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Valle de los Caídos

El Valle de los Caídos sin Franco

Tres académicos de la Universidad de Barcelona, que investigan sobre espacio público y transmisión de la memoria, reflexionan en un informe titulado 'De un valle de lágrimas a un valle de memorias' acerca de los siguientes pasos tras la exhumación del dictador

De un valle de lágrimas a un valle de memorias

De un valle de lágrimas a un valle de memorias

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Madrid

El Consejo de Ministros aprobó el pasado viernes la exhumación y posterior inhumación de Francisco Franco en el cementerio de Mingorrubio, en el Pardo. Según explicó la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo, el traslado de los restos del dictador se llevará a cabo antes del próximo 25 de octubre y el gobierno avisará sobre el día exacto a la familia con 48 horas de antelación para que puedan asistir “si lo consideran oportuno”. Una vez hecho esto toca preguntarse, después ¿qué?

Más de cuarenta años después del restablecimiento de la democracia, algunas figuras creen vivir en el pasado. Es el caso del prior del Valle de los Caídos, que continúa peleando para que no se lleve a cabo la exhumación y atrincherado en la basílica. Aunque en las últimas horas ha anunciado que no pondrá resistencia física, está estudiando todas las vías legales posibles para evitar lo que ya parece inevitable.

La exhumación de los restos del dictador se realiza en virtud de la aplicación de la Ley de Memoria Histórica que establece que los restos del dictador salgan de un lugar de enaltecimiento, como también vienen reclamando durante años Naciones Unidas y el propio Parlamento Europeo. Si bien el eco mediático se está centrando en la decisión de exhumar al dictador, todavía hay muchos interrogantes sin respuesta: ¿qué futuro le espera al Valle de los Caídos? ¿se debe conservar el monumento? ¿qué hacer con la comunidad benedictina del Valle? ¿qué se tiene que explicar en ese lugar y cuál es la mejor manera de hacerlo?

Portada del informe elaborado por Jordi Guixé, Ricard Conesa y Buria Ricart / Cadena SER

En la Grecia clásica los honores fúnebres eran de vital importancia pues se consideraba que el alma de un cuerpo que no era enterrado estaba condenada a vagar por la tierra eternamente. Antígona era hija de Edipo, rey de Tebas. Polinices y Eteocles eran los hijos varones del rey, hermanos de Antígona, y decidieron turnarse el trono cada año. Sin embargo, tras el primer año, Eteocles no cumplió su parte del trato. Como forma de resolver el conflicto decidieron batirse en un combate cuyo resultado fue la muerte de ambos. Ante esta pintoresca situación, Creonte, tío de Antígona, se hizo con los mandos del reino y prohibió dar sepultura a Polinices, condenando así a que su alma vagara por el mundo durante toda la eternidad. Fue entonces cuando Antígona decidió rebelarse y dar sepultura a su hermano, lo que le costó su propia vida. Siglos después, su lucha continúa porque en el Valle de los Caídos, otros 33.847 cuerpos fueron inhumados entre 1959 y 1983 sin que Antígona pudiese hacer nada por ellos.

De un valle de lágrimas a un valle de memorias

 Nuria Ricart, doctora de la Universitat de Barcelona en espacio público y regeneración urbana, opina que es muy complicado, pero no imposible resignificar los espacios: “La exhumación de Franco es condición sine qua non para empezar a hablar, pero no se acaba con esto”. Ella junto a Jordi Guixé y Ricard Conesa es autora de un documento de trabajo titulado: ‘De un valle de lágrimas a un valle de memorias: bases para un proyecto sobre el Valle de los Caídos'. “Con voluntad política y presupuesto el Valle de los Caídos se podría convertir en un lugar pedagógico, como los parques de la memoria que existen en Budapest o Argentina”, apunta Ricart.

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En el informe reflexionan sobre la idea de resignificar o desactivar el significado del Valle de los Caídos para que deje de ser un símbolo de la dictadura y se convierta en un lugar de explicación de ella. Explican que la reinterpretación de la simbología no significa eliminar, esconder o encubrir el franquismo: “Apostamos por el mantenimiento del Valle de los Caídos, incluyendo el grupo escultórico, para poder explicar la barbaridad que supuso la dictadura y el régimen nacional católico”, señalan en el documento. Consideran necesaria la creación de un centro de interpretación que explique quiénes son los que están allí enterrados y la lucha de sus familias para recuperar sus cuerpos, así como el establecimiento de una comisión que, a modo de la Comisión Clinton en Bosnia, trabaje e investigue acerca de la necrópolis.

Además, en el documento plantean otras propuestas que consideran importantes para resignificar el espacio. Una de ellas es, precisamente, dejar de llamarlo Valle de los Caídos y denominarlo Valle de ‘Cuelgamuros’, que es el nombre geográfico del lugar donde se ubica el monumento. Apuestan por “un valle sin caídos”, por replantearse la propia función ecuménica del lugar y por un nuevo convenio con la Santa Sede.

Señalan que a pesar de la pretensión de algunos círculos de la derecha y de la Iglesia católica de vender este espacio como un lugar de reconciliación, lo cierto es que el Decreto Ley de 23 de agosto de 1957 queda claro el propósito del Valle: “enterrar a los “caídos” en la Cruzada, en la guerra de liberación, en el alzamiento, a los que combatieron contra la anti-España y las hordas marxistas”, no a todos los muertos de la guerra civil. Tanto es así que durante años las altas esferas franquistas continuaron negando el carácter de guerra civil del conflicto.

La reconciliación es de algún modo, cuentan, el mito fundador de la democracia española. Durante décadas ha servido para avalar a los defensores del statu quo para los que poner en cuestión ciertos asuntos era poner en cuestión también el relato de una transición modélica. Parece que los tiempos cambian.

Daniel Sousa

Daniel Sousa

Es redactor en EL PAÍS Audio y colabora en ‘A Vivir que son dos días’ de la Cadena SER. Ganador del...

 
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