Ni una palabra más

Barcelona

Blesa y Rato eluden la prisión provisional. Algunos hablarán de efecto Urdangarín. Triste normalidad: los casos y juicios de corrupción siguen poblando las portadas de los medios, transmitiendo a la sociedad la sospecha de que los poderosos siempre tienen a mano excepciones a la norma que no están al alcance de los demás. Y sobre todo constatando una y otra vez la desidia de los que gobiernan. La estrategia del PP en materia de corrupción siempre es la misma: entregar cabezas cuando no hay más remedio para proteger a los de arriba, poner cortafuegos para evitar que las llamas lleguen a la cumbre y minimizar el problema en vez de afrontarlo. Y confiar en que la gente lo asuma como parte del paisaje y lo dé por amortizado.

Tres cosas sobre el revuelo organizado en torno al autobús de Házte Oir. Primera: al odio se le combate con libertad de expresión, no restringiéndola. Segunda: hay que combatir ideas miserables como las que propaga esta gente, pero sobre ellos ni una palabra más. Entre todos ya les hemos dado demasiada publicidad. Tercera: lo que es inadmisible es que el PP haya financiado a esta organización con dinero público.

El escándalo Fillon y la resistencia de este a abandonar la candidatura ha colocado definitivamente a la derecha francesa a la deriva. Pero el problema viene de lejos y pone de manifiesto una vez más la parálisis de los grandes partidos, que se han repartido el poder en Europa durante las últimas décadas. Desgastados por tantos años de gobierno, incapaces de anticipar los cambios, se encuentran ahora a remolque y sin proyecto. Y el imán Le Pen les ha descalabrado, atrayendo a la derecha más conservadora y rompiendo los equilibrios del partido. En Francia, republicanos y socialistas sufren atrofias parecidas. A mayor gloria de un outsider como Macron.