Los límites de la deportación
El 4 de marzo de 1804, un grupo de presos irlandeses se escaparon de la granja-prisión de Australia en la que estaban confinados
Una de las cosas que se han perdido con la desaparición de los imperios europeos es la posibilidad de que te deportaran a cientos de kilómetros de tu hogar. En este sentido, pocas condenas eran más duras que la que les esperaba a los delincuentes británicos entre los siglos XVIII y XIX: los mandaban al otro lado del globo, a las colonias penales de Australia.
Hoy recordamos a unos presos que tenían como único delito haberse levantado contra la corona inglesa, y que se negaban a aceptar su derrota incluso en el otro lado del mundo.
Se trata de 233 presos irlandeses que habían sido enviados a Australia por haber participado en la rebelión irlandesa de 1798. El 4 de marzo de 1804, liderados por Philip Cunningham, se escaparon de la granja-prisión en la que estaban confinados para intentar capturar barcos en los que volver a Irlanda. O al menos esta era su intención inicial.
Después querían hacerse fuertes para proclamar en las antípodas el territorio de la “Nueva Irlanda”. Fueron perseguidos por las fuerzas coloniales hasta llegar a un sitio llamado Vinegar Hill o Monte del Vinagre, un nombre que acabó resultando bastante adecuado.
Mientras negociaba con una bandera blanca, Cunningham fue arrestado y las tropas británicas cargaron brutalmente contra los rebeldes. Los líderes, con Cunningham a la cabeza, fueron ejecutados, y los que los siguieron fueron brutalmente castigados. Ya no quedaban sitios más lejanos a los que deportarlos.