El editorial de Pepa Bueno: "El Congreso de los ciudadanos"

Desde el Hemiciclo, la Cámara donde se debate y aprueban las leyes que regulan nuestra vida. Hace 35 años los españoles participábamos de un entusiasmo colectivo y de una esperanza que desbordaba nuestras fronteras: no se hablaba entonces de marca España, pero el mundo miraba con asombro la delicada arquitectura jurídica para la convivencia que nuestro país, que los políticos y todos los ciudadanos había sido capaz de poner en pie. Fueron largos meses de negociaciones, con una dictadura aún de cuerpo presente y acechando, meses de encuentros, empeños, cesiones y contraprestaciones. Tiempo para conocer al otro, aprender del otro, entender al otro y buscar el bien común. La política necesitaba a los mejores y los mejores acudieron a la llamada de la política.

Han pasado 35 años, hoy el país trata de salir de una gravísima crisis económica que parece no tener fin. La Política, este hemiciclo y la propia Constitución no viven su mejor momento. Los ciudadanos la sienten lejana.

La inquietante sensación de soberanía entregada , la impresión y la certeza de que muchas medidas aprobadas aquí vienen impuestas exclusivamente por nuestra cuenta de resultados en unos mercados financieros a quien nada ni nadie controla ... La apisonadora de la mayoría absoluta que el año pasado batió records en la práctica de gobernar por decreto ley. La resistencia de esa mayoría a debatir aquí con la premura que permita el reglamento los asuntos que de verdad preocupan y ocupan a los españoles. Todo esto, que en cualquier otro momento de nuestra historia pasaba inadvertido, ahora se convierte en un peligroso boomerang que se vuelve contra la quien lo practica. Y en su trayectoria afecta por igual a todos los políticos. Con razón o sin ella.

Y sin embargo, no nos engañemos, lo urgente sigue siendo la política. Será la política la que salvará, si lo hace, nuestro modo de vida, el estado del bienestar y la cohesión social. Será la política la que remiende las costuras a punto de saltar entre Cataluña y el resto de España. Será la política la que deberá reconectar a los ciudadanos con sus instituciones. Debe ser la política la que nos devuelva la esperanza y la ilusión que un día, entre estas paredes, fueron capaces de alumbrar la Constitución de 1978. Un texto que hay que reformar sin miedo, pero sin ningunear el espíritu de consenso, libertar, bienestar y entendimiento que movió a quienes la alumbraron.