Las estadísticas, una forma de silencio

Madrid

¿Se acuerdan de cuando en el instituto nos enseñaron estadística? A nosotros nos las daba el profe de mates, en tercero de BUP. Se llamaba Liborio y siempre nos decía que si lo veíamos fuera de clase no empezásemos a gritarle Liborio delante de todo el mundo. Cuando ahora nos vemos por la calle, no se me ocurre otra manera de llamarle. “Ey, Liborio, ¿qué tal?”. Si no hice el bachillerato de letras puras, fue en parte por su culpa. ¿Cómo iba a dejar de ver a ese profe? A aquel bachillerato se le llamaba mixto, y como soy de Barcelona estimulaba mi espíritu incendiario. Un misto en catalán es una cerilla. Estudiar matemáticas y latín a la vez era una redundancia. Las dos eran ciencia y lenguaje. Las matemáticas las aprendí como el latín, es decir, de campo y playa, y así me va ahora. Eso sí, me gustaban mucho, y a ambas asignaturas les tenía mucho cariño. Sabía que daban poderes como las espinacas a Popeye, pero entonces yo no quería ser Popeye. Bueno, tampoco es eso... Pero de lo que no me di cuenta es de que todos llevamos una especie de Popeye dentro, y hay que alimentarlo. Sólo los listos veían esto en el momento. Con el tiempo, uno va aprendiendo a ser listo. Pero ésta ya es una inteligencia de IKEA, hecha a ratos, con piezas que uno va pillando de oferta.

A cada instante, estoy mirando en el ordenador las noticias. Cosas del confinamiento. Todo son estadísticas. Me imagino al profe Liborio trabajando a destajo para llenar los titulares, pero está ya jubilado. Cuando pase todo esto, saldrán estadísticas de todo lo que nos ha sucedido. Pero faltará mucha gente para leerlas, y entonces toda la sociedad tendrá que hablar por ellos y por ellas porque una estadística es un grito pero también una forma de silencio.