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Ousmane (Senegal): "Yo trabajo y no tengo papeles, tengo suerte"

Comienza la campaña de la recolección de fruta en Lleida y muchos temporeros han ido hasta allí en busca de trabajo y una vivienda digna, que no todos han encontrado. Viajamos hasta Lleida para conversar con ellos y conocer su situación

Bru Rovira conversa con Ousmane, que trabaja como recolector de cerezas en Lleida. / V.R.

Lleida

La crisis sanitaria ha puesto en evidencia que gran parte de nuestro sistema productivo se mantiene a flote gracias a mano de obra extranjera. La situación de los trabajadores del campo es normalmente frágil, pero a raíz de la crisis del coronavirus se han hecho más patentes que nunca las condiciones a veces infrahumanas en las que viven quienes trabajan para que las estanterías de nuestros supermercados estén siempre llenas.

Los nómadas de la fruta

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Amadou llegó a Alcarràs (Lleida) en el año 2017 procedente de Guinea Bissau. Aunque no tiene papeles, cuenta que lleva ya tres temporadas trabajando como recolector de melocotones y paraguayos en la zona. Durante la cosecha, explica, intenta ganar lo máximo posible para poder sobrevivir el resto del año y así pagar los 120 euros que le cuesta alquilar la cama en el piso donde vive con otras cuatro personas.

“No voy a decir que los jefes son malos, porque es una palabra muy fuerte, pero a veces nos tratan de una forma infrahumana. No pagan bien, se aprovechan de los que no tienen papeles. A veces es el propio trabajador el que tiene que pagar el coche para ir al campo, unos 5 euros al día. Pero es lo que hay, lo tienes que aceptar”, relata.

Amadou ha leído recientemente que, a raíz de la falta de mano de obra en el campo por la crisis del coronavirus, el gobierno va a otorgar un permiso de trabajo temporal, durante dos años, a los migrantes extutelados que ahora tienen entre 18 y 21 años. “Eso nos deja fuera a muchos. Si van a dar papeles, que lo hagan para todos los que trabajan en el campo, no sólo para los que están registrados en los centros”, opina mientras reflexiona sobre una de las mayores dificultades con las que se encuentra a la hora de regularizar su situación: “La ley te exige llevar tres años viviendo en el país y contar con un contrato de trabajo de un año. Me parece bien, pero las temporadas de la fruta duran como mucho cinco meses. ¿Quién va a querer hacerte un contrato de un año en una época de crisis como esta?”, se pregunta.

Amadou, en una imagen cedida / Cadena SER

Amadou recuerda cómo llegó a Alcarràs solo, un día de verano, y durmió su primera noche sobre cartones en un polígono del pueblo. A primera hora de la mañana siguiente se acercó al campo de fútbol donde le habían contado que muchos agricultores acudían a reclutar a trabajadores para recoger la fruta de sus campos. Fue tres días seguidos hasta que le contrataron, aunque él nunca había trabajado como temporero. “Yo vine aquí con un objetivo, estudié Periodismo en Guinea Bissau y mi sueño es trabajar como corresponsal en mi país para un medio español”, se lamenta mientras recuerda que, a medida que pasan los días, este objetivo le queda cada vez más lejos.

A 12 kilómetros de Alcarràs, en Lleida capital vive Ousmane. Este senegalés de 24 años llegó a España en patera hace “dos años y tres meses”, y aunque no tiene papeles, es uno de lo que cada día se levanta a las cuatro de la mañana para ir a recoger cerezas. “Me queda muy poco para cumplir los tres años y regularizar mi situación. Ahora salgo con miedo a la calle, me han detenido unas 20 veces”, relata. Aún así, celebra tener un trabajo a pesar de su condición irregular: “Yo no tengo papeles, pero tengo suerte”.

Ousmane ha conseguido un piso donde vivir, pero hasta hace una semana en la parte alta de la ciudad dormían en unas condiciones muy precarias la gran parte de los temporeros que trabajan en Lleida. El casco antiguo se llena de vida al caer la tarde, cuando regresan los trabajadores del campo y comienza un baile de personas entrando y saliendo de los edificios donde ya deja de oírse hablar español o catalán.

Ousmane, en el centro de Lleida. / V.R.

En una de las calles principales del barrio, la empinada calle Cavallers, destaca un edificio con una arquitectura muy moderna que contrasta con el resto de casas en mal estado que pueblan el casco antiguo. Es el coworking la Casa de la Fusta, donde hasta hace unos días dormían en el porche del edificio más de 150 personas que trabajan o deambulan todas las mañanas a la espera de ser contratados como temporeros.

Uno de ellos es Serigne, que tiene 40 años y es uno de los pocos “afortunados” por tener papeles. Este senegalés lleva más de 15 años siendo un nómada que se mueve por España siguiendo el calendario agrícola. Ahora está en Lleida recogiendo cerezas, luego viajará a Madrid a recolectar melones, después a Jaén a hacer la aceituna... y así continuará todo el año.

“Yo duermo en la calle y al volver del campo unos amigos me dejan ir a su piso a ducharme y cargar el móvil. Yo creía que el racismo sólo existía entre los votantes de VOX, pero aquí también existe. No puedo pensar que hay gente que está aquí trabajando para ti, y tú negándole el alquiler de una casa que podemos pagar”, se lamenta.

Serigne, en el casco antiguo de Lleida. / V.R.

Valentina Rojo Squadroni

Valentina Rojo Squadroni

Uruguaya de nacimiento, catalana de adopción y madrileña de acogida. Es redactora de 'A vivir que son...

 
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