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Música
SOFÁ SONORO

Creer en la música para cambiar bombillas

La música es una necesidad vital, una compañía única

El guitarrista de ZZ Top, Billy Gibbons, durante una actuación en Nueva York / GETTY

Madrid

Es difícil creer en algo o en alguien en estos tiempos. Nada invita a ello. Yo, sin embargo, creo, creo en algo. Creo en la música. En su magia, en su poder curativo, también analgésico. Creo en su capacidad empática y como fuerza para barrer muros y murallas. Creo en la música como energía universal individual y colectiva. Creo en la música como arte, pero también como cronista de la historia y los lugares, como biografía de personajes y sentimientos. Como espejo, pero también como horizonte. Creo en la música porque el mundo sería un lugar oscuro sin ella. Imaginen una victoria sin Queen, una ruptura sin Cohen, un subidón sin los Rolling Stones. Imaginen una despedida sin banda sonora, un reencuentro sin canción, un enamoramiento sin balada.

Para mí, cada persona tiene una canción, algunas incluso un disco. Cada ciudad que me ha acogido me recuerda a un artista, algunas, por motivos incomprensibles, están ligadas a un género musical. Cada etapa de mi vida me remite a un grupo o cantante, y a algunos ya nunca he vuelto porque a ciertos momentos uno nunca quiere regresar. Y esos discos y esos artistas nunca sabrán por qué Calamaro me recuerda a Dinamarca mientras que Billie Holiday me lleva siempre a Galicia. Pero no importa. Cada uno elige sus compañeros de viaje.

Billie Holiday durante una actuación en Nueva York en febrero de 1947 / GETTY

Creo en la música, decía, porque nunca me abandona, porque no falla. Por el placer de mirar una estantería repleta de discos y buscar el adecuado, por ese momento en el que intentas que la música y el instante bailen juntos para tu memoria. Creo en la música porque es compleja y es primaria. Es compleja cuando Dylan me escupe recuerdos lejanos de días olvidados y es primaria cuando descubres una canción y te trepa desde los pies, te aprieta el estómago y pone el campamento base en la cabeza durante días. Las canciones escaladoras. Esas son las mejores.

Creo en la música porque me cuesta creer en las cosas. Soy así. Tengo que verlo o, al menos, sentirlo. La música la siento. No la escucho. La siento. En el corazón, en el alma, en los pelos de los brazos. A veces, pocas, también la siento en el cogote. Pero la música también puede ser violenta y estrujarte el cuello, golpearte a traición, insultarte mientras se aleja. Sin embargo, y a pesar de que la inmensa mayoría de las canciones son terribles, la música es maravillosa. Quizá, si todos los discos fuesen perfectos, nada tendría el encanto de descubrir algo por primera vez. Y esa vez es única, especial. Hasta que la canción pierde de vista al autor y se hace tuya, quizá para siempre, puede que solo por un tiempo. Creo en la música porque mi gente, mi historia y mis recuerdos están ligados a canciones que para mí son ya eternas. Aunque ya no me gusten, aunque ya no las escuche. Creo en la música porque te mantiene vivo y porque es la mejor compañía para cambiar una bombilla.

 
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