Sin consignas

Madrid

Se nos ha ido Rafael Sánchez Ferlosio, y con él, la lucidez insobornable de quien entregó su vida a escribir sin consignas. De las muchas cosas que nos enseñó, ca-be destacar una: lo bien que le sienta a quien escribe la libertad, y lo que esta permite desplegar en el acto de la escritura. Exento por su propia voluntad de someterse a conveniencia alguna, en sus escritos Ferlosio te despachaba medita-ciones como cañonazos: contra la monserga inercial de las celebraciones institu-cionales, contra la verborrea superflua de los próceres, contra la burda hipocresía que justifica guerras injustificables y avala las pesadas incoherencias de la ma-quinaria estatal o la codicia sórdida y cada vez menos disimulada de los adalides del mercado. Daba indistintamente a diestro y a siniestro, a los de aquí y a los de allá, porque una mente libre no reconoce vasallaje alguno a quienes se dan importancia, sea cual sea la coartada ideológica, moral, religiosa o de cualquier otra índole a que recurran para hacerse necesarios y pretenderse de mejor razón que el oponente. Renunció tempranamente al papel de literato, que consideraba una lata —quizá por contar en cierto modo con la aquiescencia del poder—, y prefirió convertirse en un simple plumífero, hilando subordinadas como si no hubiera un mañana y buscando las contradicciones y las sutilezas del lenguaje. Demostró que es la escritura libre la que hace libre al pensamiento. Deja un hueco grande.