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Sociedad
LA CARTA DE MARTÍ GÓMEZ

La maldición de los incendios

Para empezar, recuperas el párrafo del perfil de Santiago Grisolía que escribiste en El País el 14 de agosto del 2006

Mucho antes de que fuese galardonado con el Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica conversé un par de veces con Santiago Grisolía. En una de esas ocasiones, mientras trataba de localizarlo sin que nadie supiera donde estaba desde un despacho llegó una voz que en tono afectuoso dijo: "Debe estar dentro de una probeta". Grisolía es hombre de probeta y de encimas. Habla de la alternativa que supone la genética para la crisis energética y de la frontera que separa vida y muerte. Pero también te habla de literatura o pintura y se pregunta porque siempre vemos a Dios con barba y no con un rostro de compuesto químico con el que seguiría siendo Dios. Defiende la tesis de que antes de entrar en el laboratorio el bioquímico debe dejar colgada su imaginación en el perchero, junto al abrigo. Ya recogerá imaginación y abrigo al acabar su jornada laboral.

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Hasta aquí el perfil de Grisolía, discípulo de Severo Ochoa. Lo recuperas por la actualidad de los devastadores incendios en Valencia.

El 2006 Grisolía era presidente del Consell Valencia de Cultura que el 2004 elaboró un Estudio sobre las medidas para evitar o minimizar los incendios forestales. El opúsculo de 35 páginas se completó dos años más tarde con unas jornadas sobre la prevención de los incendios forestales. Los textos de esos trabajos, junto a unas cartas de Grisolía, fueron remitidos al presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, y a los presidentes de dos autonomías castigadas por la maldición del fuego: el de la Xunta de Galicia, Pérez Touriño, y el de la Generalitat de Catalunya, Maragall.

¿Qué les decía Grisolía en las carta?

Se solidarizaba ante la lacra social que supone para la humanidad la perdida de masa forestal por culpa de los incendios. A Rodríguez Zapatero le pedía introdujese una legislación apropiada para castigar severamente aquellos incendios que destruyen el patrimonio de nuestros bosques y le informaba de que el Consell Valencia de Cultura había decidido solicitar el término "crimen contra la humanidad" para todo incendio provocado. Como diría Hermano Lobo, el Gobierno lo analizará el año que viene.

Y el estudio sobre las medidas para evitar o minimizar los incendios forestales ¿qué decía?

Entre otras muchas un dato interesante que cito textualmente: "En España, la lucha contra los incendios forestales se ha centrado casi exclusivamente en la extinción, olvidando la prevención y una correcta planificación forestal enmarcada en una buena ordenación del territorio. En la actualidad, las mayores inversiones en materia forestal siguen estando destinadas a la extinción de incendios: alquiler de medios aéreos, mejora de la logística, contratación de personal para el combate directo, y a la construcción de infraestructuras asociadas a la extinción: red de cortafuegos, red de pistas forestales, puntos de agua, y reforestación de los terrenos incendiados. Es decir: que si existe algún negocio floreciente en torno a los bosques este consiste no en prevenir los incendios sino en apagarlos y en repoblar las zonas afectadas". Este párrafo, Isaías, me ha hecho recordar la frase de Clinton sobre la economía. Aplicada a prevenir incendios, la frase dirigida al poder sería ¡los bosques se han de limpiar en invierno, estúpidos! ¿Puedo añadir algo más?

Puedes

Un jurado popular ha condenado a treinta años de cárcel a la mujer inglesa que en la habitación de un hotel de Lloret asfixió con bolsas de plástico a sus hijos, de cinco años y de once meses. Todo crimen es como la alarma de un despertador de conciencias pero el crimen más turbador de todos es el infanticidio. Que lleva a una madre a matar a su hijo en un momento de obnubilación nos lleva a preguntarnos sobre el misterio de ese segundo fatídico de enajenación. En mis años judiciales seguí algunos infanticidios. Nunca olvidaré el caso de la mujer que mato al menor de sus cinco hijos, el que más quería. Años después hablé con su marido. Le pregunté como estaba ella. Me explicó que iba a verla a la cárcel en compañía de sus cuatro hijos y que al verlos la mujer lloraba, recordando al que faltaba por su culpa. Vive con diez céntimos de esperanza, me dijo el hombre. Eso le queda a la mujer inglesa. Diez céntimos de esperanza. O quizá ni eso.

 
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