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La llamada de la historia

Rafaela Aparicio

Llamada de la historia

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07:03

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Madrid

Nací en Marbella, pasé por La Carolina y luego Sevilla, Córdoba, donde apenas llegada a la adolescencia empecé a hacer pinitos teatrales. Mi familia no tenía a priori mucha relación con el mundo del espectáculo, pero cuando mi madre se murió, mi padre, que era marino mercante, se metió en negocios taurinos y teatrales como empresario para estar en tierra firme.

Yo estudié Magisterio, y durante dos años ejercí como maestra, pero aproveché enseguida que mi atracción hacia el teatro podía tener recorrido gracias a mi padre y sus nuevos negocios.

En 1931 nos instalamos los dos en Madrid y enseguida empecé a trabajar, me apodaron La Menúa, por mi baja estatura, que yo paliaba de alguna manera con el desparpajo andaluz que corría por mis venas.

Solo cuatro años después de esta mudanza viví mi primera experiencia cinematográfica, en la que aparecía mi rostro mientras la gran Imperio Argentina interpretaba una canción.

Nacida en Marbella en 1906, fallecida en Madrid en 1996, con noventa años recién cumplidos. Una de las grandes cómicas de la escena española. / Cadena SER

En esta época conocí a marido, mi segundo marido, en realidad, porque el primero fue un despropósito que no sé ni si merece la pena hablar de él…Nos casamos y estuvimos año y medio. A mi segundo marido, a mi compañero de vida, lo conocí en una tertulia que organizaba Jacinto Benavente en un café contiguo al teatro de la comedia. Se llamaba el Gato Negro aquel lugar y allí conocí a Erasmo, que era un gallego que en apariencia estaba en las antípodas de mi manera de ser, pero con el que conseguí la felicidad. Yo siempre bromeando, él tan metido para dentro, tan seco…Él era un hombre viudo y yo estaba separada: tuvimos dos hijos. Y estuvimos juntos hasta su muerte.

Vivíamos en un barrio madrileño, en una casa normalita…sé que pude haber ganado más dinero, al haber estado toda mi vida trabajando, pero preferí cobrar siempre una cantidad fija, apalabrada, y no ir a porcentaje. De haberme atrevido a montar compañía propia y ser empresaria, otro gallo me hubiera cantado y sería rica. Claro que, a cambio, nunca me arruiné como otros de la profesión.

Una profesión por cierto en la que representé más comedias que dramas. Pero tenía sentido porque una mujer como yo no hubiera encajado en el drama, hubiera dado risa. Más de seis décadas fueron las que di risa en actuaciones teatrales, televisivas y cinematográficas.

Mi primera actuación fue El orgullo de Albacete, luego llegaron La tía de Ambrosio en televisión y el cine…Fernán Gómez fue uno de los primeros que supo ver en mí algo más que versiones cómicas del mismo personaje.

Y uno de los pocos papeles protagonistas y diferentes que me dieron, que no tenía que ver con actuar de asistenta en una casa, fue el papel que me dio en una de sus películas Carlos Saura.

Es que en algún momento de mi carrera me convertí en un puro estereotipo, pero lo cierto es que siempre supe sacarles algo nuevo, algo diferente, algo de arte…especialmente en la madurez de mi carrera.

Nunca tuve tampoco inconveniente en situarme dentro del sector conservador y menos aún de contar con orgullo mi fe católica. Pero es verdad que hubo muchos vaivenes en mi carrera, pero no tuve problema en trabajar con los directores más ambiciosos y políticamente comprometidos, ni ellos en llamarme a mí...

Me dieron unos premios preciosos que reconocieron de alguna manera toda mi vida dedicada a la escena.

Lástima que no pude terminar mis días como hubiera querido: subida a los escenarios, porque una desmemoriada enfermedad me lo impidió. Tampoco parece que mis compañeros de entonces me acompañaron mucho en mi despedida: el funeral estuvo escaso de mundo del espectáculo. Pero fui feliz. Y eso es ya lo único que importa.

Esta es la película de Saura que la encumbró, que mostró las auténticas cualidades de un actriz que se había visto reducida a un personaje muy concreto…

Adriana Mourelos

Adriana Mourelos

En El Faro desde el origen del programa en 2018. Anteriormente, en Hablar por Hablar, como redactora...

 
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