¿Un café?

Madrid

Ojalá dieran las crónicas para llevar sabores en vez de describirlos y poderles traer ahora el primer café, si aún no lo han tomado. Porque los estrategas a veces piensan en grandes palabras y hablan de nueva normalidad sin caer en la importancia de las cosas más sencillas, en que la normalidad estaba, por ejemplo, en poder ir a tomarte un café en el bar de la esquina y dejar entonces que el martilleo de la cafetera te vaya sacando del sueño.

La normalidad será cuando uno se asome a una calle de bares y vuelva a oler a café. El periodista Daniel Verdú describe esta mañana en El País la nueva fase de Italia con ese aroma y con esta frase: "Las iglesias seguirán sin celebrar misas, pero los verdaderos templos romanos, de fieles de molinillo y torrefacto, abrieron ayer". Y cuenta la fila india para hacerse con un ristretto.

"Mi primer café de verdad", le decía en la barra un romano a Anna Buj, la corresponsal de La Vanguadia, que empieza su crónica con un espresso en vaso de cartón. La misma imagen, el mismo aroma. Ese olor acorta lo que llaman distancia social.

Ayer, en uno de los pocos locales que abrió en Formentera, ya había gente a esta hora en la terraza tomando el solo, el largo, el café con leche o como se pide en cada territorio, que ahí se demuestra lo de la España plural.

Y eso era la normalidad: la pequeña victoria de recuperar un hábito. La primera semana de confinamiento, compramos un 27 por ciento más de café, quizá para mantenernos despiertos. Luego, rebajamos ya la cafeína.

Tomado con la abundancia de los italianos -escribió Josep Pla-, el café abrillanta los ojos, da una gran movilidad a la vida en general. Dijo movilidad y por eso ahora el café sirve de símbolo del fin de la parálisis. Hoy que es un día de debates complejos y de leyes, conviene situar la importancia de un pequeño gesto: de apenas un sorbo.