejar que la fatalidad invada la conciencia de los que piensan que la justicia social debe abrir las ventanas para que el aire de la realidad entre en las casas y los sueños salgan a la calle en busca de paz y fraternidad.

En esta ola de calor, cuando los canallas parecen tan decididos, es preciso que la esperanza de dignidad social reaccione. Las discusiones políticas nacionales forman parte también del estado de ánimo entre la fatalidad y la esperanza. Hay quien grita mucho para que los ricos sean cada vez más ricos y quien se compromete para que los pobres sean cada vez menos pobres.