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Emilio Salgari, la literatura popular llevada a la perfección

Esta semana en 'Un libro una hora' repasamos 'Los tigres de Mompracem'

Un libro una hora: Los tigres de Mompracem (05/04/2020)

Un libro una hora: Los tigres de Mompracem (05/04/2020)

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Emilio Salgari nació en Verona en 1862 y murió en Turín, en 1911. Empezó a publicar novelas por entregas a los 20 años y publicó más de 90 novelas.

Como señala Matthieu Lethourneux en la introducción de la edición de Penguin Clásicos (que incluye 'Los tigres de Mompracem', 'El Corsario Negro' y 'El rey del Mar'), la vida de Emilio Salgari ejemplifica hasta extremos dramáticos la precaria existencia de un conjunto de escritores populares que sacrificaron su salud, física y mental, escribiendo sin descanso y con excesiva rapidez.

Resulta trágico el contraste entre la medianía cotidiana de un autor que nunca viajó, porque el trabajo no se lo permitía, y las extraordinarias aventuras de sus personajes en los más exóticos países. Nada tiene que ver Salgari con los escritores-aventureros anglosajones (funcionarios del Imperio, como Rider Haggard, Rudyard Kipling y John Buchan; periodistas, como G. A. Henty; u oficiales de la Armada Real, como Frederick Marryat). Ni con viajeros como Stevenson o Mayne Reid, cuya obra literaria es indisociable de sus travesías.

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En el caso de Emilio Salgari, los cambios de escena son puramente imaginarios; su universo narrativo está inventado de principio a fin a partir de manuales de divulgación geográfica y mapas del mundo. Lejos del terrible Sandokán o del cazador de serpientes Tremal-Naik, la de Salgari fue una vida triste, que solo merece ser contada en la medida en que explica, por contraste, la sed de aventuras del autor italiano. Tuvo una vida desgraciada y se suicidó poco después de que su mujer saliera del manicomio, con 48 años.

Salgari cambió de manera radical la naturaleza de la novela popular y juvenil en Italia

En la década de 1880, la literatura infantil en Italia estaba en plena efervescencia. Fue entonces cuando se publicaron dos de las grandes novelas para niños: 'Pinocho', de Carlo Collodi (1881), y 'Cuore', de De Amicis (1886). Los trabajos de Salgari fueron elevados de inmediato al mismo nivel, y no cabe duda de que se hizo con el primer puesto en el corazón de los varones de más tierna edad. Los editores advirtieron en él un ejemplo a seguir. Su éxito cambió de forma radical la naturaleza de la novela popular y juvenil en Italia.

En Salgari, la aventura no puede disociarse del amor. Para todo héroe excepcional hay siempre una mujer fuera de lo común: Marianne, la Perla de Labuán, parece elevarse, merced a la leyenda, hasta el nivel del Tigre. Inventa un tipo de relato donde la figura femenina ocupa un lugar esencial, y donde las relaciones entre Occidente y las 'colonias' no se rigen por esquemas unívocos.

Sandokán, el Corsario Negro y todos los rebeldes a los que da vida Salgari

No obstante, es en la figuración de los protagonistas donde con más claridad se adscribe la novela de aventuras de Salgari a la tradición de la literatura popular italiana. A través de la evocación de personajes al margen de la ley, Salgari recupera en nombre de una justicia y unos valores superiores el ideal del bandido honorable. Sandokán, el Corsario Negro y todos los rebeldes a los que da vida el escritor, como los forajidos tan apreciados en el siglo XIX, son justicieros que gozan del apoyo de la población local, pero a quienes persiguen las autoridades.

Las novelas de Salgari, centradas en personajes no occidentales, favorables a los pueblos oprimidos y hostiles a los colonos, constituyen una excepción dentro de la narrativa de aventuras geográficas.

Salgari, el escritor que marcó la infancia del Che Guevara

No se equivocan los lectores sudamericanos: para el Che Guevara, el escritor que marcó su infancia fue Salgari; y el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, que en dos de sus novelas retoma los personajes de Sandokán y Yáñez, afirmó en una entrevista para la radio francesa: "Mi antiimperialismo es más salgariano que leninista".

No exenta de cierta malicia, la frase refleja el hecho de que las rebeliones descritas por Salgari pudieron, por su novelesco desenfreno, cumplir un auténtico papel de contrapeso ideológico a la novela de aventuras colonial.

Fascinación constante por el mestizaje

Salgari no escapa a algunos estereotipos racistas de su época y sus personajes obedecen a una concepción étnica, pero al mismo tiempo da muestras de un interés excepcional por el "otro".

La apertura de miras de Salgari se manifiesta muy en especial en su fascinación constante por el mestizaje, como Sandokán y Marianne. Estas mezclas serían inconcebibles en las novelas de aventuras británicas o francesas, donde el amor entre el blanco y la salvaje solo se tolera en la medida en que refuerza el imaginario vinculado a la toma de posesión de un territorio (y ni siquiera así puede ser más que temporal).

En cambio, en Salgari, con el accidentado amor entre el héroe indígena y la occidental (que acostumbra a ser hija de sus enemigos), se nos sitúa ante la idea de un encuentro entre dos mundos rivales, pero que sienten fascinación por el otro y se desean mutuamente.

Los personajes de Salgari solo conocen un tipo de sentimientos, los de máxima intensidad: su valentía es tan inquebrantable que a menudo se acerca a una inconsciencia temeraria; su voluntad, fidelidad y generosidad los convierten en seres excepcionales, cosa que se manifiesta en su apariencia. La belleza de los héroes no es más que el reflejo de un alma fuera de lo común. Su fuerza es tal que los enemigos se acobardan solo de verlos.

Este salvajismo se revela también en el enfoque del amor como una lucha sin cuartel del mismo modo que en esa manera de arrojarse ciegamente, y con sed de sangre, a la batalla.

Incapaces de vivir en nuestro mundo, demasiado pequeño para ellos, estos personajes necesitan el espacio extraordinario que inventa Salgari, un universo del que lo cotidiano ha quedado excluido por completo.

Cuando la pobreza de estilo linda con la perfección

En Salgari la ingenuidad linda con la perfección. Su pobreza de estilo, lejos de perjudicar a la narración, le otorga una sencillez terriblemente escasa en la literatura popular. La pobreza léxica y la repetición de imágenes y de expresiones encajan entre sí para formar una escritura infantil que aumenta el placer de la lectura y refuerza la coherencia de la obra.

Por decirlo de otra manera, la ingenuidad del estilo, el candor de la construcción del argumento y la sencillez del mundo que se representa, todas esas torpezas que por sí solas desembocarían en un relato mediocre, conforman en Salgari una trama potenciadora del encanto que cautiva al público y que despierta en él una nostalgia sin objeto: el recuerdo de una relación inocente con la lectura que por unos momentos logra devolverle el texto.

 
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