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Mitos y verdades de la inteligencia artificial: el futuro sin Terminator

Hablamos con algunos de los mayores expertos de nuestro país en este campo para desvelar en qué punto estamos y hacia dónde nos dirigimos

Cuál será el impacto en el empleo y el tejido industrial, a qué dilemas morales se enfrentan los desarrolladores, qué somos capaces de fabricar

El robot TEO / UC3M

Madrid

TEO no llega a los seis años, pero mide 1,80 metros y pesa unos 60 kilos. Plancha mejor que nadie y ayuda en otras labores. Eso sí, de una en una. TEO plancha y después tiene que olvidarse por completo de planchar para llevar una bandeja con vasos. No es que TEO tenga un problema o un extraño síndrome, uno de exceso de atención –es, de hecho, uno de los mejores del planeta en lo suyo-; es que todos en su mundo son así. TEO no es Terminator pero es un robot, una máquina autónoma que muestra hasta dónde somos capaces de llegar hoy... y hasta dónde no. La Inteligencia Artificial, lejos de obedecer a los sueños de la ciencia ficción es en nuestros días una herramienta para la resolución de problemas, no para su sofisticada creación. Eso sí, lo que parece una "mera" herramienta, unida a otros avances tecnológicos, está transformando nuestro mundo. Estos son sus mitos y verdades.

No, en 50 años no tendremos a Robocop

En la última década, las grandes compañías de Sillicon Valley han invertido cientos de millones en empresas de Inteligencia Artificial (IA) y robótica. Google adquirió en 2013, por poner algún ejemplo, DNN Resarch, una startup de reconocimiento facial y de voz; y en 2014, compró la británica DeepMind por 400 millones de dólares. Sin embargo, no parece que con ello persiga la creación de robots humanoides. Uno de sus últimos grandes avances es el Google Duplex, un asistente capaz de llamar por teléfono para concertar una cita en la peluquería o reservar mesa en un restaurante. Lo hace con una asombrosa capacidad para el uso del lenguaje natural. Imita el tono y las pausas humanas, las dudas y aseveraciones y logra reconducir conversaciones hacia su objetivo cuando su interlocutor humano es el que no hace gala de su inteligencia. Pero no podría hablar de otra cosa que no fuera concertar una cita.

"Hoy somos muy buenos fabricando máquinas y algoritmos que hacen muy bien una cosa. Por ejemplo, un programa que diferencia perros de gatos", explica Ramón López de Mántaras, director del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial dependiente del CSIC. Los intentos de avanzar en una IA general se dieron entre los 60 y los 80 y han sido paulatinamente abandonados en favor de una especialización. Nuestros robots, nuestros programas de IA han acabado siendo unitarea y además olvidadizos. Son muy efectivos en lo que aprender, pero pese a contar con sistemas que llamamos redes neuronales, nada tienen que ver con los humanos.

"Para que ese programa aprenda a distinguir un perro de un gato hay que enseñarle millones de fotografías clasificadas en perro y gato ¿Cuántas tiene que ver un niño para aprender a distinguirlos? Una, dos...", subraya López de Mántaras. No es solo que a nuestras IAs les cueste centrarse en más de una tarea, es que necesitan una ingente cantidad de datos para llevarla a cabo y además sufren el llamado 'olvido catastrófico´. "Si le enseñas a una máquina a jugar al ajedrez y después le enseñas las damas, olvida el ajedrez. Es imposible de otra manera".

Las IA hacia las que hemos caminado hacen pero no comprenden, no entienden lo que están haciendo, solo tratan de alcanzar su objetivo y no puede reflexionar sobre él. "Por eso una traducción de Google puede ser buenísima en un párrafo y cometer un error garrafal en el siguiente. Y nos preguntamos por qué, cómo puede cometer un error tan grave si la traducción anterior era tan buena. Es porque no entiende el lenguaje", opina López de Mántaras.

Ni hoy ni en las próximas varias décadas podremos ver un Terminator, un Robocop, un Hal 9.000, un aparato capaz de hacer ciertos los temores de científicos que, como Stephen Hawking, vaticinaron el apocalipsis en forma de máquina rebelde. Lograr integrar todas las funciones que hoy operan por separado en un solo dispositivo resulta demasiado complejo. "Nuestra idea de lo que es la IA está muy influenciada por la ciencia ficción. De manera que una de los mayores inconvenientes que encontramos en nuestro trabajo es que la gente cree que estamos en un punto más avanzado de los que realmente estamos", afirma José Manuel Molina, responsable del grupo de investigación de Inteligencia Artificial Aplicada de la Universidad Carlos III de Madrid.

Hay otros expertos que, más optimistas, creen sin embargo que es posible alcanzar la construcción del humanoide en un futuro desconocido. "Es una singularidad. Uno ve la evolución de la tecnología, tan grande, y lo que piensa es que lo único que falta es eso. Pero no es un salto tan fácil de conseguir y nadie puede decir cuándo podría producirse", cuenta Molina. Al fin y al cabo, las redes del llamado aprendizaje profundo son hoy ya capaces de modificar algunos aspectos del código para que la máquina se adapte y, a su manera, dentro de sus limitaciones, "aprenda" cómo cumplir mejor su objetivo.

La roboética: vivir o dejar vivir

Es evidente, en todo caso, que las máquinas han ganado en autonomía y que son capaces de actuar por si mismas en situaciones que no sean excesivamente complejas y para las que han sido programadas. Con su capacidad para moverse sin que las maneje el ser humano, surge entonces el dilema de cómo programarlas para cuando deban tomar una decisión. Ingenieros y filósofos debaten con viveza sobre lo que hasta ahora no eran más que juegos mentales ¿A quién debe beneficiar una máquina? ¿Siempre a su dueño y solo a su dueño?

El dilema se presenta frecuentemente con un ejemplo que, técnicamente, es ya posible en nuestras calles. Si un coche autónomo, esto es conducido solo por un ordenador, debe atropellar a un peatón para evitar un accidente que podría matar a su ocupante, ¿qué debe hacer?, ¿qué vida debe salvar? La teoría afirma que debe optar por aquella opción en que se generen menos daños, pero en tal caso habría que decidir cómo se cuantifican los daños –si esto es éticamente aceptable- y por qué solución optar en caso de empate al echar esas cuentas. La posibilidad de tomar esta decisión desde un laboratorio, el hecho de dejar de fiar estas disyuntivas al azar o la pericia convierten en proceso en una fría maniobra de cálculo; lo resignifican. Ya no será un accidente, sino la decisión de un ingeniero o una marca

Los dilemas pueden extenderse a multitud de campos. Una herramienta financiera con inteligencia artificial que se programara para maximizar el beneficio de su dueño, pongamos un banco, ¿cuándo debe frenarse? ¿Podría llegar a generar una burbuja financiera pensando solo en el beneficio de su propietario o debería incluir en su código la idea del bien común? ¿Y cómo definirla y articularla? "Una de las grandes curiosidades de esta tecnología frente a otras es que incorpora un componente filosófico", dice Molina.

El director del Institut de Robòtica i Informàtica Industrial, Juan Andrade, dirige precisamente durante estos días unas conferencias sobre ética y robótica. Andrade reconoce que el debate está muy vivo y que no existen todavía demasiados consensos en torno a estas cuestiones. Hay, no obstante, uno general. La aparición de máquinas pensadas para asistir a personas en una situación de vulnerabilidad, para prestar un servicio de carácter social, ha mostrado otra necesidad.

En su fase de construcción "debe evitarse una forma demasiado antropomórfica, que no se parezca mucho a un humano porque puede generar falsas expectativas en las personas sobre la resolución de problemas que la máquina no va a poder resolver", señala Andrade. De esta manera, desde el diseño mismo se envía un mensaje: 'usted está tratando con una máquina, no se confunda´.

No, no nos sustituirán a todos por robots (al menos de momento)

"Yo no creo en la sustitución. Yo abogo por el entendimiento y la complementariedad entre humanos y máquinas. No queremos un robot para hacer desaparecer a un humano sino para asistirle, para ayudarle a planchar, como hace TEO, o para trasladar un objeto pesado", apunta Concha Monje, profesora de la Carlos III y una de las responsables de desarrollar a TEO el puntero aparato capaz de planchar.

"Las actuales IAs son muy buenas detectando patrones, por eso son útiles en operaciones en las que pueden ver con altísimo detalle un tumor que es imperceptible para el ojo humano; pero el humano ve otras cosas que la IA no puede", comenta Ramón López de Mántaras. Los robots y la IA están llamadas, pues, a liberarnos de tareas y ayudarnos con otras; pero es muy complicado que logren integrar algunas de ellas y parece imposible que alcancen nunca ciertas habilidades del ser humano.

"Hay cosas que son exclusivas del ser humano, como la empatía" y parece muy difícil que alguna vez pueda llegar a ser posible integrarla en la máquina. En el fondo es poner en valor la evolución humana, nuestro propio diseño, dice Juan Andrade. Estas son situaciones, aquellas que requieren de empatía, en las que, aunque fuera técnicamente posible evitarlo, el humano debe seguir presente, opina Andrade.

El mundo que viene, porque sí, lo cambiarán

Los científicos no tratan de fabricar humanos a través de robots, pero eso no significa que no se vaya a producir una extraordinaria transformación que ya ha comenzado. No desarrollar a un humanoide como C3PO "no tiene nada que ver con que esto no vaya a tener un impacto directo en el empleo. Aunque todos los sistemas sepan hacer una sola cosa, si usted los pone todos a trabajar haciendo esa cosa no se va a necesitar personal para esas tareas. Ya está ocurriendo. Ha ocurrido siempre con la mecanización", afirma López de Mántaras. El científico aclara, no obstante, que son tareas repetitivas las que se ven afectadas.

En el mundo que viene el modelo general será distinto. "Ya no se trata de grandes industrias, con plantillas amplias de trabajadores y una estructura piramidal y jerárquica. Las nuevas empresas que surgen son más planas y utilizan menos personal", explica Molina. Lo que ha cambiado el todo el circuito y aquello que se ofrece, el esquema del producto tangible y cerrado por el que una empresa producía algo, un coche, que se podía tocar, con sus trabajadores y recursos y lo sacaba al mercado.

Ahora son compañías que ofrecen servicios. "Hay unas distribuidoras de fibra o de internet que se podría decir que hacen el papel de las viejas industrias; pero en torno a esas distribuidoras básicas se establecen un montón de compañías, cada día sale una nueva. Cambia el modelo porque ya no consiste en apretar un tornillo en una cadena sino que habrá que crear una aplicación o utilizarla para ofrecer tus servicios en ella", cuenta el experto de la Carlos III. Las opciones de ocupar un lugar en el mercado se multiplican hasta ser, a su juicio, casi infinitas. Tantas como servicios se nos ocurran.

Las tareas repetitivas, por tanto, serán las que más sufran con el progreso de las máquinas. Por lo que este tipo de empleos correrán más riesgos. En el mundo en que ya estamos y que viene, dicen los expertos, habrá que reinventarse y la creatividad y las habilidades sociales serán nuestra mejor baza.

 
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